Sólo llegar a los aledaños de Funhouse, se podía palpar. Se podía respirar. Nos esperaba una noche especial. Tanto fuera como dentro de la sala, entre los asistentes, se divisaba a un grupo de entrañables guiris, felizmente desaliñados, con sus mullets setenteros (que no ochenteros, ojo).
Tras una previsible espera, los de Kansas tomaban el escenario sin prisa, con cercanía y ánimo de interacción, como quien se enfrenta a una pachanga entre amigos, más que a una cita englobada en una gira transcontinental. Podríamos considerar que ese es uno de los defectos de The Whiffs, su absoluto desinterés en términos como «profesionalidad» o «sentido del negocio». Quizás les faltan tablas. O quizás no les interesa el concepto encorsetado que, habitualmente, se tiene cuando se habla de tablas.
Pero más allá de elucubraciones más o menos subjetivas, cuando el cuarteto se puso a lo suyo, nos llegaron al corazón. A pesar de la creciente afonía de Rory Cameron, su pluscuamperfección power-pop nos encandiló sin remisión desde el minuto uno.
Sus canciones beben de los cánones del power pop de Stiff records (su nombre, su imagen y su imaginería, así lo muestran, sin tapujos). Ramones, Cheap Trick, The Replacements, Flamin’ Groovies, The Beat, Thin Lizzy, New York Dolls y un largo etcétera de fantásticos referentes del más puro power-pop o/y, sobretodo, rock and roll, se dan cita en unas canciones que no buscan aportar nada nuevo, sino abundar en lo bueno y mejor de un sonido, el de (principalmente) la américa de los años 70, el cual, a su vez, bebe de la música de los 50 y 60. Una auténtica delicia, vamos.
A pesar de llegar con el sambenito de pecar de breves en a anteriores fechas de la gira, el empuje del público, el par de rondas de chupitos de Jameson ingeridas durante el bolo y las ganas que se contagiaron unos a otros, se sobrepusieron a los problemas vocales. También al palpable cansancio acumulado durante la gira. Por tanto, y en lo referente a, concretamente, su parada por tierras madrileñas, los americanos nos entregaron un concierto entrañable, destartalado, sudoroso, divertido, de casi una hora del mejor power-pop. Porque el cometido de The Whiffs no es aportar nada nuevo, sino emular con precisión quirúrgica el sonido y las bonanzas de todas aquellas bandas con las que se han educado musical y emocionalmente.
Y es por eso que nos fuimos contentos. Porque lo consiguieron y porque nos hicieron tomar conciencia a todos y a todas, sobre el porqué nos gusta la música que nos gusta. Y también nos mostraron cómo se recrea y homenajea un sonido imperecedero, cuya inclinación hacia el mismo ejercía de nexo entre banda y público, hasta crear una comunión cercana y genuina. Una fraternidad que debemos poner en valor, porque nos guste más o menos, es algo que se ha perdido, en un mundo hiper profesionalizado, en el que los festivales miméticos se multiplican hasta hacernos perder la cuenta, por cantidad, calidad y, en muchos casos, similitud de propuestas.
Daniel González
Foto: Sergi Fornols