¡Hinca la rodilla, routier!: ¡vuelven los reyes australianos del psycho-weird-fat-punk-rock! Tras un respiro sabático, Link McLennan regresa a su cueva en Melbourne para encerrarse en el manicomio Meanie y como resultado defeca su mayor bombazo desde aquel debut paranoide titulado Televolution.
El título del adictivo mondongo, Desperate Measures, parece obedecer a la incontrolable necesidad de McLennan por volver a abrirse la crisma tocando punk. Los Meanies habían regresado a lo grande hace cinco años con It’s Not Me, It’s You, pero el cachivache, a excepción de la atómica «There’s a Gap», no consiguió permear la tatuada piel de sus devotos seguidores como cabía esperar. Puede que Link estuviera cansado de fregar platos y cortarse al tirarse por el escenario, pero lo cierto es que aquel disco olía a inercia y Desperate Measures huele a vodka con azufre.
Tras grabar excelentes vomitonas a lomos de Sun God Replica —¡busca esas delicias!— y pasar un par de años llevando una vida “normal” en Barcelona, Linkie, harto del orden y hambriento de punk-rock intravenoso, se olvida de todo y se entrega por fin a sus perennes inquietudes con la formación más consistente de los Meanies: Wally Meanie —también miembro de Even—, Jaws —de los insuperables Onyas y Casanovas— y Ringo Meanie. Las paranoias líricas del cuarteto siguen siendo las de siempre, pero el sonido del grupo muestra en este flamante disco mayor densidad sebácea que nunca. Como si los Ramones se hubieran follado a Zappa y a los Kinks del Village Green en una orgía punk-rocker, los recauchutados Meanies logran con este regreso cocinar un barbitúrico remedio que contiene armonías memorables en cada uno de sus cortes. Desperate Measures es una obra de ingeniería melódica que diluye las penas con unas canciones más pegadizas que un gapo de Loctite. Ruego publiquen este desparrame en formato supositorio: solo me falta metérmelo por ahí y seguro que coloca.
Texto: Randy Calimocho
