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Blues en la encrucijada: Emanuel Casablanca, la sangre es la vida

Singer Emanuel Gibson portrait by Stefano Ortega in his studio in Brooklyn, NY

A finales de 2019 recuerdo que cayó en mis manos un EP de cinco canciones de esas que uno suele calificar de agradables, blues y soul suavecito para cenas románticas en casa, con fundadas posibilidades de retozo tras el postre. Bien hecho, bien empaquetado, pero sin nada que me hiciera volver sobre él más de unas pocas veces. El trabajo se llamaba It’s Getting Strange y venía firmado por un tal Emanuel Casablanca. Con un nombre menos singular, ni me hubiera acordado ya de él a estas alturas, justo al tener noticia de su puesta de largo. Pero he aquí que al sonarme el nombre decidí darle un tiento a ver si se había puesto un poco más las pilas; y a fe que se las ha puesto, el maldito.

En Blood on My Hands, el señor Casablanca se enchufa a base de bien durante casi una hora, a través de dieciséis cortes -todos propios menos una versión, el «Anna Lee» de Robert Nighthawk- que le pegan un sólido repaso al blues de nuevo cuño. “Me propuse, con este álbum, tratar de explorar la esencia de un pasado imperfecto”, explica en su página web. “Hay cosas que he hecho de las que he tratado de arrepentirme. Y al exorcizar esos demonios, hice un intento de revelar mi verdadero yo, a pesar de todos los defectos e imperfecciones”. Nada especialmente original, lo del artista conjurando sus traumas -pasados o presentes- a través de su obra, para surgir renacido y tal. De hecho, está más visto que el tebeo. Pero cuando se hace bien y, sobre todo, cuando se hace con las entrañas, el resultado ojo que puede ser un triunfo.

Y no hacen falta más que tres o cuatro temas, los iniciales, para detectar en este disco un caballo ganador. Blues y rock puestos al día, sin pretender originalidades ni extravagancias para epatar al personal. Suena ligeramente experimental en la inicial «Afraid of Blood», sí, pero en cuanto empieza «In Blood» seguida de «Blood on My Hands», uno ya ve de qué va la cosa; que no es otra que decirle al respetable que así es cómo debe sonar un disco de blues en 2022. Quizás no la única manera válida, pero sin duda una de ellas. Por cierto, si les parece un poco raro tanta sangre, sepan que en total hay siete temas con hemoglobina en el título. A priori un poco gore, aunque las letras vayan mayormente por otros derroteros, con mucho desamor, mucha tentación y la cuota habitual -en el género- de miseria y autocompasión.

 

Por otro lado, que nadie espere un álbum a piñón. Dentro de sus parámetros, la variedad es patente de tema a tema, de tempo a tempo, subiendo y bajando con criterio (incluso con puntos de fuga como el de «Fantasies», puro manual alternativo). Lo cual, en un disco de minutaje considerable, como este, es un punto más a favor. Una variedad proporcionada también por el equipo del que se ha rodeado, que incluye nombres tan incontestables como los de Eric Gales, Albert Castiglia y Felix Slim, pero también músicos de otras latitudes, caso de Paul Gilbert (sí, el de Mr. Big) o Paul Howells de Fizzy Blood, este último en tareas de co-producción junto al propio Casablanca.

También es verdad que lo heterogéneo le viene al hombre ya de serie. Nacido en Brooklyn de una profesora de música, su primer instrumento fue el violín, que abandonó por la trompeta. No sería hasta sus años universitarios en el Morehouse College, cuando aprendiera piano y guitarra de forma autodidacta. De ahí le dio por el folk clásico para pasar una etapa obsesiva con James Brown, sobre 2011, de la que salió con una banda llamada VISE, inspirada en el funk, blues y soul de los sesenta y los setenta. Hasta que, influenciado de nuevo, pero esta vez por Jack White, viró hacia el blues rock; repartiendo su tiempo entre Nueva York y Los Angeles, se patea las salas de referencia (Knitting Factory, Whiskey A Go Go, Troubadour…) y establece colaboraciones y amistades con gente como el bajista y productor Bill Laswell, el batería de Cheap Trick Daxx Nielsen o el bajista Doug Wimbish de Living Colour entre muchos otros. Y de ese blues rock, de esos contactos y de su propio esfuerzo ha acabado por dar testimonio este Blood on My Hands.

Un debut que lo tiene casi todo para enganchar al habitual de esta sección. Es oscuro y a la vez refrescante, violento tanto como introspectivo, y destila tanta inquina como redención, tantos abrazos como esputos. Si tienen ustedes una hora libre esta semana, harían bien en reservarla para darle una oportunidad al tipo este. O mejor una tarde entera.

 

Eloy Pérez

 

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