Parece un contrasentido, unir a Loquillo con todo lo que haga referencia al cese de actividad. Hiperactivo, cada día más polémico aunque él insista en negarlo, es noticia por partida doble. Biografía autorizada y nuevo álbum. Complementarios, sin duda. El próximo viernes 15 de julio mostrará su esplendor en el Festival Jardins de Pedralbes. (https://festivalpedralbes.com/evento/loquillo/)
Y lo son. Ahora que se supone que gran parte de la población disfrutará de unas jornadas de asueto, lectura y escucha pueden funcionar en paralelo, intercaladas. Aunque él mismo o unas malinterpretaciones sobre sus palabras sembraron dudas sobre su salud, sigue combativo y no parece querer cumplir, como hicieron en su momento los Who, esas declaraciones en las que afirmaba no verse con 72 años dando saltos y cantando rock and roll. Con gira programada, y tras ver a cierto elemento mover el trasero con 78 años ante masas enfervorizadas, uno no puede tomarse demasiado en serio tal determinación…
Biografía oficial
Con el “la” delante, dándola por definitiva… hasta el momento. La duda surge al instante, claro. ¿Queda algo por contar que no haya explicado él en primera persona? Pocos, ¿ningún?, músico nacional ha escrito tanto sobre sí mismo. Por etapas, eso sí, pero no está nada mal haber publicado con su firma El Chico de la Bomba, Barcelona Ciudad, En las Calles de Madrid y Chanel, Cocaína y Dom Pérignon, además de la unión de una serie de entrevistas titulada El Hijo de Nadie. Casi en la prehistoria, el libro que escribió sobre los Trogloditas su mujer, Susana Koska. Al Loco le gusta hablar en primera persona, largar lo que le parece y, si puede, tocarle lo que no suena al que se le cruce por delante. Algo que pone de los nervios a sus detractores, alérgicos a un ego descomunal que le ha permitido seguir adelante, y parece encantar a sus seguidores, esos que llegaron a comprarse una edición limitada de condones con su logo. Haberlos los hay, de los dos bandos, y es sencillo llegar a la conclusión que se retroalimentan. Y que él mismo los necesita.
Qué aburrida debe ser la vida, vista desde su altura, sin alguien a quien ajustar cuentas, algunas reales, otras forzadas. Pues eso, ¿otro libro narrando sus peripecias desde el piso familiar de El Clot, que ya saben que no nació en los USA, que nació ahí, sus triunfos y sus bajones de popularidad y ventas? Ya disponible, vía Penguin Random House, y escrito por una firma de garantía, Felipe Cabrerizo. Se conocía, la búsqueda de alguien capaz de sumergirse en la vorágine, y no voy a dármelas de listo, que no lo soy, pero tras leer la estupenda biografía que Felipe dedicó a Johnny Hallyday, aposté mentalmente por él. José María Sanz y muchos más pensaron, seguro, exactamente lo mismo, conocida la devoción que siente por el desaparecido músico y crápula mayor francés. No se ha cansado de explicar la epifanía que tuvo al verle en vivo ante 80.000 paisanos en París, ni las experiencias que pudo compartir con Johnny cuando grabaron un par de temas juntos, además de ciertos guiños hacia su obra desperdigados por varias de sus canciones. Y Cabrerizo ha hecho un gran trabajo, en el que se intuye pero no figura en primer plano el artista biografiado. Abundan las citas extraídas de mil y una entrevistas, básicamente a Loquillo, pero también a muchos de esos compañeros de viaje que han dejado impronta en su larga carrera. Y sabido es, también, que el recorrido está sembrado de cadáveres, de amistades perdidas y recuperadas, amor que se transforma prácticamente en odio y un sentido de la lealtad tan discutible como defendido a ultranza.
