Encuentros

Julián Hernández: ¡menos mal que nos queda Pyongyang!

 

 

No sé en la suya pero, en mi ciudad, había una tienda de discos. Estamos hablando de aquellos tiempos, claro, no de ahora: hoy ya no hay ninguna. Bien. En aquella tienda de discos que había en mi ciudad, decía, entre agujas de repuesto para tocadiscos, equipos de alta fidelidad, bafles y demás parafernalia, se escondían, entre las últimas novedades de la música del momento, dos  cajones grandes, con patas, que contenían lo que, en la tienda de discos de mi ciudad- no sé si en la suya también- se llamaban «las series medias» , un montón de lp’s tasados a precios populares, un vergel en el que hasta un personaje con un presupuesto tan exiguo como el que yo manejaba, más o menos como hoy en día, podía hacerse con un buen puñado de vinilos de categoría casi al peso y sin quedarse una semana a dos velas.

 

Frente a ese cajón de «series medias» descubrí vinilos de colección de grupos que en mi vida había oído y ni sabía si quiera que existían. Había tanto que era imposible elegir así que había que buscar un hecho diferencial, algo que me permitiera elegir el disco ideal dentro de aquel maremágnum de notas y acordes. Así que lo bonito de la portada, el título más divertido o el nombre de grupo  más impactante fue, en muchas ocasiones, ese granito de arena que hace bascular la balanza hacia un lado o hacia el correcto. Allí descubrí el Whammy! de  The B-52’s (en realidad descubrí a la B-52’s entera), a The Weather Report o a Thelonius Monk (seguro que había restos de unos tales Siniestro Total pero no me consta) y hubiera descubierto a Julián Hernández si Gina en Pyongyang (editorial Harkonnen Books), en vez de ser libro, su último libro, hubiera sido disco y estuviera en el cajón de las «series medias» de la tienda de discos de mi ciudad- no sé si usted en la suya le hubiera pasado lo mismo-. Apostaría a que casi seguro que sí.

En realidad todos descubrimos a Julián Hernández mucho antes de que la Lollo llegara si quiera a plantearse viajar hasta Corea del Norte, si es que en algún momento se lo planteó, o de que el mismísimo padre del dictador, el amado líder Kim Jong-Il, fallecido en 2011, fuera requerido desde allá donde estuviera  para regresar y escribir el prólogo del libro: ¿quién podría negarse? Vigués nacido en Madrid en 1960 y, por lo tanto, hipermétrope (yo tampoco lo entiendo) llegó a nosotros por la vía de Siniestro Total, un grupo de aquella movida viguesa absorbida por aquella movida madrileña, o viceversa, que  adorabas o detestabas con pasión: no había otra opción posible.

Gina en Pyongyang es el penúltimo libro de Julián Hernández, «una idea que parte de una proposición (lamentablemente honesta) de Antonio Dyaz, jefe y factótum de Harkonnen Books, editorial nacida a la sombra del confinamiento 2020 que edita a través de Bubok. Nos conocemos desde hace siglos y eso ya allana mucho el terreno. De hecho, lo allana todo. Dyaz llamó a ver si tenía algo para publicar en formato cuadrado y resultó que yo guardaba todo este curro durmiendo el sueño de los justos tras su vida en la red o en papel. Y así fue la cosa».

Pese a que yo me haya empeñado fervientemente de calificarlo como tal y defender mi postura con vehemencia incluso frente al propio autor, así me va como periodista, el libro no es una recopilación de artículos escritos por Julián a lo largo de los años para diferentes revistas y fanzines, ni mucho menos: « no es eso exactamente: en realidad se trata de ficción, metaficción o como quieras llamar a lo que, en definitiva, son unos cuentos que, a veces, imitan artículos, eso sí. ¿Qué escritor no sueña despierto con ver sus obras completas publicadas en un tomo o donde sea? Bueno, pues eso es Gina en Pyongyang: la narrativa breve (casi) completa del que suscribe, que no es escritor, sino músico. Todo lo que aparece en el libro es ficción, incluidos los artículos para el álbum Country & Western de Siniestro Total, que simulaba un periódico, en concreto el Houston Chronicle, que fue la referencia para nuestra cabecera (ese vinilo es nuestro Thick as a Brick, ¿qué pasa?). Quiero decir que no son artículos de opinión o similar y, por lo tanto, no tienen la fecha de caducidad que suelen tener ese tipo de colaboraciones».

