La reaparición del exLuna/Galaxie 500 no aporta novedades en su canon, pero nos lo muestra inspirado en la composición, más seguro que nunca como cantante y dueño de un paisaje sonoro inconfundible.
Siempre es un placer charlar con Dean Wareham. Pendiente de la conversación, esta puede acabar en un lugar que no habías sospechado. Un poster de una película de Fassbinder colgado en la pared de su estudio te lleva por un camino, y otro que él vislumbra detrás del entrevistador da pie a un fugaz desvío sobre Jonathan Richman, uno de sus ídolos, del que somos informados de su reciente vacunación. “Conociéndolo, sentía curiosidad por si se había vacunado. Creo que dijo, “Por supuesto, es mi deber como ciudadano” (risas)”. I Have Nothing to Say to the Mayor of L.A. (Double Feature Records-Everlasting). Siempre atento, interrumpe los prolegómenos de nuestra conversación cuando mencionamos como de pasada que ha pasado mucho tiempo desde Emancipated hearts, el disco que iniciaba su carrera en solitario.
“Estaba hablando de eso hace un momento con Britta. La verdad es que siento que este es mi primer disco. Había escrito las canciones para aquel primer EP con anterioridad, pero cuando llegó el momento de grabar mi primer álbum, Dean Wareham, no tenía ninguna acabada, y tuve que rematar las letras en el último momento. No pasa nada, a veces ocurre, pero esta vez entré mejor preparado, porque había pasado siete años sin componer canciones y estas las escribí expresamente para el disco.”
Me sorprendió mucho enterarme de que no habías compuesto ni una canción nueva en estos siete años.
A veces escucho a artistas que dicen, “tenía cien canciones para escoger…”. Vale, puede que tuvieras cien canciones, pero no estoy seguro de que fueran buenas (risas).
Tal vez con el tiempo sea más difícil…
Puede, creo que yo soy más exigente con las letras. Lo cierto es que durante este tiempo he grabado una banda sonora, dos discos de versiones, el instrumental de Luna, he girado solo, como dúo, con Luna… No se puede decir que no estuviera ocupado, pero fui posponiendo la composición. Jason Quever, mi productor, no dejaba de insistir en que trabajara en nuevos temas, y el año pasado me habló de un estudio en San Francisco al lado de la playa en el que se había cancelado una sesión. A veces no hace falta más que eso, fijar una fecha en el calendario, recibir un pequeño adelanto y planificar con tiempo, para forzarte a escribir.
No sé a quién le oí que cuando le preguntaban qué llegaba primero, si la música o las letras, respondía: la pasta.
(Risas) Tiene todo el sentido. Muchos de los discos de Luna nacieron así, cuando recibíamos un avance, o porque acabamos una gira y pensabas, si no componemos algo el dinero no va a llegar. Eso tiene su parte buena y su parte mala, está bien que algo te fuerce a trabajar, pero al mismo tiempo necesitas tomarte tu tiempo hasta que sientes que tienes algo que decir. El bloqueo del escritor a veces tiene que ver con eso, no es que sea como una enfermedad, sino que en ese momento no tienes nada que contar.
Lo primero que me llamó la atención es que tu voz suena diferente, algo más cascada, pero en el buen sentido.
Puede que un poco más vieja (risas). Creo que sí canto diferente en este disco, un poco más alto y más metido en el personaje de la canción, alguien que no tiene por qué ser Dean Wareham. En “Why Are We in Vietnam” creo que estaba algo borracho después de cenar, pero en general tenía las letras bien preparadas y eso me dio más seguridad. A veces intento sonar como un crooner, en otras hay más rabia.
Pero también es una decisión artística, porque hoy en día en un estudio puedes hacer lo que quieras con la voz.
Cierto, y cuanto más inseguro estás, más la disfrazas o la escondes en la mezcla. Aquí fue al contario, la voz está bastante alta, a estas alturas de mi vida creo que no debo esconderla, y durante la mezcla no dejaba de insistir a Jason que la subiera de volumen. El pensaba que me había vuelto loco, pero yo le decía que escuchara los discos de Sam Cooke, por ejemplo. La voz siempre está alta y la batería baja. Con la voz muy presente puedes percibir mejor el personaje y meterte en su cabeza, si no es simplemente otro instrumento.
Me encanta ese verso de «Cashing in»: “Todos mis acordes eran menores, ni sextas mayores ni Si disminuido”. Quizá los que no toquen la guitarra no lo aprecien, pero es parte de una canción que suena a reflexión agridulce sobre tu vida en el negocio musical.