Se encuentra a faltar que a quienes reciben estopa no se les haya cedido espacio para defender su versión de los hechos, pero eso tampoco entraba dentro de los pronósticos. Sí hay, y en abundancia, retratos de las desavenencias con Sabino Méndez, el tipo que más intensamente le dio cera en su momento. El guitarrista estuvo años sin cortarse un pelo, fomentando una suerte de división de papeles que sembró la discordia. ¿Recuerdan Corre, Rocker, verdad? Crónica literaria de como una amistad juvenil y la consecución de un éxito aplastante puede acabar cerca del juzgado de guardia… No se escurre el bulto en el volumen, no faltan directas e indirectas que en su momento parecían hacer imposible una reconciliación en condiciones. Pero, como comentaba anteriormente, nada es previsible en el devenir de su carrera, y ahora Sabino es uno de sus más acérrimos colaboradores. Ver para creer. No es el único, por supuesto. No faltan los desencuentros con el gran Gay Mercader, con el que fue su director musical Jaime Stinus ni con un largo etcétera de nombres conocidos por todos. Ni falta una extraña sensación de exorcismo, y un desarmante retrato de todos sus momentos bajos, esos años de travesía en el desierto en los que deambuló de discográfica en discográfica, en los que afirma haber hipotecado su vivienda para poder financiar la grabación de un disco, en los que tras haber protagonizado actuaciones multitudinarias con una banda de campanillas apostada a sus espaldas acabó actuando en salas de aforo reducido y sin vender todo el papel.
¿Acto de sinceridad extremo? ¿Contrapunto para demostrar que ha sido capaz de superar todos los inconvenientes para llegara a la actualidad en primer plano? Sea como fuere, cualquiera que haya tenido una banda de rock and roll en este país puede identificarse con muchos de los pasajes del libro. Hirientes, fundamentalmente, los desencuentros con algunos de los músicos que escribieron su nombre a fuego en sus discos clásicos, las historias de adicciones no superadas o intermitentes, las luchas de poder internos, con boicots a nuevos miembros o productores. Y, en el fondo, una profunda sensación de soledad. Asumida con chulería en determinados pasajes, con indisimulado desengaño en otros. Cabrerizo, hábilmente, encauza la trama, sin esquivar referencias a las limitaciones vocales del cantante, a decisiones cuanto menos discutibles o inapropiadas en el momento en que fueron tomadas, pero diseccionando los aciertos y explicando el porqué se produjeron. No era sencillo, plasmar más de cuarenta años de carrera en cuatro centenares de páginas, ya que el recorrido llega hasta hoy mismo. Ni esquivar la alargada sombra del protagonista, un tipo tan trabajador como amante del control. A quien la carrera de la más grande estrella del rock de este país, según sus propias palabras, no le interese, a otra cosa. A todo el que quiera sentir, palpable, el vértigo del triunfo y el luchar en el barro, la dificultad de gestionar unos egos que crecen paulatinamente, le interesará el libro, fijo. Y a quien haya decidido adquirir un tiquet para verle en vivo o haya pasado por caja para agenciarse su nuevo álbum, Diario de una Tregua, le dará pistas sobre su contenido.
¿Tregua? ¿Qué tregua?
Puede venderlo como quiera, pero si alguien no ha dado tregua ha sido él. Cuesta poco, imaginarlo como león enjaulado cuando, tras grabar un disco en el que contó con la colaboración de algunos de los compositores más en boga de la generación que ahora copa los festivales, léase Marc Ros de Sidonie o Santi Balmes de Love of Lesbian, y decidir titularlo El Último Clásico, con un Loquillo con cara de pocos amigos con llamas junto a él en portada, el mundo parecía desplomarse. Todas las previsiones, el trabajo de su agencia, las buenas perspectivas, todo se fue al garete. Les ocurrió a todos, nos ocurrió a muchos, pero coincidió con una temporada en la que, extrañamente, había paralizado su actividad en vivo. Vamos, que no fue un año, sumen meses y más meses sin pisar un escenario, algo atípico en un cantante acostumbrado a girar sin descanso, intercalando rock y poesía, cualquier excusa es buena para estar en la carretera. Por eso, poco extrañó que el primero en programar un concierto en un gran recinto cerrado, superado el confinamiento estricto, fuera justamente él. Julio de 2020. Paz, desde la dirección del