De órdago está siendo el año para los amantes de la música de raíces. Probablemente el género que más y mejor ha llevado este maldito 2020. Y uno de los que ha colaborado a ello es Bill Brimer con su álbum de debut. Este tipo decidió a principios de 2018 autoimponerse el reto de lanzar una canción nueva cada mes, y lo mantuvo hasta que la dichosa pandemia le impidió seguir presentándolas en garitos de todo pelaje. Entonces decidió que quizá era el momento de grabar un disco, y aquí está el resultado. En sus propias palabras nos hallamos ante un álbum conceptual que “explora las tragedias y los triunfos que heredamos y transmitimos de generación en generación”. En las nuestras, nos encontramos ante un disco de country-rock de puta madre. Cierto es que hay un aire de melancolía que sobrevuela todo el disco, pero también que esa forma de hablar sobre religión, whiskey y personajes de dudoso estatus tan sureña se nos hace absolutamente embriagadora. Algo tiene este tipo de Texas que no tienen los demás, y eso se percibe desde la primera escucha. Es un excelente narrador de historias, de hecho está escribiendo su primera novela que él mismo sitúa en el estilo gótico sureño, pero también es un soberbio intérprete. Con esos ingredientes, que nos iba a chiflar estaba cantado.
Eduardo Izquierdo
