Artículos, Rutas Inéditas

¡Malditos seáis! Brian Henry Hooper

Cuerpo y Alma: Brian Henry Hooper (1963-2018)

Músicos malditos. Músicos de culto. Músicos a los que sólo conocen cuatro gatos. La atracción por esos artistas cuyos innegables méritos artísticos no reciben la merecida respuesta del público siempre ha estado ahí. El gusto por escarbar en discografías subterráneas y descubrir pequeños tesoros semienterrados es inherente al aficionado al rock menos acomodado. Brian Henry Hooper es nuestra parada de hoy.

Recuerdos de un adorable calavera

The Thing About Women: Hooper,Brian Henry: Amazon.es: MúsicaPara entender el devenir profesional, como músico, de Brian Hooper, hay un nombre clave que a todo el mundo le resultará familiar: Kim Salmon. Llamémosle padrino, mentor o como queramos, la figura del líder de los Scientists resulta fundamental en cuanto la carrera de Brian, durante muchos años, estuvo vinculada -directa o indirectamente- a la suya. No desde el minuto uno, obviamente, pero sí desde muy pronto, como veremos.

El año es 1978 y el lugar, Perth. Una ciudad mediana, de poco más de dos millones de habitantes, tan activa en su faceta portuaria como aislada por tierra: Adelaida, su vecina más próxima, se encuentra a dos mil cien kilómetros de distancia. Allí, un zagal con el gusanillo del rock and roll en el cuerpo, se escapaba de noche para ver música en directo: “cuando tenía dieciséis años, solía robar las llaves del coche de los pantalones de mi padre, mientras este dormía. Me iba al barrio español de Perth, regresaba sobre las cuatro de la mañana y al día siguiente me levantaba para ir a la escuela. En esas escapadas pude ver a The Victims, The Cheap and Nasties, The Mannikins o a los Scientists”.

Sería en aquellas noches cuando conocería por primera vez a Salmon, aunque por el momento su relación se mantendría en el apartado de simples conocidos mientras, decidido a malgastar su vida con la música, se cuelga una guitarra y monta The Private Parts, su primera banda. El batería tiene trece años, su hermano -guitarra rítmica- quince y el padre de ambos les hace de manager, mientras ellos berrean canciones como «Kill Your Parents» y demás tópicos baratos de angst adolescente. Un clásico primer intento al que seguirían similares aprendizajes igual de efímeros (Avoid Upholstery, Funkaklumpen) hasta la entrada en escena de un nombre, para él, tan recurrente como el de Salmon: Tony Pola. Brian recuerda que puso el típico anuncio en un semanario: “Se busca batería para una banda de punk rock. Debe ser un idiota absoluto». Pola fue el único que contestó, con lo cual la admisión fue instantánea. Con la suma de Steve Acres y Dean Hilson, The Modern Wimps ya fue un proyecto un poco más serio, que dio la tabarra a principios de los ochenta hasta que el asunto perdió fuelle y Brian, como buen australiano, decidió pasar una temporada en Londres. Allí, entre 1984 y 1985 se dedicó a probar para algunos grupos y eso, pero sin mucho empeño tampoco. Él mismo reconoce que en el fondo había viajado como fan, para ver muchas de las bandas que le interesaban por entonces. Se contrató en una fábrica para pagarse los gastos y poco más. Bueno, sí, allí volvió a coincidir con Salmon el cual, a la vuelta de ambos a casa le hizo una oferta para que se olvidara de la guitarra, cogiera un bajo y se uniera, junto a Pola, en la nueva banda que tenía en mente: The Surrealists. Brian Henry HooperOferta aceptada y con ella, un primer periodo de cinco años del que darían testimonio tres estupendos, pantanosos trabajos: Hit Me With The Surreal Feel (1988), Just Because You Can’t See It… …Doesn’t Mean It Isn’t There (1989) y Essence (1991). Alternando el liderazgo de la banda, Salmon militaba desde 1988 de nuevo en las filas de Beasts of Bourbon, reformados ese mismo año. Con ellos grabaría Sour Mash (1988) y Black Milk (1990), antes de que James Baker y Boris Sujdovic presentaran renuncia para embarcarse a tiempo completo con The Dubrovniks. La solución al reemplazo no fue muy imaginativa, pero sí totalmente coherente: Pola y nuestro hombre, dentro, para una formación con la que las bestias del bourbon grabarían el que sin duda es su mejor álbum, el magistral The Low Road (1991). Pero los Surrealists no eran agua pasada, así que Brian se vio compaginando los dos empleos, girando con ambas bandas y entregando dos nuevos discos con los primeros –Sin Factory (1993) y Kim Salmon And The Surrealists (1995)- y un tercero con los Beasts, el más bien decepcionante Gone (1996). Una época en la que se curte tanto como compositor (sus aportaciones a ambos combos son numerosas y notables) como en directos más o menos multitudinarios, teloneando a gente como The Cramps, los Bad Seeds de Nick Cave o los mismísimos U2. Y también, dicho sea de paso, en su faceta de dipsómano, politoxicómano y calavera. La escena australiana de los ochenta y parte de los noventa se caracterizaba, como bien es sabido, por ser de todo menos saludable. El alcohol, las anfetas y la heroína circulaban como gominolas en una fiesta infantil, y buena parte del personal involucrado en ese intercambiable, casi endogámico marasmo de bandas, le pegaba al asunto cosa mala. A todo ello Brian le sumaba un aspecto elegante (sexy dirían incluso algunos) tanto en escena como fuera de ella. El dandy guapete oficial del underground aussie, poblado mayormente por tipos de mala catadura, cuando no directamente orcos. Y, en consecuencia, casanova oficioso del sector.

