Muchos son los que aseguran que el blues está muerto. Pues desde aquí vamos a demostrar que no. Que está más vivo que nunca, y no solo eso, sino que ha sufrido múltiples mutaciones. Y que blues hay hasta debajo de las piedras. Blues bastardo, quizá. Pero a fin de cuentas, blues.
La relación del blues con el celuloide ha existido casi desde los inicios del sonoro: ya en 1929, apenas dos años después del estreno de The Jazz Singer, Bessie Smith protagonizaba un corto de dieciséis minutos titulado St. Louis Blues, inaugurando un vínculo, empero, famélico y esporádico, escaso de grandes títulos y tendente al tópico en demasiados de ellos. Bien como telón de fondo o motivo principal en los guiones, bien en retratos biográficos o como base de documentales, el blues fue dejando a lo largo del siglo XX una serie de films tan olvidables -en no pocos casos- como alguna que otra pequeña joyita. Siempre hablando, obviamente, en términos estrictamente dramáticos y/o cinematográficos; la calidad de la música, ya sea diegética o banda sonora pura y dura, se da por descontada.
Así, cualquier lector habitual de esta sección recordará películas como Sounder (1972) y su magnífico soundtrack, cortesía de Taj Mahal; Lady Sings the Blues (1972), el biopic de Billie Holiday, encarnada por una improbable Diana Ross; Crossroads (1986), blandengue acercamiento al faustiano mito de Robert Johnson con el todavía más improbable Ralph Karate Kid Macchio (a este respecto, mejor dirigirse directamente a The Search for Robert Johnson, el notable documental dirigido por Chris Hunt en 1991) y por supuesto, el canónico despiporre de The Blues Brothers (1980), cuya secuela en 1998 no vale la pena ni mencionar.
Hay algunas más, por supuesto, pero por citar -hablando del siglo XX- algunas de la más conocidas, lo dejamos aquí. Porque de lo que se trata en este artículo es de recopilar de algún modo, como el propio título indica, algunas de las cintas más destacables del 2000 hasta hoy. Y tenerlo a mano como una buena opción para romper la monotonía en aquellas ocasiones en que, tras siete horas enlazando un capítulo tras otro de cualquier serie de mierda, necesita uno volver a poner el cerebro en funcionamiento.
Empecemos diciendo que el siglo y el milenio parecían iniciar su andadura con buen pie al respecto. El mismo año 2000 se estrenaba O Brother, Where Art Thou?, uno de esos films “menores” de los Coen que retrataba en clave de humor, más allá de sus simpáticas referencias homéricas, todo ese mundo del blues rural en el Mississippi de la Gran Depresión. Las aventuras y desventuras de tres convictos fugados de un penal (George Clooney, John Turturro y Tim Blake Nelson) se salpican con referencias al blues como su encuentro con un guitarrista -Chris Thomas King- que “vendió su alma al diablo” o la propia banda que forman los tres pringaos, The Soggy Bottom Boys, llegando a grabar «Man of Constant Sorrow» en una emisora de radio. No es una gran maravilla (para eso ya están Miller’s Crossing o Barton Fink en la filmografía de los hermanos), pero en el cómputo global de la lista de films sobre blues se sitúa en la parte alta, ni que sea por la endeblez en la competencia.
Y si para los amantes del blues y el cine la cosa parecía haber empezado bien en los dos mil, Ghost World parecía refrendar esa sensación al año siguiente. Basada en un cómic de Daniel Clowes, quien firma el guion a medias con el director, Terry Zwigoff, la cinta establecía una secundaria relación con el blues a través del personaje de Seymour (a cargo del gran Steve Buscemi), un friki coleccionista de discos de 78 rpm originales de los años 20 (al igual que Zwigoff, al parecer). Es a través de él -y de su maravillosamente anticuada y tradicional visión del blues- que el film incorpora a su banda sonora clásicos añejos de gente como Mr. Freddie, Skip James, Joe Calicott, Robert Wilkins, Pink Anderson o Little Hat Jones.
