Hay festivales hechos para artistas y artistas hechos para festivales. Por ello, no es ninguna osadía pedir a la organización de las Noches del Botánico que Rufus Wainwright acuda a todas las ediciones. Y ya que estoy, solicitar que sea embajador y que toque día sí, día también, durante el mes que dura el festival. El problema es que tendría que actuar de telonero en ocasiones, y el amigo Rufus tiene un ego más grande que su piano. Claro que, con semejante voz todo vale. Algunos nos evitaríamos muchos errores si así sonara la de nuestra conciencia.
En su enésima visita a la capital española, el compositor estadounidense-canadiense ha ofrecido un concierto soberbio, de esos que ponen la piel de gallina, sin que la extrañamente gélida noche madrileña haya contribuido. Poco le queda por demostrar, pero su solitaria presencia y esa voz que ni el mejor autotune del mundo puede imitar son una bendición.
Rufus Wainwright ha agradecido en perfecto español cada aplauso y, entre canción y canción, entre piano y guitarra, ha hablado -ya en inglés- de su vida, de su hija y del porqué de algunas de sus canciones (su época ebria en «Early Morning Madness» o su detalle con Samuel Luiz antes de lanzarse a por «Gay Messiah»). Todo esto antes de cerrar con su «Hallelujah» y recordarnos, por si había alguna duda, que no es arrogancia cuando uno puede sostenerlo.
Texto y foto: Borja Morais