 

Más allá de su rol en los nombres citados, no se abstuvo tampoco de colaborar aquí y allá con colegas y conocidos varios. Podemos encontrar su bajo en los créditos de Charlie Marshall And The Body Electric (1994), debut con su banda del ex Harem Scarem, en el también primer disco en solitario de su compadre Spencer P. Jones, Rumour Of Death (1994) o en el tremendo Teenage Snuff Film de Rowland S. Howard (1999) entre otras apariciones invitadas. Incluso se le puede ver formando parte de The Moron Tabernacle Choir, francachela de amigotes montada por Nick Cave para hacer voces en sus Murder Ballads (1996).

En tales pasatiempos lo encontramos entretenido, conforme el siglo terminaba y las dos bandas que le empleaban daban carpetazo: los Beasts en 1997, dos años después los Surrealists.

El inicio de un nuevo milenio le vio enfrascado en un nuevo proyecto, nacido tras una temporada inmerso en la escucha compulsiva de música soul. Con el sonido de Al Green, Curtis Mayfield y demás padrinos negros en mente, piensa en reunir a un grupo de garrulos blancos y tratar de replicar esa sensación sexual pero de un modo todavía más guarro. Por primera vez en mucho tiempo vuelve a colgarse una guitarra, cede el bajo a Conrad Standish de los Devastations, recluta a un teclista y un batería y se dedica, entre 2001 y 2002, a grabar una serie de canciones de soul-garage-lounge que, una vez terminadas, no parecen interesar a ningún sello. Un nuevo contratiempo en una época cada vez más y más aciaga: “estaba completamente enganchado a las anfetaminas. Mi esposa me había dejado. En aquel momento tenía un negocio de servicios informáticos que se arruinó porque todo el dinero se me fue por la vena. Algún tiempo después de eso, encontré a mi hermano mayor muerto en la casa en la que vivía”. Hablar de mala racha es quedarse corto. Más cuando, como punto final de su espiral hacia el abismo, va y se parte el espinazo.

Low Life Aust Excl: Beasts Of Bourbon,The: Amazon.es: MúsicaBeasts of Bourbon, en su sempiterno Guadiana, habían vuelto en febrero de 2003, reunión de la que saldría el directo Low Life (2005). A principios de 2004, a punto de finalizar el tour y aprovechando un fin de semana libre, Brian acudió a la fiesta de cumpleaños de un amigo, y allí sobrevino el desastre: “Caí de despaldas desde el balcón del primer piso, aplastándome la columna. Me dañé la espina dorsal, se me perforó un pulmón y varias costillas acabaron quebradas. Me sometí en Austin a una operación de fusión espinal, que consiste en insertar barras de titanio a lo largo de la columna”. De la cama a la silla de ruedas, sin garantía médica de que pudiera volver a andar, una leve luz de esperanza llegó en forma de llamada transoceánica. Durante su recuperación, Brian había colgado en su página las canciones grabadas tiempo atrás junto a Conrad y compañía. Estas captaron la atención de Juan-Mari Iturrarte, de Bang! Records, el cual contactó con él, le expresó su entusiasmo al respecto y le propuso editarlas. Dicho y hecho, ese mismo año el primer -y a la postre, único- álbum de The Voyeurs saldría a la venta. Disco de culto casi al instante e inicio de una amistosa y fructífera relación con el sello de Santurtzi, indiscutible referencia del rock australiano de las últimas décadas.

Por otro lado, en julio (apenas cinco meses después del hostión) y contra todo pronóstico, Brian volvía a ponerse de pie. Con pies y piernas todavía insensibles, pero con las pelotas bien puestas, aguantó de pie casi la totalidad de un concierto benéfico organizado por sus amigos: “debía guardar reposo, pero pensé que era importante estar presente y tocar, de modo que me las apañé para que los Beasts of Bourbon participaran”. Durante seis canciones se mantuvo erguido el tío, como un campeón, antes de llegar al límite y caer de culo. En justa y fraternal solidaridad, Tex Perkins y Charlie Owen se tumbaron y tocaron la última canción junto a él, desde el suelo. Genios y figuras…

 

