T.C. Boyle (Peekskill, Nueva York, 1948) se ha especializado en novelar historias reales, mezclando personajes auténticos con otros de su invención. Ya en su primera novela, “Música acuática” (1981), se inspiraba en el explorador escocés Mungo Park.
Y en “El balneario de Battle Creek” (1993) narraba las peripecias de John Harvey Kellogg, inventor de los corn flakes (Alan Parker la adaptó al cine, con Anthony Hopkins de protagonista). Después de “Los Terranautas” (que parte del experimento real en 1994 confinando a ocho científicos de cara a una base futura en otro planeta), Impedimenta publica ahora “Una libertad luminosa”. Y, una vez más, todo gira en torno a un personaje real, Timothy Leary, el gurú de la sustancia que revolucionó la década de los sesenta: el LSD.
Pero a diferencia de “Los Terranautas”, que era excesivamente larga (casi 600 páginas) para la historia que contaba, en esta ocasión sus poco más de 400 páginas se leen con gran fluidez. Tras un excelente prólogo situado en 1943 (con el doctor Albert Hofmann como protagonista, inventor del LSD), pasamos a 1962 y la familia formada por Fitzhugh Loney (estudiante de psicología), su mujer y su hijo adolescente, que se verán involucrados en el grupo habitual de sesiones dirigidas por Leary. Poco a poco los lazos se irán estrechando hasta formar una especie de comuna, con los problemas que se derivan. No olvidemos que entonces el LSD aún era legal (de hecho, la idea inicial era convertirlo en fármaco para uso psicológico y psiquiátrico), y así no es de extrañar que los Beatles (a quienes Boyle cita al comienzo del libro) hiciesen una indirecta apología en 1966 con “Tomorrow Never Knows”: “Desconecta, relájate y déjate llevar. No es morir, no es morir”.
Texto: Jordi Planas
