Salva es uno de los nombres más relevantes del prog escandinavo de este nuevo siglo, sin discusión. Siete álbumes y casi veinte años de carrera oficial, pese a que el guitarrista Stefan Gavik y el vocalista y multi instrumentista Per Malmberg ya llevaban tiempo tocando juntos. En realidad, hicieron sus pinitos como adolescentes, ofreciendo versiones de hard rock y heavy metal en el circuito del sur de Suecia, tras conocerse formando parte del mismo equipo de balonmano en el instituto. Gente sana estos nórdicos, ya se sabe.
Acogidos desde su tercer álbum, Thirst (2011), bajo el manto del sello White Knight, de Robert Reed, la banda entrega ahora este nuevo trabajo, un disco conceptual que narra la historia de un chico introvertido que descubre una pasión abrumadora por la música y blablablá. Nada especialmente original (más bien lo contrario) que no obstante tiene su reverso en el más que notable despliegue musical que lo acompaña.
Fieles a unos sonidos que los han acompañado desde prácticamente su debut, Malmberg y compañía inciden en ellos a través de seis temas basculantes entre el hard rock y el neo prog, siempre con la melodía como herramienta irrenunciable: no hay parte intrincada ni desarrollo instrumental que, a su vez, no obtenga su reflejo en armonías claramente pop e incluso en escarceos al más puro estilo AOR. Un disco atrevido que requiere de un oyente igualmente osado. Alguien que se sienta cómodo alternando discos de Opeth y Alan Parsons, de Baroness y la ELO o incluso (salten, salten, la ventana está abierta) de Supertramp.
¿Nadie en la sala? Pues nada, que la momia incorrupta de Iggy Pop les conserve los prejuicios. Servidor seguirá predicando en el desierto, a la espera de que algún viajero extraviado escuche su sermón. Siempre hay sitio para los hermanos del prog en este oasis dejado de la mano de Dios.
Eloy Pérez