Y yo perdido en mi empeño por transformar un libro de ficción en un tratado de sesudos artículos costumbristas vuelvo al ataque, con mi pose de periodista de investigación venido a menos. Julián, curtido y de vuelta de casi todo ya sabía, casi desde nuestro primer contacto, que esta plaza no iba a ser sencilla: ¡que Dios reparta suerte!-pensaba- como aquella mítica canción que tantos éxitos les trajo en los 80… ¡ah, no!: espera…

¿Es difícil darle contexto a una serie de artículos satíricos, publicados en distintos momentos y, probablemente, con intenciones distintas en cada momento?

«Er… Al ser ficción, como te decía, la caducidad es bastante poca. De todas formas, el contexto en una colección cualquiera de textos es el hecho de estar todo junto en el mismo libro, ya sea opinión, ficción o poemas laudatorios a Santa Margarita María de Alacocque en la hoja parroquial. La cohesión y/o contexto en una edición de los cuentos de Poe es que están todos los cuentos de Poe juntos, aunque no se parezcan entre ellos tanto como se suele creer. Aquí es Gina la que sostiene nuestro artefacto recopilatorio».

Me acaba convenciendo. Muchos de esos relatos ficción (artículos)- lo siento: no he podido resistirme-aparecieron en el fanzine online El butano popular «un curiosísimo oasis literario en medio del desierto del Internet de la segunda década de este siglo» y por el que pasaron firmas como Santiago Moreno, Grace Morales, Rubén Lardín o Nacho Vigalondo, entre otros, un tipo de publicación que, en una sociedad como la actual, propensa al escándalo y la flagelación igual no caería bien del todo: no me preguntes por qué pero es una sensación que tengo yo, ¿eh?:

« ¡Un público permanentemente cabreado es ideal! Nos entenderíamos a la primera…

El Butano Popular se sostenía por el entusiasmo de sus esforzados promotores y el arrojo de sus también entusiastas colaboradores. Lo económico se dejaba de lado en la medida de los posible, pero tampoco pueden durar tanto esas cosas sin pasta de por medio. Es una vieja fórmula: con más entusiasmo se sobrelleva la carencia de dinero y con más dinero se soluciona la carencia de entusiasmo. Sólo hay que elegir qué carencia preferimos».

Sé que estamos hablando sobre un libro pero es imposible disociar la figura de Julián Hernández de la música. Y ya que hemos sacado el tema de la estupidez generalizada que parece que nos ha invadido sin remedio, en estos tiempos de tanta libertad que hay que recordarla (e inventarla) hasta en campañas electorales (iba a decir campañas publicitarias) letras como las que perpetraban Siniestro Total y el 99,9% de sus coetáneo en el Madriz, con zeta, de los 80 les servirían para ser carnaza de los ultra conservadores que vuelven a asomar la cabecita sin vergüenza o de las redes sociales, el campo de tiro al blanco de nuestro mundo. Circunstancias, todas ellas y las que me olvido, que no sé muy bien por qué en algún momento pensé que a Julián Hernández y los suyos les iban a importar un comino: ni eso ni las circunstancias de llevar cuarenta años sobre el escenario:

«Bueno, si no llega a ser por el SARS Cov-2 estaríamos tocando sin más historia… De todas formas, no entiendo muy bien la pregunta: ¿para salir al escenario con Siniestro Total hace falta valor en la escuela de calor o algo? ¿Acaso tenemos aspecto de excursionistas cobardicas o algo así? Las “circunstancias propias de la edad” lo que hacen es tirar pa´trás las horas de furgoneta. Si existiera la teletransportación, este trabajo sería Jauja. Pero nada, que no dan con ella ni pa dios. Y eso que yo hago donaciones a las instituciones científicas para que sea operativa cuanto antes, que ya va siendo hora».

