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Eagles of Death Metal – La Riviera (Madrid)

Creo que no hay nombre que haga menos justicia por una banda que el de Eagles Of Death Metal. Un nombre que evoca a apocalipsis y destrucción, a sonidos guturales y baterías de doble bombo. Sin embargo, el grupo liderado por el increíblemente carismático Jesse Hughes es una fiesta constante. Una oda a la alegría y al buen rollo que nos ha vuelto a recordar, por si alguno lo había olvidado, la relevancia que la música en directo tiene en nuestras vidas.

Son muchos los que ansiábamos volver a pisar La Riviera como en los viejos tiempos (es decir, como hace un par de años), haciendo previa, haciendo cola, haciendo ruido y haciendo postconcierto. Y para un plan así, los EODM son cojonudos. El conjunto perfecto para cualquier festival. Música sencilla pero eficaz, directa como un gancho de Tyson. Sin florituras ni grandes alardes, puro stoner. Batería a toda hostia y a darle caña a eso del rocanrol.

Con 2/3 de la sala copada, los californianos salen a sus puestos. Mientras cada miembro ocupa su posición –mención especial a Jennie Vee y su indumentaria HarleyQuinnaria–  Jessie va de un lado a otro cantando el “We Are Family” de Sister Sledge que suena por los altavoces. La música se corta, Jessie se baja las gafas y al lío.

“I Only Want You”, “Don´t Speak (I Came to Make a Bang!)”, “Heart on” o “Cherry Cola” -que dedica a las allí presentes- conforman lo más destacado de la primera parte del show, con un público excitado, aunque poco bailón (aún hay que desoxidarse después de todo este tiempo), que queda un poco frío ante lo que se está viviendo ahí arriba.

Pero hablemos del frontman: Hughes es una fiesta constante. Un cincuentón con un rollo que ya quisieran muchos veinteañeros y no tan veinteañeros que pestañean por y para el postureo. Jessie tiene su propio código. Camiseta de su banda, tirantes, y una melena pelirroja que aleja un poco al cantante de su faceta Sons Of Anarchy, pero que no resta un ápice a un magnetismo innato, algo que un público como el español sabe apreciar. Bailes, saludos y paseos por todo el escenario para que nadie se quede sin un trocito de Jess.

Pocas veces he escuchado a La Riviera sonar tan bien, algo de lo que muchos suelen quejarse. Una leyenda tan madrileña como el río que fluye al lado de la sala. Un show de apenas 80 minutos en el que EODM mezcla canciones propias con grandes versiones, como la del  “Moonage Daydream” de Bowie, la del “Ace Of Spades” de Motorhead o  la del “I Can´t Help Falling in Love With You” del Rey del Rock, que interpreta Hughes en maravilloso acústico ante unos espectadores entregados para la causa.

Pero no todo es perfecto y en un concierto que empieza con el listón por las nubes es complicado acabar igual o mejor. “I Like To Move In The Night” y “Speaking In Tongues” cierran un show sin pausa, como hacían los Ramones o siempre han hecho los Pixies. Apabullan. Terminan. Se juntan. Saludan. Agradecen. Y se piran. Sin más. Mientras, todos nos quedamos con esa sensación extraña y surge esa pregunta que no conoce contexto positivo: ¿ya está?

Quitando esto, conciertazo de cabo a casi el final del rabo. Hemos venido a jugar y nos lo hemos pasado como niños. Lo que somos todos cuando hay música en directo. Es maravilloso volver a sentir todo esto. Es maravilloso ver a gente moviéndose sin parar ante una banda que, por motivos que todos conocemos, podía haber puesto punto y final a su carrera de forma totalmente justificada. Pero la música manda. La música nos gobierna. Con música en directo, todos nos tomamos la vida un poquito menos en serio. Como esta  banda que se toma más en serio de lo que parece y menos en serio de lo que podría.

Texto: Borja Morais

Fotos: Salomé Sagüillo

 

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