Sí es una reflexión sobre mi carrera: no sé lo que estoy haciendo, si merece la pena…, pero sólo en ciertos días, no siempre lo veo así. Lo curioso es que cuando me faltaban un par de canciones para el disco escribí «Red Hollywood» que tiene muchos acordes de sexta mayor (risas). No los utilizo casi nunca, ni se usan mucho en rock, pero aportan un aire más jazzy. Eso sí, no tengo ni idea de lo que es un Si disminuido. Hablaba el otro día con Will Sheff de Okkervil River y me decía que la gente no le creía cuando decía que no era un buen músico, que era falsa modestia. A mí me pasa igual, me gusta como toco la guitarra, mi sonido, y trabajo para mejorarlo, pero no conozco el nombre de todas las notas que estoy tocando. No necesitas ser un buen músico para tocar rock, sobre todo si te rodeas de otros que sí lo son.
«The Past Is Our Plaything» es un gran título. Si lo entiendo bien, no tiene nada que ver con la nostalgia, sino con el deseo de conocer nuevas historias y contarlas de un modo diferente.
El título sale de un libro de Julian Barnes, El hombre de la bata roja, algo así como una historia de la sociedad parisina de finales del XIX. Todos los personajes están muertos y no pueden respondernos, así que el autor puede recrear el pasado, reinventarlo si quieres decirlo así. Es un enfoque muy interesante.
Hablando de historia, parece que algunos personajes de las canciones son personas reales. ¿Por qué ponerse en el lugar de una hija de Karl Marx?
Porque son historias muy interesantes. Durante la pandemia leí un par de libros que no sabía que estaban conectados. Por un lado, la historia de la familia de Karl Marx, y por otro Madame Bovary, cuya primera traducción al inglés fue realizada precisamente por Eleanor Marx, que fue una figura importante del movimiento socialista. Lo curioso es que Eleanor se suicidó de la misma manera que Madame Bovary en el libro tras comprobar que su pareja durante quince años, un socialista que no caía bien a nadie, conocido por robar y engañar con frecuencia, estaba casado con una actriz. Así que compró cianuro y se quitó la vida, algo que me dejó helado. También que a su funeral solo acudieran diez personas.
¿Y John Garfield, el actor? En «Red Hollywood» aparece con otro nombre.
Julius Garfinkel, su nombre real. Fue uno de los actores represaliados por izquierdistas durante la caza de brujas de los años 40 y 50. Desde que me mudé a Los Angeles empecé a interesarme más por el mundo del cine, y Red Hollywood es el título de un documental sobre aquellos años, muy bueno. Resulta increíble como todo el país fue devorado por la paranoia de que los comunistas enviaban mensajes en las películas. Es ridículo, los guiones pasaban por demasiados filtros antes de rodarse, los productores, la Iglesia, como para que pudiera colarse un mensaje de ese tipo. Lo gracioso es que sí se hicieron películas en las que los rusos salían bien parados, justo cuando eran aliados contra Hitler.
Hace poco versionabas «I’m So Bored with the USA» de The Clash y en este disco cantas «Why Are We in Vietnam». No pareces muy contento con el imperialismo norteamericano y esta canción coincide con la desastrosa salida de Afganistán.
Me considero antiimperialista, si es que sirve de algo. Este país tiene un problema, parece adicto a un militarismo desmesurado. Bueno, el norteamericano medio sí dice, salgamos de Afganistán, pero los que mandan se llenan de razones para seguir, y convencer al resto de que tenemos que tener tropas en todo el mundo. Cuando el presupuesto militar es tan enorme y tienes tantas armas, en algo tienes que utilizarlas. A los soviéticos les pasó igual, la industria militar creció tanto que se convirtió en un poder interno que cada vez consumía más dinero.
Trump inspiró un nuevo tipo de canción protesta que incluso afectó a artistas que normalmente no hacen ese tipo de canciones. ¿No te sentiste tentado de subirte a la ola?
Trump es un blanco fácil. Espero que no me malinterpretes, porque creo que es un tipo nefasto, pero curiosamente disfruté de cómo se convirtió en un vergonzoso ridículo para los USA, y quizá hubo algo de positivo en ello. Sus peores crímenes los cometió contra el medio ambiente, o con el aumento del racismo, pero en términos de política exterior no fue muy diferente de Obama o de cualquier otro, eso cambia muy poco de una administración a otra.
O sea, que no te vas a convertir en un nuevo Phil Ochs. Alguien como él tendría muchísimos temas sobre los que cantar hoy en día.
Es verdad, pero no, no creo que vaya por ahí. Por cierto, Phil Ochs fue de alguna manera una pequeña inspiración en este disco. No musical, pero sí en el título. El encargado de la portada me sugirió que I Have Nothing to Say to the Mayor of L.A., el primer verso de la primera canción, sonaba estupendo como título del disco, que tenía un aire muy a lo Phil Ochs. Tenía razón, y así quedó.
¿Revisas tus discos antiguos? Lo digo porque repites con Jason Quever, que produjo Emancipated hearts, pero el sonido es muy diferente. ¿Dejas todo en manos del productor o le planteas el sonido que tienes en mente?
No lo hablamos demasiado. Estábamos un estudio muy bueno, y sé que a Jason le gusta reflejar el sonido de la sala. Si acaso, creo que desde Emancipated hearts mejoró mucho como mezclador.
