Bravo Lahoz se presenta a lo grande, con disco homónimo bajo el brazo y surcos que desprenden luz entre las grietas. Tuve la suerte de escuchar el master del disco y, antes de nada, te felicito por él, Javier. Me ha gustado mucho y se palpa perfectamente el trabajo y la ilusión que hay en cada una de las ocho canciones.
Para darles algunas pistas a quienes aún no te conozcan, así de primera, ¿Cómo definiríais el sonido de Bravo Lahoz?
Me alegro mucho de que te haya gustado, y te agradezco palabras tan amables. Respondiendo a la pregunta, reconozco que el sonido puede ser algo áspero y seco, según avanzan las canciones, hay cada vez tiene más ruido, más sobresaltos y pasajes perturbadores, pero también hay partes con cierta dulzura y que transmiten algo de paz. Me han llegado a decir que resulta inquietante y no me desagrada la definición. No sé si tengo un sonido propio, hay siempre una base es común: guitarra rítmica acústica (que puede sonar un poco “low-fi”) y la voz, que sirven de fondo; después se han ido expandiendo las canciones en el estudio, fruto de un trabajo en común que ha ido definiendo el sonido, hasta acabar en lo que son ahora. No había ninguna idea preconcebida.
Una de las cosas que mejor se palpan en mucho de los temas es el olor a hierba y tierra mojada después de la tormenta, con ese “rayo de sol Hernandiano” que calienta y “siempre deja la sombra vencida”. Folklore y raíces, ensuciarse las manos en el campo, hombro con hombro, y aclararse el alma con el agua que baja del monte. ¿Qué hay de esto en este flamante debut en solitario y que te ha llevado a recorrer esta nueva senda?
Haberme venido a vivir al campo puede tener algo que ver, al final el entorno condiciona. No es deliberado, ha salido así sobre todo en “se abre paso”, que es la única canción del disco que compuse desde tengo huerto y veo las montañas desde la ventana, el resto son anteriores a mi huida de la ciudad.
Antes de centrarnos en las canciones, cuéntame, por favor, de dónde vienes musicalmente, ¿cómo llega la música a ti y qué recorrido has tenido antes de desembocar en este presente? Entre cosas, me han dicho que has tocado la batería en varias bandas de post-punk y hardcore…
No empecé a prestar atención a la música hasta el instituto, y el primer grupo con el que me flipé fue Queen, luego una cosa fue llevando a la otra. Tampoco fui precoz para participar en proyectos musicales; hasta estar ya en los 20 no participé en mi primera banda, y siempre proyectos muy de aficionados, con nula repercusión, primero “cantando”, y “tocando” la guitarra después. Hará 10 años, empecé con la batería, cansado ya de dar la cara, y estuve en algunas bandas “underground” donde lo he pasado muy bien; una vez se separó la última, cerré ese capítulo, no me apetecía montar un grupo nuevo y me puse por mi cuenta ha hacer otras cosas. Me encontré con gran cantidad de textos y “bocetos” acumulados durante años en cuadernos y he podido sacar canciones de ahí para completar mi primer disco, que lo he podido terminarlo a la edad en que mis “referentes” estaban muertos o haciendo sus peores discos, pero tengo tendencia a hacerlo todo al revés.
¿Qué referentes musicales tienes y crees que se reflejan en este nuevo Bravo Lahoz?
No me he fijado en nada en concreto, y soy incapaz de decirte algo, de verdad; me han dicho que se parece a cosas que no había escuchado nunca, no estoy tan al día, y algunas de las comparaciones me parecen muy halagadoras, pero yo pensaba que como de tanto seguir a Lou Reed, David Bowie o Brian Eno, sonaría a eso, resulta que no.
Empezando por el final del disco, pero también por el inicio, ya que fue el primer adelanto también, “Se abre paso” el cielo, rebosante de percusiones y jaleos épicos y festivos, una brisa folk que es verbena y ritual esperanzador al mismo tiempo. Háblame como nace esta canción y cómo ha sido el proceso creativo del disco en general, please.
Como te decía es la única canción “nueva” por decirlo de alguna manera, no estaba escrita antes de comenzar con todo esto. Salió justo cuando nos estaban soltando del arresto domiciliario colectivo de la pandemia, y se iba a quedar en eso, pero al final me gusto el resultado y fui a por más cosas. Las canciones las he montado todas a partir de unas líneas básicas de texto que conforman la idea, una melodía que suele surgir de la misma métrica de las frases y una guitarra acústica para compactarla. Luego toca darle forma al texto, es lo que mas tiempo me lleva, le doy muchas vueltas y pruebo muchas combinaciones hasta que me parezca que dice lo que quiero decir. No creo que varíe mucho de como lo hace otra gente.