No todo en el libro iba a ser metaficción, metafísica, física cuántica y delirios varios, niños: también hay porno, ¡cómo no! Y no un, ni dos: toda una colección de cuentos que la revista Jot Down publicó en el año 2018 bajo el nombre de Tócate y en la que Julián Hernández corrió a apuntarse con una serie de cuentos eróticos titulada Tercetos encadenados, «el principio de una versión X de la Comedia de Dante y quizá, sólo quizá, haya posibilidades de continuación: todo dependerá de la venta de los derechos para el cine porno de calité:

¿Hay que ser pudoroso para escribir relatos eróticos?

Más bien hay que ser muy guarro, ¿no? Una vez publicados, ya puedes disimular y ponerte colorado para mantener las formas si quieres pero, de entrada, lo único que se me ocurre es escribir como si estuvieras follando con lospersonajes. En estos asuntos, yo creo más en la pornografía a lo bestia que en el erotismo de catálogo como el de 9 semanas y media o 50 sombras de Grey, que ni ponen nada ni me interesan un pimiento. ¿Dónde están los autores de los pies de foto del Private, por Dios bendito?

¿Cuál es el oscuro vericueto por el que Gina acaba en Pyongyang? O lo que es lo mismo ¿Cuál es la historia del título?

(risas) El título nos costó trabajo a Dyaz y a mí, sí señor. Gina aparece en «La Teoría de las Supercuerdas», el relato que cierra el libro, pero no lo hace en persona: es una foto adornando un despacho. Siempre pensé en una foto de Gina Lollobrigida para ilustrar ese cuento y se la envié a Antonio Dyaz junto con el texto. Mi jefe sucumbió a los encantos “erotizantes” (son sus palabras) de la Lollo y propuso utilizarla para el título, además de la imagen. A partir de ahí, empezamos a darle vueltas y se nos vino a la cabeza El otoño en Pekín, la novela de Boris Vian  que no pasa en otoño ni en Pekín. Oye, y si Boris Vian podía, ¿por qué no nosotros? Y si lo de Vian era en Pekín, lo nuestro podía ser en Pyongyang, ¿no? ¡Y es que Corea del Norte es un destino de vacaciones taaaaan romántico…!

El libro viene acompañada de una playlist que va desde los Beach Boys, pasando por Public image limited a Siniestro con incursiones en Stravinsky o The Clash: una música para cada texto?

Sí, claro: cada texto tiene una relación/referencia musical. En algunos casos es tan cercana que forma parte de la trama («El disco que me llevaría a una isla desierta», por ejemplo); en otros, casi es ruido de fondo («Vigo en primavera»). Alguna de las historias tienen a excelsos compositores del siglo XX como protagonistas (Stockhausen, Shostakovich, Boulez…) y algún cantante italiano también aparece por ahí, así que la playlist era obligatoria. De ahí el código QR con el enlace a Spotify: dos horas y pico de música para un guateque disfuncional.

¿Cómo de satisfecho estas con el resultado final y que piensas que diría Gina si leyera el libro?

En realidad, es el trabajo de años (¡desde 2011!) puesto todo junto: si no estuviera al menos un poco convencido de lo escrito, o tiro todo a la basura o me tiro yo a la vía del tren. (Esto último lo tengo fácil: vivo al lado de la estación.) Estoy a tiempo de hacer las dos cosas; por ese orden, claro está.

Sobre lo que diría Gina, ya no sé qué decirte. Es cierto que sale alguna intimidad familiar suya por ahí, pero no vamos a hacer spoilers a cambio de conjeturas. Gina, de todas formas, ya parece que se asoma por cada página por culpa del diseño de portada de Julián Aragoneses. Aparte de la portada grabada a fuego en las meninges, tengo una foto enmarcada en mi mesa y algunos carteles comprados en Todocolección. Creo que me pone ojitos desde cada una de esas imágenes… ¡Qué erotizante es Gina!

En resumidas cuentas: todos estos mandamientos se resumen en dos: ¡qué grande es Julián Hernández! y menos luces de navidad en agosto, señor alcalde, y a ver para cuando un hermanamiento entre Vigo y Pyongyang.

 

Texto: Toño Suárez

 

 

 

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