¿Y la música? ¿Alguna inspiración reconocible?
Hmm, no sé, creo que básicamente hago lo que suelo y sé hacer. Si quieres algún nombre, en «Cashing in», por ejemplo hay algo de Michael Rother de Neu…
Por cierto, me sopló un pajarito el “préstamo” que tomaste de Michael Rother para «Rainbow Babe» de Luna. Es muy curioso porque es un instrumental al que pones letra.
Hasta ahora nadie me ha denunciado por plagio, eso solo ocurre cuando vendes muchos discos (risas). Creo que no soy el único que a veces se inspira en canciones de otros, es algo muy habitual y que a veces se nota más y otras menos.
Hablemos de las versiones. Es fácil esperar una canción de Scott Walker en un disco de Dean Wareham, y «Duchess» parece hecha a medida para ti, pero, ¿hubo algún motivo especial?
Solo que es una canción preciosa. Me puse a jugar con sus acordes y me sonaba a una canción lenta de Luna. El año pasado la interpretamos Britta y yo en los conciertos caseros que dimos por streaming para pagar el alquiler (risas), y cuando nos metimos en el estudio decidimos grabarla. Iba a ser una cara B o algo así, pero salió muy bien.
Nunca había oído hablar de Lazy Smoke. Ahora sé que es una oscurísima banda bostoniana de los años 60. ¿Cómo llegaste a ella?
Alguien me mandó el link del video de Youtube y me dijo que escuchara el solo de guitarra, que parecía que era yo el que lo tocaba. Puede que no se fabricaran más de 500 copias de ese disco y que nadie se enterara, pero Light in the Attic lo reeditó el año pasado.
La última vez que hablamos me decías que las redes sociales resultaban agotadoras para los artistas, que parecía que tuvieras que estar vendiéndote a todas horas.
¿Cómo lo llevas siete años más tarde?
No tenemos elección, es una de las pocas herramientas que nos quedan a los artistas. A veces hasta es divertido, pero cuando tienes un disco nuevo y utilizas todo lo que tienes a tu alcance, Instagram, Twitter, Youtube, Facebook… puede llegar a comerte todo tu tiempo. El problema real de todo esto, y que sufrimos todos, artistas o no, es el exceso de información, ese continuo (señala el teléfono) mira esto, escucha esto otro, que a veces consume tus días.
¿Cómo es tu relación con Nueva Zelanda?
Tengo los dos pasaportes. Nueva Zelanda tiene muy buena pinta en estos momentos, por cierto. Mis padres regresaron hace unos años tras 46 fuera del país. No sé, mi hijo vive en Nueva York, yo me siento feliz aquí a pesar de los problemas, de la locura que a veces parece vivir este país. Al menos, de momento.
¿Fue una la escena neozelandesa de primeros 80 una inspiración? Nunca te escuché hablar mucho de ella.
En mis días de instituto yo ya vivía en Nueva York, pero volvía a Nueva Zelanda en verano y trabajaba de camarero para mi abuelo, así que sí conocía a aquellos grupos. Compré el primer single de The Clean, por ejemplo, y mi hermano era amigo de un grupo que se llamaba Beat Rhythm Fashion, una banda de Wellington muy poco conocida que me gustaba mucho. Eran un trío que hacía música muy bonita, soñadora, al estilo de The Cure. Años más tarde me di cuenta de que fueron una gran influencia en la formación de Galaxie 500.
¿Y qué me dices de Luna? ¿Algún plan de volver a la carga? No sé si echas de menos esa otra guitarra en tus discos en solitario.
Está muy bien descansar del grupo (risas). Sean es un gran guitarrista, por supuesto, pero también Jason, y con un gusto muy diferente. Este disco sería otro con Luna y yo quería hacer algo distinto. Antes hablábamos de hacer algo distinto, y esa es la intención cuando grabo solo.
No sé si piensas en tu audiencia cuando tienes que grabar un disco nuevo.
Hmm… Supongo que sí, aunque sea de manera inconsciente. Creo que mis seguidores esperan de mí al menos una manera especial de tocar la guitarra.
¿Nunca te ha pasado por la cabeza dar un giro total a tu música? ¿Es demasiado tarde para esperarlo?
Sí lo he pensado, pero nunca me he atrevido. En esta ocasión quería disfrutar de tocar con este grupo, Britta, Roger y Jason, de meternos en una sala de grabación y comprobar qué ocurre, más que pararme a pensar en un planteamiento ingenioso. Un giro radical para mí sería grabar un disco sin guitarras. Hace poco comentaba con un amigo el caso de Scott Walker, que sí dio ese giro radical al final de su carrera. Me encanta Walker, pero no suelo escuchar esos últimos discos. A quienes me dicen, son fantásticos, fascinantes, les pregunto, sí, pero, ¿los escuchaste más de un par de veces? Muchos reconocen que no (risas). Quién sabe, quizá la próxima vez.
Texto: Carlos Rego
Fotos: Luz Gallardo