A primera escucha, el tercer álbum del conjunto londinense que guía con ecléctica dulzura Cathy Lucas podría pasar por muzak para hípsters que de ningún modo van a permitir que la música de fondo limite su inquebrantable intención de hacerse los interesantes.
Pero la insondable tozudez del aparentemente superficial Ookii Gekkou va calando en el oyente y transportándole a un confortable espacio donde las chicas peinan flequillo y visten oriental, ellos mesan sus barbas y calzan sandalias. La sombra de Stereolab se proyecta en las estancias de esta caverna pretérita donde la exploración se lleva a cabo todavía con métodos analógicos: tonadas de pop femenino sublimado en golosa inocencia, pespuntadas por polirritmia afrofunk, jazz del espacio exterior y alocuciones de seres anónimos. “El sonido de la vida ordinaria bajo nuevas reglas, un disco concebido y creado en tiempos sombríos, una suerte de cazasueños que venza la locura del año pasado”, sugiere la nota de prensa. De ahí que estos mantras, donde Alice Coltrane interpreta gamelanes y Morricone dirige una uber-improv de Can, me tengan atrapado en obnubilada abstracción. «Big Moonlight», traducción del título japonés del álbum, abre la sesión espiritista con desganado atractivo, pero no advierte de lo que te espera en los siguientes cuarenta minutos. Un ventanal a una incierta, a veces amuermante, dimensión recíproca donde temas como «Phase One Million», «Wider than Itself», la intrigante «In Cucina» o «The Lift» impulsan exóticas sensaciones, apacibles marejadas. Música misteriosa y sensual, apenas cantada o susurrada, que anima a agudizar oído y mollera. Y hasta puede bailarse… suavemente.
Texto: Ignacio Juliá