Luego el trabajo de grabación ha partido de las estructuras de la composición, eso no ha cambiado, he llegado al estudio con una guitarra mal tocada, las letras y la melodía de voz y la estructura, y gente mucho más capaz que yo le han dado la forma, con mucha dedicación y cariño.
Los adelantos han dado en el centro de la diana, por lo menos en la mía. Tengo que confesarte que «La canción de la escalera» es una de mis canciones preferidas del disco. La letra, los coros de Mónica Navarro (Alondra Galopa) y esa contundente y ecléctica atmósfera sónica que te lleva en volandas de principio a fin… De nuevo luz a borbotones y aire puro que deja atrás los nubarrones y fracasos. Háblame de esa escalera y de quienes te han ayudado a hacerla y a subir los escalones.
Puede ser la letra más conseguida del disco, Le di muchísimas vueltas para que todas las ideas fueran precisas, algún error habrá, siempre te das cuenta tarde de eso, pero los errores también son marca de carácter. La canción la compuse hace 20 años, en inglés, estaba (sigue estando) dedicada a mi chica; ya la había intentado grabar varias veces, pero quedó aparcada siempre a medias por diferentes razones, incluso alguna vez la toqué en directo. Aprovechando la inercia de “se abra paso”, me planteé llevarla al estudio, resarcirme de la vieja deuda, y dejar por fin grabada la primera canción que recuerdo haber compuesto “con mis propias manos”, decidí reescribirla completamente en español, llevó mucho trabajo, pero el resultado es satisfactorio.
La grabé en Border line music con Juan Antonio Salinas, y él fue quien la hizo crecer sobre la base de la guitarra y la voz. Mónica incluyó unos coros con absoluta libertad, ella sí sabe cantar, y armoniza muy bien con la voz principal. También participa Gonzalo de Bisagra en la batería, un lujo; y las guitarras y sintetizadores son de Juan. Insisto en que todos tuvieron absoluta libertad para aportar lo que consideraron, porque creo en los beneficios que aporta la espontaneidad a los procesos creativos, y se nota que se involucraron mucho, les estoy profundamente agradecido.
Volviendo a lo instrumental, es otro apartado muy cuidado y brillante en el disco, donde mezclas y fundes en total armonía, lo acústico con lo eléctrico, la raíz con la vanguardia… Florece el folclore a base de percusiones e instrumentos no muy habituales como el cencerro o el rebab, además de futuristas sintetizadores y un onírico theremin, en otros. ¿Cómo has tejido estos paisajes sonoros y quiénes se han involucrado en ellos?
Ha participado gente controla mucho y se nota que se han comprometido con el proyecto. Hay dos producciones diferentes, una de Antonio Horrillo de Anti Studio en Fuenlabrada: “se abre paso”, “quemaduras” y “el gilipollas”, son canciones más orgánicas, más “naturales” en la instrumentación y el sonido, pero con contundencia. En este proceso también estuvo Gustavo Yuste, que además de un buen amigo es un buen guitarrista y da el toque quizá más cercano al rock de todo el disco en “el gilipollas” aunque cuesta definir a que suena.
La otra mitad la produjo Juan en Border Line Studio en Granada, es más eléctrica y sintética, aquí hay temas mas ruidosos como “la arrancada” o “sin título” y más electrónicos como “la hora del gran desprecio”, me gusta como se ha combinado este concepto manteniendo la base acústica que da una continuidad a todo el conjunto. En estas canciones son en las que han participado Mónica y Gonzalo.
El disco comienza a fuego lento y van ganando intensidad sonora con «El gilipollas». Título y letra directa que mira a los ojos a uno de los grandes problemas de nuestro tiempo… Muchos gilipollas que quieren ser escuchados y, claro, otros gilipollas, les ríen las gracias… ¿Cómo ves el panorama social y dónde crees que está parte del problema (y solución) de esta “democratización” de los gilipollas?
Estamos rodeados de gilipollas, todos lo somos en mayor o menor medida, pero vemos que triunfan auténticos gilipollas profesionales. Nos estamos acostumbrando a que los mediocres campen a sus anchas, y tomen decisiones que nos afectan en nuestras vidas; una piara de sofistas que nos aburran con su autocomplacencia y arrogancia. No veo tampoco una reacción, más allá de querer cambiar a un gilipollas por otro, parece que nos queda aguantar a estos personajes. La canción, de todas formas, es auto biográfica, pensé llamarla “autorretrato”, como decía antes, entiendo que todos tenemos dentro a un gilipollas desando salir a dar el coñazo. Y yo el primero.
