Discomático

Bob Dylan – Rough & Rowdy Ways (Sony Music)

Me detengo antes de dar al play para reproducir «Key West (Philosopher Pirate)». ¿Puede ser, esta vez sí, la última vez que escuche una nueva canción de Bob Dylan? Me he reído durante décadas de todos aquellos que han querido descifrar despedidas finales entre sus versos. Si hay dos cosas seguras en esta vida, es que el sol saldrá por el este y que ningún disco de Dylan es el último. Pero dudo porque nunca antes había escuchado algo como «I’ve Made Up My Mind to Give Myself to You» («espero que los dioses se apiaden de mí»), «Murder Most Foul» o «Mother of Muses» («ya he sobrepasado de largo lo que me tocaba vivir»).

Nunca antes había percibido una sinceridad tan desarmante, replicada también en esas entrevistas donde no tiene reparo en lamentar la brutalidad policial que acabó con George Floyd, divagar sobre Indiana Jones y John Williams o declarar su amor por los (putos) Eagles. Por supuesto, aquí también hay juegos de palabras, trucos de magia, autorreferencias y referencias veladas, obsesiones recurrentes sobre presidentes asesinados y metáforas militares, pero Rough & Rowdy Ways no hiede a corta-pega ni esconde a su autor tras la máscara de la intertextualidad. Esa primera persona que contiene multitudes, canta a las musas y agradece a Jimmy Reed haberle proporcionado una religión se parece sospechosamente al propio Dylan. Ya la monumental «Murder Most Foul» se presentaba, en plena crisis del coronavirus, como un homenaje a JFK y el tirón de orejas a una era. No hay truco. Esto es literal, o todo lo literal que Dylan sabe ser.

A sus 79 años cumplidos en pleno confinamiento, Dylan ha apagado el piloto automático que lastraba algunas de sus últimas canciones, y ha llegado aún más lejos que en Tempest (2012). Quizá haya que agradecer a su baño en el cancionero americano con la pentalogía de Sinatra la recuperación de ciertas facultades artísticas y líricas, pero desde “Love & Theft” no había publicado algo tan poliédrico. En la divertida «My Own Version of You» se disfraza de doctor Frankenstein para alumbrar un golem que toque el piano como Leon Russell o Liberace. Si esta música necesitase un nombre, podría ser folk-noir de serie B. ¿Es el «Dúo de las Flores» de Léo Delibes lo que escucho en «I’ve Made Up My Mind to Give Myself to You», quizá un rescate de aquel reciente disco de gospel ideado pero nunca ejecutado? En cualquier caso, resulta tan sincera como «I Believe in You» y tan conmovedora como los mejores momentos de The Boatman’s Call de Nick Cave.

Tampoco habíamos escuchado nunca antes en la voz y pluma de Dylan algo como «Black Rider», su «Strange Fruit» particular. «Mother of Muses» es un espiritual de iglesia, un repaso a los héroes de la historia americana, desde los generales Sherman y Scott hasta Elvis Presley y Martin Luther King que evita el namedropping y suena tan cándido como auténtico. Tan solo los consabidos rhythm and blues suenan ya conocidos (mejor «False Prophet» y «Goodbye Jimmy Reed», una relectura de «Baby What You Want Me to Do» que podría haber figurado en Blonde on Blonde, que «Crossing the Rubicon»).

Vuelvo al presente, presiono el botón para que comience «Key West» y un nuevo paisaje nace. Cayo Hueso es la isla donde vivió Hemingway, pero también «el lugar donde debes ir si buscas la inmortalidad, un paraíso para morir», anuncia Dylan. «Nací en el lado equivocado de las vías, como Ginsburg, Corso y Kerouac», prosigue, y es difícil no recordar que en su primera canción, «Song to Woody», ya saludaba a Cisco, Sonny y Leadbelly. Es un himno hipnótico como «Highlands» con el aliento épico de «Series of Dreams», también, un estado mental. Otro enigma a resolver: ¿qué es «Key West» y qué significa exactamente? ¿Es el más allá soñado por Dylan o un mero destino vacacional para jubilados? ¿Está cerrando su ciclo o se está tomando un año sabático en el Caribe? ¿Volveremos a vernos?

En cualquier caso, uno desearía quedarse para siempre en Cayo Hueso. En un año en el que hemos recordado que nuestras vidas son frágiles y limitadas, el gran compositor popular del siglo XX ha vuelto para ampliar nuestros horizontes, para recordarnos que el mundo es tal y como nosotros queramos inventarlo. El mismo Dylan de siempre, un Dylan que no hemos oído nunca, ¿acaso hay mejor halago para este Rough & Rowdy Ways que muchos no esperábamos ya escuchar? Da igual lo que pase a partir de ahora. Siempre estarán en el horizonte el callejón de la desolación, las tierras altas y Cayo Oeste. Siempre nos quedará este tesoro inesperado.

Texto: Héctor G. Barnés

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