El segundo disco en este 2021 y el decimoctavo de la carrera de los geniales y prolíficos reyes de la psicodelia australiana venía rodeado de una aura de misterio. Sin avances, sin demasiada información previa y con la promesa de que sería el álbum más accesible y bailable de todos los de su extensa discografía. Veníamos de dos obras en que la banda estuvo experimentando con el concepto de la afinación microtonal inspirada en algunos instrumentos tradicionales turcos y era momento de hacer un refrescante “reset”. De entrada nos encontramos con una portada que presenta una de esas crípticas ilustraciones 3D en la que, en teoría, tan solo puedes ver algo concreto si la miras fijamente durante unos minutos, e intentamos sumergirnos en la experiencia auditiva a través de ella. Pinchamos el disco y comienza el florecimiento neo-psicotrónico. Arpegios y bucles perfectamente modulados flotan en el ambiente mientras respiramos profundamente. Una psicodelia suave y etérea nos envuelve y nos desenfoca la mirada. Sintetizadores y guitarras se imponen a los sitares y baglamas que reinaban en KG y LW. Unas melodías bailables y sofisticadas nos atrapan, los colores fluyen y parecen querer salir de la pantalla. Todo es de repente un sueño. No vamos a revelar la imagen que parece envolvernos, pero lo que sí podemos afirmar es que el enésimo cambio de registro de los lagartos vuelve a ser un acierto y otro capítulo más de su ya extensa leyenda.
RUBÉN GARCÍA TORRAS
