Expectante y curioso, sobrecogido por cierto sentimiento de culpa por haberlos dejado aparcados desde su The Real Ramona (1991) me enfrento a la nueva entrega de Throwing Muses como quien acude a una cita inesperada tras la llamada de un antiguo romance de juventud. Piezas claves para ayudar a definir y apuntalar las señas de identidad del universo sonoro que fue el sello 4AD, el trío estadounidense vuelve a dar señales de vida el año de la pandemia.
Anunciado con «Dark Blue» como adelanto, me parece encontrar, sin embargo, en la tensión de las atmósferas pulsantes de «Upstairs Dan» o el aire fantasmal de «St. Charles» las referencias más interesantes del disco. La voz de Kristin Hersh, felina e intrigante cuando la situación requiere contemplación y contención, sabe igualmente alcanzar el punto de crispación que necesita. Aunque las guitarras pueden llegar a raspar y arañar —como en «Bo Diddley Bridge», de cuya letra por cierto sacan el título del disco—, la música de este Sun Racket es de las que llena habitaciones con la persiana a medio bajar, con cortinas que se van dejando mecer perezosas por ráfagas de viento suave que se cuela dentro. Salgo satisfecho, emocionado por pequeños detalles como haber creído reconocer en «Sue’s» algunos de los parámetros que me sobrecogieron en Painful (1993) de Yo La Tengo. Throwing Muses no han perdido nada de su curiosidad de antaño por explorar vericuetos diferentes ni de su capacidad para atraparte con su música.
Texto: Tomás González Lezana
