Muy para todos los públicos, el nuevo trabajo de Jonas Lindberg. Rock progresivo en su acepción más melódica, algo que tampoco debería sorprender a quien conozca sus (escasas) referencias anteriores. Ya hace mucho -allá por 2008- que Jonas empezó con esto como un mero proyecto de examen en Piteå, una pequeña ciudad al norte de Suecia. Instalado poco después en Estocolmo, la experiencia acumulada fraguó primero en los eps In Secret Pace (2012) y The Other Side (2013) y más tarde en Pathfinder (2016), verdadera presentación en sociedad. Un título que mostraba ya a un autor con facilidad para el gancho compositivo, tan atento a las referencias sinfónicas de rigor como al rock clásico de los setenta en toda su extensión.
Parámetros que no solo mantiene, sino que aumenta ahora con un disco gestado durante la pandemia, escrito sin injerencias y grabado acorde a las circunstancias. Ahí está la banda y sus aportaciones, pero la batuta (y el peso de todos los instrumentos menos la batería) está claro quien la lleva. Ya sea a dúo con Jenny Storm en la inicial «Secret Motive Man», ya entregando veinticinco minutos de épica en la suite que titula el álbum, con aparición invitada de Roine Stolt (influencia más que evidente en buena parte del material).
Quien busque vanguardia, riesgo o experimentación en el género, mejor que se gaste la pasta en otra cosa, eso sí. Aquí de lo que se trata es de disfrutar de la pompa y de la melodía sin complejos. Hay momentos de cierta complejidad, obviamente, pero el conjunto no renuncia ni a cierto coqueteo con el pop de los ochenta («Little Man») ni a una sensibilidad folk que recuerda tanto a Zeppelin en su tercera entrega como a los Opeth más acústicos («Astral Journey», «Why I’m Here»)
Un buen segundo intento, por resumir. Que todavía no le garantiza, por supuesto, el poder sentarse a comer con monstruos de la talla de The Flower Kings, Transatlantic o Agents Of Mercy, pero que sigue asfaltando un camino el cual, probablemente, acabe consiguiéndole sitio en la mesa.
Eloy Pérez
