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Mark Lanegan, en vena o en trago largo

Mark Lanegan defied darkness to become one of his generation's most soulful  singers | Mark Lanegan | The GuardianEl pasado 22 de febrero abandonaba esta dimensión uno de los pocos vocalistas que merecen la categoría de indispensable en la escena del rock. Puede que incluso dicho ámbito le quedase corto, porque el espectro cubierto por sus prestaciones excedía los márgenes canónicos en un par o tres de puntos a la vez. Para siempre ya, una eterna voz de ultratumba. Repasamos algunas de sus mejores obras.

 

Screaming Trees, Buzz Factory (SST, 1989)

Que Screaming Trees no eran una banda grunge al uso está fuera de toda duda, ninguno de sus contemporáneos contaban con la facilidad para las melodías y las guitarras que huyen de la obviedad rocosa. Ninguna salvo Nirvana, que directamente hacían pop con pedal. En este Buzz Factory ya está todo, o casi todo, lo que hace de este grupo un imprescindible que va más allá de la escena, es más, en «Where the Twain Shall Meet» ya tenemos la línea de bajo llevando la canción, la batería precisa pero no monolítica, la guitarra que arpegia, amaga los riffs o deja líneas grabadas complementando la melodía vocal, la letra plagada de imágenes que te espetan una suerte de óxido poético (“Apoyado contra la pared/Un corte de plata sin rastro”), y la voz, esa voz ya tan bella e insondable de Mark Lanegan. [J.A.]

 

Screaming Trees, Dust (Epic, 1996)

La resaca de Sweet Oblivion (1992) causó estragos. Trescientas mil copias vendidas y «Nearly Lost You» disparado como single gracias a la b.s.o. de Singles; dos tipos que nunca se llevaron bien (Lanegan y Gary Lee Conner) y una intensa gira para avivar sus rencillas; la presión de tener que capitalizar el momento y un talento innato para eludir los cantos de sirena de la industria. Cuatro años tardaron en materializar Dust, a la postre su epitafio y sin duda uno de los mejores álbumes de los noventa; el ambicioso último hurra de una banda cuya expansiva concepción del noble arte de cincelar canciones cristalizó aquí en diez gemas arrebatadoras —e indisociables, Dust es un todo— que embellecen el perfil quebradizo de un ser esquilmado por el dolor. Una voz capaz de hacer levitar y refulgir ese polvo eterno en el que todos, algún día, nos convertiremos. [R.E.]

 

Mark Lanegan, I’ll Take Care of You (SubPop, 1999)

Animado por el buen feeling creado durante la grabación de un par de versiones para las caras B de los singles de Scraps at Midnight (1998), Lanegan convocó nuevas sesiones para hilvanar un sentido homenaje a varios de sus referentes. La desnuda relectura acústica del «Carry Me Home» de The Gun Club, encadenada con el nocturno lamento blues del corte titular grabado por Bobby Bland, calibran el registro emocional y el propósito último de un disco que trasciende la mera adulación por los artistas seleccionados: llevando a su terreno, filtrando a través de su garganta empapada en whisky las canciones de Tim Hardin, Buck Owens, Tim Rose o Fred Neil, Lanegan traza conexiones casi espirituales entre ellos y actualiza sus virtudes pretéritas al demostrar cómo le sirven a él, figura de la generación grunge, para verbalizar sentimientos profundos y atemporales. [R.E.]

Bubblegum (Mark Lanegan Band): mascando la pena | likejudasofold

Mark Lanegan, Bubblegum (Beggars Banquet, 2004)

Lanegan mezcló ingredientes contemporáneos a sus raíces para pergeñar un disco oscuro, contundente, que no desatado, y en el que se mostraba despiadado y convencido de sus actos, el álbum perfecto para echarte en cara todos tus malos pasos. Contiene un aire festivo, retorcido de mandíbula tensa que responde por «Hit the City», escucharla y querer ir a tu bar de referencia es todo uno, y bellezas inapelables como «Morning Glory Wine», si la primera te arrastra a la calle la segunda te trae de  vuelta a la vida. Un disco de arreglos precisos en acordes menores, pensado para hacer un viaje a bordo de percusiones de aire industrial, teclados delicados y guitarras siempre afiladas, si se te hace largo cambia de página o ponte «Strange Religion» y piénsatelo de nuevo. [J.A.]

 

Mark Lanegan & Isobel Campbell, Ballad of the Broken Seas (V2, 2006)

Muy de vez en cuando aparece un disco que nadie sabe en qué cajón meter, uno que la crítica de toda condición alaba y que le gusta a los dos amigos que jamás se ponen de acuerdo, uno que te pone las orejas en punta felina («Deus Ibi Est»), que te deja ir a ras del suelo, caminando sobre un piano, como el tema titular, en medio de una suerte e ensoñación («Saturday’s Gone»), o en una inquietante mezcla de todo ello («The False Husband»), todo elogio se queda corto ante un viaje de las proporciones de este, que es Isobel, que es Mark, que es América e Irlanda, Escocia e incluso tú mismo. La discusión entre géneros, sobre quien interpreta o la canción, pierde todo el sentido ante obras perfectas como esta. Y si hay algo más lúbrico que el modo de revisitar «Ramblin’ Man» —vean su vídeo si les dejan—, yo no lo conozco. [J.A.]

 

Mark Lanegan, Straight Songs of Sorrow (Heavenly, 2020)

No es tarea fácil volver a escuchar la última entrega discográfica de nuestro protagonista asumiendo su nueva e inesperada condición de testamento artístico. Inspirado por la gestación a corazón abierto de su autobiografía Sing Backwards and Weep, Lanegan en cierto modo planteó aquí el acompañamiento sonoro a esa catártica escritura; en complicidad con Alain Johannes —alguien que también sabe de transferir sus tormentos a su cancionero— y otros buenos amigos como Greg Dulli, Warren Ellis, Ed Harcourt o Adrian Utley, el hombre de las mil cicatrices las explora con una franqueza sobrecogedora —imposible no sentir un escalofrío ante la crónica del desamparo yonqui que describen «Ketamine» y «Skeleton Key»—, desplegando todos esos resortes musicales de los que ya era maestro y jugando como nunca antes con la gran riqueza expresiva de sus cuerdas vocales. [R.E.]

 

Texto: Fermín García, Jorge Alonso & Roger Estrada

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