Que últimamente no hay demasiados motivos para reír es algo que no necesita demasiada explicación. Por eso la propuesta de Sergi Estella (el cincuenta por ciento de los Empty Cage, banda a la que deberían darle un tiento inmediato) se agradece doblemente. Porque Sergi, para quien no lo conozca, es un auténtico one-man show, un hombre orquesta que sobre un sustrato blues más o menos tradicional extrae un humor finísimo, entre el costumbrismo y el sarcasmo, para ofrecer un show fresco y original.
Repasando su disco en solitario de 2017, Ho Superes i et Fots, Sergi nos deleitó la otra noche con un magnífico espectáculo rebosante de improvisación, electricidad y pequeños monólogos tan incisivos como hilarantes, intercalados entre canciones con más enjundia de la que uno pudiera esperar en un show de estas características: «No Trobo Lloc», «Màrtirs Quotidians», «Els Tàpers de ma Mare» o «Fins i tot per Suïcidar-me la Renfe Arriba Tard» superan con creces el chascarrillo para resultar punzantes y destartaladas píldoras de blues del pantano. Y algún que otro interludio en formato más serio -el «Smokestack Lightnin’» de Howlin’ Wolf, sin ir más lejos- no solo no rompe el ritmo del concierto sino que ayuda a afianzar el conjunto.
Si a todo ello le sumamos que el de Rubí es un hacha con las manualidades, el tío, y que se trajo con él una colección de artefactos caseros con forma de guitarra, desde una escoba hasta un cajón con comedero del perro encajao, fabricados a través de su técnica-mantra (un imán, una bobina y un tornillo, recuerden), las risas, los aplausos y el disfrute no podían ser sino una constante.
En el escueto formato -obligado por las circunstancias- de esta segunda edición del Rootsound Fest, Sergi consiguió que la extrañeza propia de las condiciones se diluyera prácticamente desde el minuto uno. Mucho mérito. Si pasa cerca de su casa, cual buhonero cargado de cachivaches musicales, compren una entrada para su circo particular, sin pensarlo. Consejo de amigo.
Eloy Pérez
