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El imperio del estribillo

Analizamos dos hits modernos que sirven para demostrar el cambio estructural de la música. A Paul Simon le entrevistó Dick Cavett, decano del entretenimiento nocturno, en el año 1970. Le preguntó por su proceso creativo y el menudo gigante de la canción dijo: “Dos veces. Dos repeticiones son suficientes para clavar una idea en el cerebro, a la tercera quiero cambiar y buscar algo diferente.”

Aunque siempre tendrá razón porque es un principio universal, Simon describía una música, y de rebote una sociedad, que no se parece en nada a la de hoy.

Vivimos en la era de lo inmediato, de lo rápido, de la repetición. El estribillo es ese Emperador inflexible que castiga con el vacío a quienes reniegan de él. Ya no se lleva el rock sinfónico, el jazz, el blues ni la canción de autor estilo Aute; no llega a los nuevos fans, que diría Florentino Pérez. La causa no es que el gusto musical de la masa sea peor — que puede ser un factor, pero no es el motivo principal como dicen los críticos gourmet— si no que estos estilos no han evolucionado con la sociedad; el trap, el reggaeton y el pop electrónico sí lo han hecho.

Un buen ejemplo es Peaches, uno de los temas más populares del último disco de Justin Bieber: 9 segundos de intro etérea con teclado desafinado y… ¡BAM!, estribillo in your face. Después, una estrofa en la que notamos una ligera bajada de dinámica y en el segundo 42.. ¡BAM!, estribillo in your face.

En el primer minuto lo escuchamos dos veces, la canción abre con él directamente y escuchamos la palabra que da nombre a la canción en apenas diez segundos.

Triunfo del productor, que sabe que la magia debe estar en el estribillo; el gancho. Si uno sabe eso, y además sabe que la gente lo espera, ¿por qué no hacerlo? Eso es la cultura pop; la de la satisfacción inmediata y la validación, ¿no?

Algunos críticos ven en este fenómeno la demostración empírica de la degradación de la cultura general musical; discrepo.

En la era de Simon triunfaron canciones en las que el estribillo era parte de la canción, un color más. Hoy ES la canción, es el Todo. Y lo es porque nosotros, humanos viviendo en comunidad, lo hemos hecho así.

¿Qué me dicen de Believer, ese tema de Imagine Dragons que triunfa entre los jóvenes? Tres acordes, Lam — Fa — Mi (en ese aspecto nada ha cambiado en la música pop) y una frase, “Pain, you make me a believer”, que se repite hasta la extenuación, a veces con otras palabras, pero con melodía inalterable. No olviden que lo que se “clava” en el cerebro, eso de lo que hablaba Paul Simon, es la melodía de la letra, no las palabras (a no ser que te llames Bob Dylan… siempre hay una excepción para todas las “normas”).

Además, en esta canción escuchamos un nivel más de profundidad de esta idea moderna; las estrofas son, realmente, estribillos. El ritmo no cambia, la velocidad no cambia, las notas no cambian; sólo evoluciona la voz, a la que se le añaden capas para que suene más GRANDE en el estribillo, porque tiene la melodía más reconocible del tema. Las líneas de las estrofas, con más ritmo (cuasi-rap), podrían ser el gancho principal en otro tema. Sin problema.

Muy interesante y efectivo también ese pulso de silencio que hay antes del estribillo, escúchenlo porque ayuda a enfatizar el dramatismo de la frase… Prosodia.

Veo esto como la conclusión inevitable de Netflix, la triple W, Zuckerberg y Michael Jackson, que empezó a liarlo todo en el mundo musical con sus tremendos videoclips. (Bueno, esto último es medio broma).

Pienso en los puristas y músicos de jazz… ¿A quién cautiva, en este ecosistema, un concierto instrumental de hora y media con escalas bebop y acordes disminuidos? O el blues… ¿De verdad seguimos con los mismos 12 compases y la escala con la que aprenden los niños? De la música clásica ya ni hablamos, por supuesto.

Estos gremios musicales, esclavos del canon, se han mostrado reacios al cambio y ahora pagan con la Nada su ofensa al Emperador porque, al final del día, el estribillo es a la música lo que el orgasmo es al sexo; los preliminares están bien pero una vez metido en faena, todo el mundo quiere que llegue lo bueno.

Texto: Arcadio Falcón

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