Muchos son los que aseguran que el blues está muerto. Pues desde aquí vamos a demostrar que no. Que está más vivo que nunca, y no solo eso, sino que ha sufrido múltiples mutaciones. Y que blues hay hasta debajo de las piedras. Blues bastardo, quizá. Pero a fin de cuentas, blues.
Se lleva tiempo hablando de esta banda de Pittsburgh, en los mentideros. Prácticamente desde que se dieron a conocer a cierto nivel con su debut Roses Are Black (2019), uno de esos discos de rock empapados en blues que destacan por encima de la media; pero especialmente a partir del año pasado, cuando refrendaron esa primera sensación con el directo Ghost Hounds Live (2021) y una segunda entrega en estudio, el más que notable A Little Calamity. Su sonido, lozano e insolente, llamó la atención no solo de los aficionados sino de compañeros de profesión ya veteranos: tras el primer álbum, los Stones, Bob Seger o ZZ Top se les llevaron de gira con ellos, ahí es nada.
Aunque si hasta el momento el brazo del rock decantaba la balanza claramente hacia un lado, con su nuevo y flamante tercer disco de estudio vía Maple House Records, el recién editado You Broke Me, el peso sobre el plato del blues se ha incrementado sensiblemente. Manteniéndose en formación de sexteto, las guitarras de Johnny Baab y Thomas Tull, la sección rítmica compuesta por Bennett Miller (bajo) y Blaise Lanzetta (batería) y los teclados de Joe Munroe suenan tan recios y eficaces como hasta ahora, arropando con desparpajo la magnífica voz de Tré Nation, valor fundamental en su propuesta. Pero en esta ocasión lo hacen, como decíamos, con un álbum de puro blues. Inyectado de la energía y la potencia del rock más clásico, sí, pero como reza la entradilla de nuestra sección, a fin de cuentas, blues.
Y, sin que You Broke Me pretenda ser un catálogo de los distintos palos del género, sí que navega por entre ellos con una naturalidad sorprendente. Hablábamos unas líneas más arriba de su teloneo a ZZ Top, y baste para entender aquella invitación una rápida escucha al tema que abre el disco, ese «Baby We’re Through» que recuerda poderosamente los primeros trabajos de los barbudos tejanos. Con las orejas ya en alerta llega «Smokestack Lightning», clásico entre clásicos; hay que estar muy seguro de uno mismo y de tus posibilidades para, a estas alturas, lanzarte a revisitar a Howlin’ Wolf y más, a través de una referencia como esa, versionada por monstruos de la talla de Yardbirds, Manfred Mann, Grateful Dead o incluso Soundgarden. Pero lo cierto es que salen más que airosos, ataviando su inconfundible riff con todo un traje que ni hecho a medida.
Dos directos pues, derecha izquierda, nada más saltar al ring. A partir de ahí, es difícil que no hayan derribado cualquier reticencia que uno pudiera albergar a priori. La vibrante armónica de «Willie Brown Blues» o el dinamismo de «Through Being Blue Over You» (repetida en versión acústica como cierre) no contrastan, sino que se integran perfectamente con números menos humeantes, que no menos intensos: tanto la canción que titula el álbum, como «Still You» o «Lonesome Graveyard» bajan el tempo, pero esquivan con habilidad los clichés del “blues lento”. La última, además, imbuida de un oscuro, gótico y sureño aliento a pantano y vudú.
La sensación al terminar el disco, aparte del impulso a volver a darle al play, es la de haber transitado por diversos escenarios sin moverte del sitio. De haberte tomado unas cervezas en un garito de blues perdido en el culo de alguna carretera secundaria. De haber estado sentado en los escalones de una cabaña, disfrutando del sonido que sale del porche a tus espaldas. Y de haber estado en un festival a las afueras de una ciudad sureña, rodeado de cientos de personas vitoreando a una nueva banda sobre las tablas.
Uno de esos discos que no solo te alegran el mes en el que se editan, sino que colocas en el hueco de recurrentes de tus estanterías. Porque con apenas una o dos escuchas, sabes que va a acompañarte bastante tiempo.
Eloy Pérez