No entiendo mucho la poca repercusión que ha tenido el último disco de Shelby Lynne, titulado The Servant. Más que nada porque me parece un paso atrevido, y del que ha salido más que airosa, de aquella artista que en 1999 se ponía a la cabeza del country rock, aunando a los sectores más tradicionales con los más cercanos al pop, en I Am Shelby Lynne. Luego, quizá se le fue la mano con lo segundo, con el pop, algo que parecía reconocer desde el título de su octavo álbum, Identity Crisis (2003). Creo que la cosa empezó a arreglarse en su carrera a partir de Just A Little Lovin’ (2008) con la producción de Phil Ramone homenajeando a Dusty Springfield y, sobre todo, con el disco de versiones producido por Teddy Thompson Not Dark Yet (2017). En 2020 notable disco homónimo y ahora esta delicia formada por diez espirituales, muy conocidos algunos de ellos, que funciona de maravilla. No faltan las esperables «Amazing Grace», «Will the Circle Be Unbroken» o «When The Saints Go Marching In», pero demuestra su valentía al enfrentarse sin rubor a ese «God’s Gonna Cut You Down» que siempre asociaremos a Johnny Cash. Sin grandes desarrollos instrumentales, todo está tratado con una discreción que a veces roza lo acústico. Los arreglos se llevan a la mínima expresión, y Lynne luce con su voz para, por primera vez en su carrera, mostrar una cercanía a la fe que nos sorprende por inesperada. Comulgues o no con lo que dice, emoción en vena.
Eduardo Izquierdo