Wizink Center, estaba planeando organizar un concierto para demostrar que la vida continuaba, para implementar las famosas medidas anti- Covid en eventos musicales. La buena relación con su management facilitaron las cosas, y trabajaron al alimón para que el rock volviera a atronar en unas condiciones absolutamente atípicas, claro: un local de gran aforo, reducido a cerca de dos mil asientos, distancias de seguridad y todas las estrictas normas dictadas por las autoridades competentes. Euforia contenida por los impedimentos, pero otro galardón del que presumir. Y otro motivo para ajustar cuentas con el resto de los mortales que se dedican al artisteo, como recuerda en la primera canción de su nuevo disco: “cuando la cosa se puso fea cuantos escondieron la cabeza. Yo sin embargo di la cara”. Ya, ya, no desaprovecha una oportunidad…
El Último Clásico tuvo, por tanto, un recorrido menor. No por falta de ventas, sí por la imposibilidad de desarrollarlo en condiciones. Hubo actuaciones contadas, pero ya se tramaba la siguiente maniobra, esa que llega rodeada de su ahora expuesta dolencia. El Loco afirma que, ante la posibilidad de que le quedaran menos ases en la manga, era el momento de recurrir a los tres compositores que más y mejor, cada uno en su terreno, se han entendido con él. Sabino Méndez, como no, Gabriel Sopeña y su inseparable Igor Paskual, el tipo glamouroso al que descubrió cuando militaba en Babylon Chat y al que se llevó en un préstamo que parece sin derecho a devolución. Estaba naciendo Diario de una Tregua, cocido a fuego lento. Con los compositores puestos en marcha y la banda lista, poco más tarde del concierto del Wizink empezaron las sesiones de grabación en los estudios Music Lan, en Avinyonet de Puigventòs, Girona. Un lugar aislado, en el que se sucedieron las visitas de su banda y el equipo de producción, con Josu García como pieza fundamental y un colaborador de lujo, Dani Nel.lo. Hasta en cinco ocasiones reservaron fechas y fueron dejando listas las canciones seleccionadas. Poco más de media hora, un repertorio que se podría interpretar como un auto homenaje tocando los palos que ha practicado durante décadas, aliñados en algunas ocasiones con una sonoridad más contemporánea. La primera, en la frente: Igor le escribe una declaración de intenciones y autosuficiencia hecha a medida, con melodía de himno y letra que sacará de quicio a sus detractores. <<El rey>>. Y el monarca es él, declamando que siempre está y se le espera, preguntándose como puede ostentar dicha realeza sin que corra sangre azul por sus venas y con guiños a unos músicos que no son mercenarios y a unos seguidores que no son meros compradores, y si gente con valores. Nel.lo aporta el subidón en el momento justo, y el oyente ya sabe por donde van a ir los tiros. ¿Guiño al pasado? Relectura de <<La mafia del baile>> a la que le añaden en el título “la ley del compás”. Ya saben, vieja canción de Sabino con más frases grandilocuentes como “leyendo a los malditos no se aprende a pelear”.
De su Código Rocker se mantienen trazos de doo wop, como los que aliñan un tema cercano al tex mex, <<Sonríe>>, luminosa melodía que da paso a un pedazo de sonoridad oscura, <<Velas a San Antón>>, pieza que podría figurar en el cancionero de Nacho Vegas, sin ir más lejos. Hay que volver a los himnos coreables, y el medio tiempo de <<Somos la furia>> puede convivir perfectamente con viejos temas como <<Cuando fuimos los mejores>>, con idéntica épica, y <<La lluvia dice>> se ve enriquecida por unas guitarras subterráneas a lo Robert Quine que subrayan una construcción literaria con un cierto deje poético. Méndez, de nuevo, aporta una nueva canción en la que, a una letra reivindicativa donde afirma que rendirse no es una opción, se suman las guitarras más contundentes del disco, sumamente 70’s. ¿Más vientos y doo wop? Llega <<Todo tiene su sabor>>, con ese aroma northern soul al que parece haberse aficionado. Ya saben, últimamente gusta lucir parka y encarga clips a uno de los mods más militantes… <<Historia de dos ciudades>> arrastra a su campo la vieja literatura Dickensiana, y la final <<Voluntad de bien>> incluye frases enigmáticas como “dejadme morir, morirme de pie”.
Ahora sí, parece que todo ha vuelto a la vieja normalidad. Lean, escuchen y comparen. Como cantaban Radio Futura, el futuro ya está aquí…
Texto: Alfred Crespo