Sin miedo a sumergirse en las traicioneras aguas de lo progresivo, el marchamo y salvación del colectivo de Montreal ha sido la sabiduría al compensar una vertiente de encendido lirismo —la identificación entre la belleza y la resistencia política— con otra puramente arriscada; ascensiones musicales físicas que no temen ni a la amplitud del trayecto ni a su duración. Y también un prisma puramente estructural, preocupación notoria por la configuración interna de cada movimiento musical y la disposición de cada pieza —aquí yuxtaponiendo bloques independientes que riman con los de ‘Allelujah! Don’t Bend Ascend, su regreso en 2012— y la meditada relación dialéctica con otras artes, en concreto con esa escuela de cine vanguardista canadiense que iría de Carl E. Brown a Karl Lemieux y Philippe Léonard, integrantes de la banda: la seriedad con la que se plantean la relación música-cine en sus conciertos contrasta con el narcisismo de tantos que, al proponer inéditas bandas sonoras “en directo”, usan lo cinematográfico como excusa y mera promoción de sus presunciones. Pero que nada de lo anterior nos desvíe de lo fundamental; pese a estar grabado, que no concebido, con las condiciones de distancia sanitaria imaginables, y a que la conclusión sea «Our Side Has to Win (For D.H.)», agridulce elegía de violines, este es un trabajo carnoso, de progresión apasionante y (más o menos) optimista, uno de sus dos o tres grandes logros.
JOSÉ LUIS TORRELAVEGA
