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Blues en la encrucijada: J-Rad Cooley, nueva voz para los viejos sonidos

Muchos son los que aseguran que el blues está muerto. Pues desde aquí vamos a demostrar que no. Que está más vivo que nunca, y no solo eso, sino que ha sufrido múltiples mutaciones. Y que blues hay hasta debajo de las piedras. Blues bastardo, quizá. Pero a fin de cuentas, blues.

J Rad COOLEY - Yard Sale CD at Juno Records.Dos aspectos llaman la atención sobre nuestro protagonista de esta semana. Uno, su lugar de nacimiento: Salt Lake City, Utah; que no es la meca del blues, precisamente. Y dos, su precocidad. Nacido en 1998, a los trece añitos e impulsado por una tempranísima afición al género, (de sus primeras escuchas destacan sospechosos habituales como Ray Charles, Muddy Waters, Lightnin’ Hopkins, Blind Willie McTell, Dr John, Louis Armstrong o Robert Johnson entre muchos otros) ya le daba a la guitarra, un primer amor que -como tal- le duró más bien poco, pues al año siguiente encontró su verdadera vocación en el piano y la armónica. Y en empezar a escribir su propio material, inspirado por sus mayores: “Cuando tenía catorce años, empecé a tocar con gente que era mucho mejor que yo en ese momento, y recuerdo que algo me sacudió en el mismo momento en que los escuché tocar: nunca había estado más seguro de lo que quería hacer el resto de mi vida”.

Y para ello, Jared McLean Cooley hizo lo que tocaba: militar en una banda. En las filas de The Arvos con tan solo quince primaveras, el grupo le sirvió de taller de aprendizaje hasta que en 2017 vuela por su cuenta, formando Ol’ Fashion Depot. El nuevo proyecto, esta vez enteramente personal, se rebautizaría como J- Rad Cooley Band hace poco más de un año. Mucho escenario, mucho ensayo y mucho callo pese a su juventud, que finalmente le ha llevado a debutar con un disco repleto de frescura, pese al tono más que clásico de la propuesta inserta.

Como esa tradición tan yanki que titula el disco, Yard Sale pone a la venta todos y cada uno de los cachivaches a las puertas del garaje de Cooley: es decir, mayormente blues, pero también jazz, ragtime, country, soul y rock’n’roll en distintas dosis. Y uniéndolo todo, una más que notable capacidad como narrador, aprendida de contrastados referentes: “Siempre he sido un tipo de blues, pero también me han inspirado mucho otros artistas como Bob Dylan y Leonard Cohen, por ser tan buenos narradores y tan creativos como escritores. Principalmente, siempre he querido ser un buen compositor”.

Grabado en los estudios Wild Feather de Hendersonville, Tennessee, este debut es una carta de presentación a la que merece la pena dedicar más de una tarde. Un trabajo que suena contemporáneo -y maravillosamente desinhibido- pese a asentarse en unos cimientos de lo más tradicional. Ocho canciones propias y una versión («Baby Won’t You Please Come Home», un tema que Bessie Smith metió en listas nada menos que en 1923) en las que Cooley se pasea con tanta suficiencia como respeto. Producto del desparpajo inherente a sus veintitrés años la primera, y de la inteligencia de saberse legatario de una tradición más que centenaria, lo segundo.

Acompañado, entre otros, de miembros de Too Slim & the Taildraggers, Cooley consiguió que un viejo amigo y paisano de Utah ahora afincado en Memphis, el famoso armonicista Tony Holiday, se encargara de la mesa. Trabajo que le agradece acreditándole en la misma portada del álbum. Una relación, por cierto, cuya génesis merece ser contada. Ambos se conocieron al compartir escenario por primera vez en Salt Lake City, en la primavera de 2015. Cooley había olvidado uno de los cables de su teclado, así que Holiday se ofreció a llevarle hasta su casa para tratar de encontrar otro cable. A medio camino, el coche de Holiday tuvo una avería y Cooley tuvo que empujarlo el resto del camino. Todo para llegar a casa de Holiday y, tras mucho buscar, descubrir que ni cable ni nada. Afortunadamente, el automóvil quiso volver a arrancar y los dos volvieron al show, que llevaron a cabo con algunos apaños. Ese fue el chapucero inicio de una bonita amistad entre ambos, con Holiday tomando a Cooley como discípulo, enseñándole trucos y técnicas con la armónica y, como hemos visto, acabando por producir Yard Sale.

El resto, como casi cada semana, queda pues a discreción de los lectores de esta sección. Busquen el disco, dedíquenle la atención que buenamente puedan y no se arrepentirán. No será la novedad que vaya a cambiar sus vidas, pero sí es la primera piedra -sólida y prometedora- de lo que podría ser una carrera más que brillante. Si el chaval sigue en esta línea y da un paso más allá en el proceso de afianzar su personalidad y encontrar su verdadera voz, siempre podremos decir con cumplida autosuficiencia aquello de “yo ya lo conocía desde que empezó”. O bueno, casi.

Él, por su parte, no puede tener las ideas más claras al respecto: “La primera vez que oí blues y realmente lo aprecié, recuerdo haber pensado que era una de las cosas más reales que nunca había escuchado. Era puro, crudo y veraz hasta la médula. Me metí en otra música más tarde, por supuesto. Pero siempre tendré un amor especial por el blues, y me gustaría agradecer a todos los que continúan con la tradición y mantienen vivo el género”.

 

 

Eloy Pérez

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