Ocurre escuchando algunos discos que, sin verlo venir, se convierten en hogar. En ese que habitas ahora, o en el que lo hiciste hace tiempo, pero que de cualquier manera saben a casa y te recuerdan a ella. Suenan a lo que fuiste un día y también a lo que sigues siendo. A esa comodidad emocional donde uno se siente identificado y protegido, a gusto, libre y anárquico porque nadie mira, nadie juzga, todo vale. Es tu sitio, tu territorio, tu fuerte, tu «barricada», como dice el propio Gerard Alegre, alma y voz de El Último Vecino, que utiliza esa palabra, entre otras tantas, para definir este nuevo disco. Y qué acertada es.
Juro y prometo, asentado desde su título en esa dualidad solemne de verdades y mentiras, nos llega hasta este lado con tanta integridad como ha sido concebido. A partir de frases sencillas que esconden reflexiones complejas, se levanta un repertorio de nueve canciones que atienden al arrepentimiento, a la desesperanza, a la disidencia y a la fe en nosotros mismos. Y ahí está la clave, en la sencillez. En una sencillez aparente por la inofensiva y pueril voz de Gerard que, en realidad, no para de lanzar trallazos a nuestra conciencia, mientras cambia de plano vocal a su antojo sorprendiéndonos cuando creemos haber encontrado la calma, acercándose en ocasiones al relato cantautor, convirtiéndose en pura lisergia o haciéndonos despertar entre rabias y pesadillas.
Situaciones cotidianas como el desencanto, la decepción, la frustración de comuna o el machaque personal al que nos somete nuestra autocrítica se convierten esta vez en la clave narrativa de esa línea de pop atemporal y personal con la que El Último Vecino ya nos conquistó una vez. Imposible olvidar aquel debut discográfico y homónimo de 2013 o las recurrentes «Antes de conocerme» y «Una especie de costumbre», de su segundo álbum, Voces, en 2016.
Esa misma sencillez de la que hablamos se traslada al plano sonoro de un modo magistral. Porque aunque de pop sintético trata la historia, las reminiscencias ochenteras que lo apuntalan y los ramalazos oscurantistas propios del post punk que lo terminan de bordar, regalan una dimensión a la obra que, aunque pueda parecer excesivo, bien podría recordarnos a algunos pasajes de los primeros New Order o de los rusos Motorama. Porque reinventar a toro pasado el sonido de una década tan manida como los ochenta puede parecer sencillo. Aquí, otra vez la sencillez. Pero los detalles con los que El Último Vecino lo hace, oriundos de una imaginario ecléctico, integrado y perfectamente escogido en cada instante, dotan al conjunto de personalidad propia y, al mismo tiempo, compartida. Sin nostalgias, pero con miras hacia sensaciones añejas; sin complejos y atreviéndose a jugar también.
La luminosa «Ábreme la puerta» es mágica en su estribillo. Las programaciones coloristas de «Átame» y su intro marcan velocidad a un sosiego entre ecos. Sinuosos dejes árabes en la bonita «Niño, discúlpame». «El desastre» es una de esas «canciones hogar», una de esas canciones de siempre y por las que El Último Vecino ya se distinguen entre tantos. «No me dejas», ciertamente excéntrica por hipnótica, demuestra las capacidades guturales de Gerard, él llega hasta donde hay que llegar y si no lo hace es porque no le da la gana. Igual que «Otra vez tú delante», solo que esta vez su voz resuena entre tintineos dream.
Pero «Mundo mágico», «Mentirosa» y «Juro y prometo», que le da nombre al disco, son el auténtico santo grial del mismo. La primera, por ese lenguaje after punk del que hablábamos antes traído al presente de un modo elegante y tierno. La segunda por el enredo entre consciente y subconsciente, ángel y diablo, que se trae entre manos, mientras despliega honestidad. Y la tercera, por rescatar tótems de El Último de la Fila, como «A veces se enciende» y «Aviones plateados», de un modo soberbio, original y cero sobrante. Todas ellas por estribillos infalibles. En eso consiste el pop, ¿no? Todas ellas con frases lapidarias que nos acompañan en lo superfluo y en lo profundo. Todas ellas son la llave de la casa de El Último Vecino, donde habita una nueva forma de comprender la new wave con corazón electrónico.
Texto: Sara Morales