La frontera entre México y los EE.UU. tiene más de tres mil kilómetros de largo por tierra. Hasta mediados del siglo XIX, una extensión enorme del actual oeste estadounidense era suelo mexicano, incluyendo varios estados, como Texas y California entre otros. Se estima que hay más de treinta millones de mexicanos o descendientes de mexicanos censados en el país. Si alguien piensa que poniendo una pared entre una nación y la otra va a impermeabilizarlas mutuamente, lo lleva peor que mal: la influencia yankee es grande en el mundo, sí… pero la influencia mexicana en el oeste de EE.UU. es algo más que la enchilada y los pinches tacos.
Y en ese infinito intercambio cultural viven Los Lobos, ejecutando aquí, en su nuevo álbum, una canción de amor a Los Ángeles, ciudad que los ha visto crecer desde que se fundaron en 1973: un suculento homenaje elaborado con material de otros artistas que han cimentado el legado cultural de L.A. a lo largo de la historia con un único tema propio, el homónimo «Native Sons». El resultado tiene la brillantez acostumbrada: desde el muy vacilón arranque con «Love Special Delivery» de Thee Midniters hasta el cierre con el agarrao de «Where Lovers Go» de The Jaguars, aquí todo es purito Lobos. Las influencias vuelan por encima de las paredes que ha querido construir el hombre y la piñata de sonidos contiene igual golosinas de Willie Bobo o Lalo Guerrero que caramelos de Buffalo Springfield o Jackson Browne. Después de casi cincuenta años, Los Lobos siguen estando padre.
FERMÍN GARCÍA
