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Blues en la encrucijada: Miami de The Gun Club, reeditado con demos e inéditos

Muchos son los que aseguran que el blues está muerto. Pues desde aquí vamos a demostrar que no. Que está más vivo que nunca, y no solo eso, sino que ha sufrido múltiples mutaciones. Y que blues hay hasta debajo de las piedras. Blues bastardo, quizá. Pero a fin de cuentas, blues.

The Gun Club - Miami (1982, Vinyl) | DiscogsDe entre todas las cosas que fueron e hicieron The Gun Club –no pocas, por cierto- hay una constante que se mantuvo desde el primer hasta el último acorde, del primer al último surco: el blues. Sus fans bien lo saben, aunque el oyente ocasional más de una vez se deje deslumbrar por su post punk salpicado de rockabilly selvático, sin advertir que en los cimientos de ese retorcido edificio que construyeron, están los grandes nombres del Delta. En ocasiones bien escondidos, en otras más evidentes, pero ahí están. Jeffrey Lee Pierce podía ser un fan fatal de Debbie Harry y un poeta del descalabro, que lo era en ambos casos, pero si ya de jovencito vendió el alma a algo, fue al blues. Y a él se dedicó filtrándolo a través de su propio cedazo, rompiéndolo en mil pedazos y volviéndolo a montar del revés. Kid Congo Powers, miembro intermitente de la banda, lo recordaba diáfano: “The Gun Club profundizó en la música de raíces. La Creedence, The Band y Dr John llevaron a Jeffrey hasta Charley Patton y Tommy Johnson. Se obsesionó con el blues de uno y dos acordes. También hubo otras influencias: el free jazz, la literatura (Lowry, Burroughs). Éramos intelectuales y narcisistas”.

The Gun Club storyY en la celebración de su legado, ubérrimo en referencias oficiales y piratas, llega una nueva reedición. En este caso de su segundo álbum, el imprescindible Miami, de la mano de Blixa Sounds, sello angelino (paisanos tenían que ser) especializado en este tipo de cosas. No llega pelado el disco obviamente, que a estas alturas eso no vende, sino acompañado de un segundo disco con las demos de la docena de temas en el original. Doble vinilo y doble CD, con el regalo -para los clientes de lo digital- de seis maquetas más en el segundo disco, inéditas todas ellas.

No es la primera vez que a Miami se le peina y acicala más allá de su chasis. En 2009 Cooking Vinyl ya lo puso en circulación –en ambos formatos también- con el segundo disco ocupado por un directo en el Continental Club de Buffalo en 1982. Pero si entonces la operación incluyó asimismo reediciones extendidas de The Las Vegas Story y del EP Death Party (es decir, el grueso de su producción entre 1982 y 1984), en esta ocasión se nos ofrece solo una golosina, pero con el anzuelo suficiente para que piquemos sin pensarlo.

En Miami confluyen todas las variables que hicieron de The Gun Club lo que son hoy: un auténtico perro verde. Una banda en permanente peligro de descarrilamiento, adscrita coyunturalmente a las atmósferas siniestras de un after punk que no supo qué hacer con esa gente. Y es que su devoción por la música de raíces, especialmente por el country y el blues, así como por el rock de los pioneros (en su versión más asilvestrada, la que va de Bo Diddley a The Cramps) se daba de bruces con la oscuridad gótica de buena parte de la escena.

The Gun ClubLa nueva edición nos dará la posibilidad de descubrir los borradores de clásicos propios como «Carry Home» o «Mother of Earth» –difícil abrir y cerrar un disco con más clase- o de las versiones de la Creedence («Run Through The Jungle») y Jody Reynolds («Fire Of Love»), al tiempo que nos dará la excusa perfecta para recuperar el grueso de la discografía de Lee Pierce.

Esa que incluye posteriores obras maestras, entre ellas su definitivo alegato por el blues más tradicional. Sería casi diez años más tarde, en 1991, cuando Jeffrey se trasladara a los Países Bajos, formara equipo con su amigo y colaborador Tony Chmelik y el batería de Gun Club en aquel momento, Simon Fish, y exorcizara de una vez por todas sus demonios bluesies. Escondidos tras los alias de Ramblin’ Jeffrey Lee, Cypress Grove y Willie Love, los tres compinches grabarán para New Rose un tributo homónimo en forma de dos temas propios y siete versiones de oscuros clásicos (Robert Wilkins, Otis Hicks, Frankie Lee Sims, Chester Burnett…), por si a alguien le quedaba alguna duda de que ese tipo de mirada estrábica y melena oxigenada, tenía alma de bluesman.

Una pasión, la suya, que a través de su banda transmitió a toda una nueva generación de mozalbetes. Pregunten por él (es un decir) a contemporáneos deconstructores del blues como Mark Lanegan, Dan Auerbach, Dimi Dero, David Eugene Edwards, Jim Jones o el mismísimo Jack White y verán cómo se les escapa una sonrisa, cuando no una reverencia.

Eloy Pérez

Sección coordinada por Manel Celeiro & Eduardo Izquierdo

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