Otro de los temas con luz propia y más afilado, con un galope rítmico muy marcado y guitarras huracanadas sin pausa, es ese donde “se pierden las máscaras entre el bullicio y ya no se escucha en canto del tordo…”. «La arrancada», con otra letra marca de la casa, cargada de poesía de altos quilates y reflejo/crítica social. ¿Cómo se fragua esta pieza?
Surge como homenaje a un grupo de conspiradores de taberna del que fui miembro durante unos años, un grupo de gente divertidísima y con un nivel intelectual muy alto, la cosa siempre empezaba con propósitos de cambiar el mundo, acababa en que nos echaban de los bares y vagando en busca de algún tugurio donde nos hicieran caso y nos dieran algún brebaje; hace tiempo que no les veo, a algunos ya no los podré ver más. La letra puede parecer más críptica, y seguro que tiene errores de forma. La música ha cambiado sensiblemente de la maqueta original y es de las sorpresas mas agradables que me he llevado en todo el proceso de grabación.
Dejaremos canciones sin comentar (como «Quemaduras», con esos magnéticos ritmos tribales, o la envolvente atmósfera de cuerdas que zigzaguea entre el insomnio y la pesadilla en «Sin título»), para que el público se acerque a la propuesta y las descubra por sí solo. Pero hay dos temas por los que estoy personalmente obligado a preguntarte. Por descarte y si te digo que, además de periodista, soy profesor de filosofía, sabrás a los que me refiero, ¿verdad? «La hora del gran desprecio» y «Otra vez», con textos de Nietzsche. Que sepas que, en un instituto de Lanzarote, escucharan mis alumnos estas dos canciones cuando les explique al pensador alemán.
¿Por qué elegiste estos textos de Nietzsche y los hiciste canción? Dame unas pinceladas de ambos temas, por favor.
David, Presiento que este es el principio de una hermosa amistad. Será un placer que les pongas mis canciones, no creo que llegaran por otra vía al público joven.
Me acerque a Nietzsche con 16 o 17 años, porque era muy guay decir que leías cosas así, pero me salió el tiro por la culata, me hizo mierda el cerebro, me dejó sin certezas, me hizo dudar de todas las ideas instaladas en mi mente, desconfiar incluso del lenguaje, y la ambigüedad paso a ser una marca de mí comportamiento.
En la hora del gran desprecio mezclo algunos conceptos de diferentes textos, desde el primer momento en que leí el Zaratustra quería representar el momento del concepto que plantea en el prólogo, el paso del último hombre para pasar al “übermensch” (que no se realmente traducir), de todas las opciones que he visualizado estos años la que más me gusta es que es el nacimiento de ese hombre alternativo, post hombre o como le queramos llamar en el salón de su casa, después de un día de trabajo, donde descubre que ya no le preocuparan ni lastran inclinaciones como la felicidad; ya no necesita ni buscar la felicidad, no le presta atención a todas esa cualidades supuestamente elevadas, que nos alejan del contacto con “la tierra”.
Me parece importante también la referencia al resentimiento, en base a sus teorías sobre la moral de l esclavo en “la genealogía de la moral”, y que ahora veo tan instalada en las manifestaciones culturales, ya hablaremos de eso en otro momento, porque da para varías horas.
En otra vez, representa el choque entre lo apolíneo y lo dionisiaco, en el sentido de deshacer la propia individualidad y olvidarse de uno mismo, de lo que también habla creo que en “El nacimiento de la tragedia”. Quería representar la ruptura de ese equilibro en ambas direcciones. Los versos finales me gustan por entender esa confusión como la que pudo sufrir el propio Nietzsche en sus últimos años de vida, cuando ya había pasado el límite de la reflexión y perdió el contacto con la realidad después de enfrentarse con los enemigos de ella.
Por último, ¿cómo se divisan los conciertos para presentar el disco? ¿Qué formato llevarás en directo? Para que crezca el gusanillo y ganas de verte, ¿cómo es Bravo Lahoz en vivo? Qué le dirías al público que se va a encontrar y experimentar cuando se acerque a veros sobre el escenario.
Pues primero tengo que vencer la maldición. Siempre que me sale un concierto, ocurre algo, se rompen instrumentos, amplificadores o huesos, o me pongo enfermo, ya he tocado con fiebres delirantes y la última vez, en enero tuve que suspendes por Covid, así que cada vez que sale un concierto me pongo a temblar. Apolo me tiene castigado por faltarle el respeto en mi primer concierto hace ya más de veinte años, y no me lo ha perdonado aún.
Texto: David Pérez Marín