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Felicia Pop Festival – Fene (A Coruña)

Los Fusiles

Tras el obligado parón del pasado año, la combativa asociación cultural Felicia retomó un evento que más que un festival es un milagro. Si algún lugar merece una similitud con la aldea gala de Astérix en el terreno del pop o rock es esta cita, desde 1999 Felipop y Felicia Pop desde 2018, en la diminuta parroquia coruñesa de Limodre y en medio del claro del bosque por si hacían falta más referencias a los personajes de Goscinny y Uderzo.

La batalla del Felicia Pop estuvo en mantener una cita estimulante sin bandas internacionales por vez primera desde hace dos décadas y poner en marcha las medidas de seguridad exigidas por la COVID. La paciencia y la comprensión fueron la tónica en general, entendiendo el público que la alternativa a unas normas restrictivas eran que no se celebrase ni este ni ningún otro festival.

Así, el sonido comenzó el viernes con un equilibrado cartel que abrió el power trío Bo Derek´s de Óscar Avendaño (Siniestro Total). Con muchos temas de su inminente segundo disco Inféctame, baby, los vigueses no defraudaron con su rock clásico, contundente, un punto macarra y ciertamente contagioso. Si durante el concierto desgranaron alguna versión (un canónico «She does it Right» de Dr. Feelgood y un incendiario «Looking for Lewis & Clark» de los Long Ryders) el tramo final de la fiesta no paró con intensas revisiones de clásicos de Ike & Tina Turner, Little Richard y los Who. Sin fallo, tan previsible como imbatible.

Bo Derek’s

La segunda banda del día fueron los Brighton 64 de los hermanos Gil, en un concierto que claramente fue de menos a más. Los barceloneses se fueron ganando al público con un variado repertorio que sintetizó su longeva e intermitente trayectoria: «Barcelona Blues», «La casa de la bomba», «El mejor cocktail» hasta la reciente «En el país de Mortadelo y Filemón». De las versiones, destaquemos una impecable «Metadona» de los Pistones.

Y el final de la noche les perteneció a unos Hermanos Dalton que como recordaron ya habían pasado por el festival gallego en el año 2008. Pero trece años no es nada y el grupo de San Fernando, aquí cuarteto, comenzó con su faceta más pop para irse calentando y ofrecer más matices siempre con intensidad, contundencia del pop al power pop con incidencia en su alabado Revolución y un ramillete final de versiones en la que no faltaron «Downtown Train» de Tom Waits o el «Till the end of the day» de los Kinks.

La segunda jornada comenzó al mediodía, una sesión vermú con más vigueses: Tinta, liderados por la fascinante Marta Vidal. La joven banda demostró un dominio de registros de la música negra del jazz al blues y por supuesto el soul, a base de clásicos y temas propios como los de su primer EP Astray. A continuación los jienenses Los Mejillones Tigre adelantaron el tono del resto del festival, con una apuesta a tumba abierta por la diversión: garaje, psicodelia, ritmos latinos y yeyé con letras inteligentes y camisas llamativas. Si había alguien que no sabía en qué festival estaba los mejillones ya se lo dejaron claro.

Por la noche abrió el mejor y más distinguible de los grupos del cartel, Los Fusiles, que compactos y contundentes desgranaron un estilo que recoge el de bandas ilustres de los 80, desde Gabinete a los Enemigos. Los sevillanos tocaron piezas de sus dos ejemplares discos, especialmente de Victoriosa, y no extraña que tengan en la cabeza el recuerdo a Joe Strummer. Su estilo es claro y su intensidad desarma. A partir de aquí, la fiesta con más rock que pop. Nadie se puede aburrir en un concierto de Los Chicos, y los madrileños no defraudaron, con un espectáculo en el que los músicos actuaron casi tanto bajo el escenario como sobre él. Siguió una Familia Caamagno que no podían ser menos y, acostumbrada a ser centro de atención, se lo tuvo que trabajar a base de clásicos de su insólito y contagioso garaje yeyé en galego. El público, entregado, apenas podía contenerse en sus asientos ante las acometidas del quinteto de Sigüeiro.

Y así, el final de fiesta demostró la capacidad de los Lie Detectors de recoger la energía contenida y hacerla estallar en algarabía aunque cuidado: frente a las odas a la cerveza, secadores de pelo o hedonismo vario se deslizan entre líneas insatisfacciones y malestares en sus letras desgranadas por la humorística afectación dramática de su bigotudo cantante. De todos modos, el público no estaba para mensajes crípticos y se quiso quedar con lo más gozoso de la psicodelia yeyé de los donostiarras en medio de una celebración que incluyó más descensos del palco de Txema así como temas conjuntos con uno o varios de los grupos predecesores, todos unidos sobre un escenario por momentos liliputiense. Ya nada importaba, solo un mensaje: estamos vivos y con ganas de pasarlo bien. Que dure si se puede.

Al final, un Felicia Pop que tras el parón pandémico vuelve asomar la garra que el claro del bosque de la aldea galaica, la ya mítica “Hortiña”.  Un último dato que invita a alguna reflexión sobre los festivales, el pop y la edad: de 400 asistentes a los que les permitió la entrada en el Felicia Pop Festival solo 10 eran menores de 30 años. Y, sinceramente, uno no ve en el futuro un festival de trap o reguetón en Limodre.

Texto: Nico Estrume

Fotos: Oscar Caamaño

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