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Blues en la encrucijada: Shemekia Copeland, conciencia social y blues de muchos quilates

Muchos son los que aseguran que el blues está muerto. Pues desde aquí vamos a demostrar que no. Que está más vivo que nunca, y no solo eso, sino que ha sufrido múltiples mutaciones. Y que blues hay hasta debajo de las piedras. Blues bastardo, quizá. Pero a fin de cuentas, blues.

No es nada fácil cargar con un apellido ilustre, siempre has de estar luchando contras la sospechas y los recelos, así como enfrentándote a unas expectativas que no son de recibo. Se debe valorar por lo que haces y lo que demuestras y no por lo que pudieron crear quienes te precedieron. Si te dedicas al mundo del espectáculo, esas circunstancias se multiplican por mil. Pero Shemekia ha demostrado, a base de trabajo y mucha carretera, que su apellido no le pesaba en absoluto, colocándose como una de las artistas femeninas más cotizadas de la escena del blues contemporáneo.

Y cada vez más implicada con las causas sociales, la historia y el sufrimiento de los afroamericanos, la pura raíz del blues, ni más ni menos. Tras editar America’s Child (2018) y Uncivil War (2020), el presente Done Come Too Far cierra, hasta el momento, una trilogía tan rebosante de compromiso y empatía como de buena música. Blues contemporáneo en su máxima expresión. La producción, a cargo de Will Kimbrough, es espectacular, robusta, pero respetando los matices y potenciando la exuberancia vocal de la Copeland.

Rodeada por un elenco de músicos de lujo, Sonny Landreth, Kenny Brown, Cedric Burnside, su voz se enfrenta al racismo en el tema título o en el espíritu góspel de «Gullah Geechee», no duda en meterse en terrenos escabrosos como el abuso a menores, «The Dolls Are Sleeping», un blues acústico, sentido y doloroso, los cada vez más frecuentes tiroteos que suceden en su país en la rockera «Pink Turns To Red», o el miedo a salir a la calle en USA si eres un chico de color, viviendo su papel de madre en «The Talk».

Pero no todo va a ser drama, ella y sus chicos nos invitan a bailar con «Fried Catfish and Bibles», compases cajún con acordeón saltarían incluido para mover los pies, beber cerveza fría y olvidar algunas penas y sus cuerdas vocales brillan como el sol en «Fell in Love With A Honky», composición de corazón country en la que canta como los ángeles.

A sus cuarenta y tres primaveras y con más de una decena de discos a su nombre ya no viene a cuento referirse a ella como “la hija de…” Su trayectoria es suficiente aval para considerarla, como decíamos al principio, una de las mejores artistas del género. Y álbumes como este son la prueba de ello.

Manel Celeiro

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