Pasarían tres años sin referencias de importancia, hasta que en 2004 uno de los nombres capitales del asunto, Ray Charles, conseguía su clásico biopic hollywoodiense con Ray. Encarnado por un competente Jamie Foxx (al que personalmente considero un manta pero que aquí se lo curró), el genio ciego de Albany se nos presenta según los convencionalismos de este tipo de films, sin aspavientos pero también -por suerte- sin innecesarias necedades.
Salto a 2007 con algo totalmente distinto. Black Snake Moan parte también de un elenco de estrellas (Samuel L. Jackson, Christina Ricci, el pamplinas de Justin Timberlake) para una historia más bien insensata y pasada de rosca. Entra en lista básicamente por el personaje de Jackson, un viejo bluesman con fama de follarse todo lo que se mueve y un soundtrack que bascula entre lo clásico (R.L. Burnside, Son House, Bobby Rush) y lo contemporáneo (The Black Keys, North Mississippi Allstars), amén de contar con el propio Samuel interpretando tres o cuatro temas.
Otro ejemplo de la mala suerte que suele tener el blues en su traslación a la gran pantalla lo encontramos en Honeydripper, también en 2007. Una película que a priori lo tenía todo tanto por ambientación (la Alabama rural de 1950) y personaje (el pianista y dueño de un pequeño garito de blues, el Honeydripper que titula el film), acabó resultando otro de esos trabajos tras cuyo visionado uno piensa “no está mal, pero coño, podría haber sido mucho mejor”. Y ello pese a contar en guion y dirección con un tipo tan sólido y eficaz como John Sayles. De nuevo la combinación de savia vieja (Ruth Brown, Memphis Slim, Lil Green) y no tan vieja (Gary Clark Jr.) añaden un plus al conjunto.
El año 2008 nos traería dos nuevos films que recomendar, ambos trazando la historia de Leonard Chess en el Chicago de los cincuenta y el sello discográfico al que prestó su apellido y que se convertiría en referente durante años. El primero, Cadillac Records (2008), cuenta con un reparto más popular (Adrien Brody, Beyoncé, Jeffrey Wright) que Who Do You Love, segunda versión que se diferencia, mayormente, por dar más protagonismo al hermano menor de Leonard, Phil, prácticamente invisible en la primera. Ambas películas chorrean clásicos por doquier, no hace falta decirlo. Igual que cabe suponer que, ese año 2008, la recaudación por derechos de autor en Chess Records pegó un subidón más que sensible. En cualquier caso vale la pena ver ambos films en un corto espacio de tiempo pues, de algún modo, se complementan.
Y de aquí pasamos a una elipsis en las que personalmente no recuerdo nada reseñable, como si el cine se hubiera olvidado definitivamente del blues; hasta el año de la pandemia, en que se estrenaba Ma Rainey’s Black Bottom (torpemente traducida, en nuestra tan celtibérica tradición, como La Madre del Blues), centrada en la mítica cantante Gertrude Malissa Nix Pridgett Rainey, Ma Rainey para los amigos. Un buen film, esta vez sí, que se ayuda de las esforzadas y convincentes actuaciones de Viola Davis y del tristemente desaparecido Chadwick Boseman.
Hasta aquí llegaríamos en materia de “ficción”. Que era básicamente de lo que se trataba. En alguna próxima entrega haremos algo similar con el cine documental, ahí queda la amenaza.
Por otro lado, y releyendo el texto, creo que según cómo puede dar la impresión de que estoy recomendando una serie de films entre lo anodino y lo mediocre. Y tampoco es eso. Que el blues y el cine no se hayan hermanado en este siglo (como tampoco lo hicieron en el anterior) para legarnos una docena de obras maestras, no quiere decir que todas y cada una de las películas mencionadas no tengan sus puntos de interés, tanto para el cinéfilo como para el aficionado al blues.
Y, de nuevo, con el aliciente y/o acicate de disfrutar de sus bandas sonoras, ahí donde realmente está el queso.
Eloy Pérez