Beasts' Brian Hooper loses cancer battle a week after final appearance

Todavía tullido y cabreado, sin olvidar del todo los malos hábitos, pero más decidido que nunca a seguir adelante, 2005 le verá regresando a las filas de los Beasts al tiempo que inauguraba su carrera en solitario con un disco tan negativo en concepto como estimulante en resultados. De nuevo bajo el manto de Bang!, Lemon Lime & Bitter (2005) está basado, según su autor, en “la muerte, la depravación, el amor, la pérdida, la frustración, la rabia, la venganza, el auto-odio, la demencia, la ruptura matrimonial y la paraplejia; mi primer paso en el lóbrego páramo de los cantautores”. Sinceridad brutal para definir un trabajo honesto y sensible, aunque efectivamente rabioso. Baste una escucha a un tema como «Oh Brother!» (que regrabará para su segundo trabajo, por cierto), con la culpa y el sufrimiento brotando de cada nota y cada verso, para refrendar lo dicho: ¿Qué le diré a nuestra madre y a nuestro padre? / Siempre estuviste destinado a ser el más inteligente.

Toda esa negatividad se vería sensiblemente aligerada al año siguiente, cuando en un bar de St Kilda, un barrio costero de Melbourne, conoce a una chica llamada Ninevah. La que un tiempo después será la señora Hooper apacigua un tanto a la bestia, y le ayuda a encauzar su vida y su carrera. Más atareado que nunca, reparte su tiempo girando y grabando con los Beasts of Bourbon por un lado, y ultimando la segunda entrega a su nombre, por otro. Con los primeros co-firmará algunos de los mejores temas («I Don’t Care About Nothing Anymore», «I Told You So») del excelente Little Animals (2007) y, por su cuenta, se rodeará de un equipo de lujo que incluía a sus compinches Pola y P. Jones más Mick Harvey, Steve Boyle y Dan Luscombe. Con ellos parirá una nueva colección de hirientes temas presentados en un primer mini LP, Again and Again (2007) y un nuevo álbum en toda regla: The Thing About Women (2007), en un registro menos airado en lo musical, más centrado en la guitarra acústica y los teclados, en los medios tiempos y las baladas sombreadas de blues. Una excelente continuación a su debut, bastante más enfocada y concreta, que verá además edición australiana de la mano de Amphead Music.

Y como no hay dos sin tres, dicen, durante 2009 se encierra en los Newmarket Studios y con él se trae de nuevo a unos cuantos paisanos: Angus Boyle y Johanna Brockman de la banda de James McCann, su compadre Charlie Owen y un Mick Harvey al que en esta ocasión exprimirá al máximo: “Ha sido una gran ayuda, está en todo el disco, toca la guitarra acústica, la batería, el bajo e incluso hace coros. Le hice trabajar muy duro. Pero si tienes a alguien así apoyándote, ¿por qué no utilizarlo en todo su potencial?”. Lógicas y pragmáticas palabras de un Brian que con Trouble (2010) tocaba techo, momentáneamente, en cuanto a capacidad compositiva. Por su parte la labor de Harvey, también en tareas de producción, impregna el álbum de un cierto deje a lo Bad Seeds en su etapa más clásica, haciendo de estas diez canciones una magnífica puerta de entrada para aquel que quiera introducirse en su música.

 

En la segunda década de los dos mil, Brian se mantendrá un tanto al margen del negocio. Padre y marido, estable y feliz en su nueva faceta familiar durante bastante tiempo, el destino vino a visitarle para una última, sucia jugada: en noviembre de 2017 le diagnosticaban un cáncer de pulmón, un reto que asumió con el mismo ánimo que en palos anteriores y del modo que mejor sabía. De nuevo junto a Steve Boyle, con la viola de Jason Bunn y las seis cuerdas de Gareth Liddiard, Brian exorcizó y se confesó, sellando testamento a su pesar. El viernes 20 de abril de 2018, a la temprana edad de cincuenta y cinco años, se despedía de este mundo rodeado de los suyos. Una pérdida jodida e inesperada, por cuanto atrás habían quedado los años de vivir al filo, pero así son las cosas. Tan así que apenas cuatro meses después su amigo y compañero Spencer P. Jones, diagnosticado a principios de año de cáncer de hígado, se largaba también de este perro mundo.

Póstumamente, todo ese trabajo de Brian en los últimos tiempos vio la luz en What Would I Know? (2018), nuevo y oscuro clásico cuya trascendencia, sincera y afilada, solo sería apreciada -de nuevo- por unos pocos afortunados. Una despedida elocuente, con un humor agudo y sombrío maravillosamente reflejado en los versos de la canción que titula el disco.

¿Punto y final? Así lo parecía hasta que, a finales del año pasado, Bang! sacaba a la luz un segundo registro póstumo. Producido y coordinado por Harvey, con la supervisión y el beneplácito de Ninevah, I Won’t Bend For You sigue allí donde acababa What Would I Know?, dejando constancia de unas últimas sesiones grabadas en los estudios Incubator de Adrian Akkerman, en Melbourne. Una addenda inesperada para los fans, recibida con la misma satisfacción y añoranza con la que uno escucha, a día de hoy, el resto de sus trabajos.

 

Eloy Pérez

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