Rutas Inéditas

¡Malditos seáis! Frank Tovey

Esta vez el nombre es el de Frank Tovey. Músicos malditos. Músicos de culto. Músicos a los que sólo conocen cuatro gatos. La atracción por esos artistas cuyos innegables méritos artísticos no reciben la merecida respuesta del público siempre ha estado ahí. El gusto por escarbar en discografías subterráneas y descubrir pequeños tesoros semienterrados es inherente al aficionado al rock menos acomodado. 

 

Frank Tovey - Luxury (1985, Vinyl) | DiscogsLas dos caras del mimo

 

De todos los músicos que pueblan esta sección, el caso de Frank Tovey puede que sea uno de los más insólitos. No se me ocurre otro artista de los aquí tratados que diera un giro tan radical a su estilo, dividiendo su carrera en dos mitades no solo claramente diferenciadas sino prácticamente antagónicas. Y aunque la que más nos interesa (plural mayestático, sepan disculparme) es la segunda, imposible referirse a ella sin hacer referencia a la primera. Así pues, veamos…

Nacido en Londres en 1956, Francis John ‘Frank’ Tovey era en los setenta un chaval con ganas de aprender a tocar para seguir los pasos de sus héroes -Iggy, Bolan, Lou Reed- que pronto se encontraría con un serio obstáculo: sus escasas dotes para llegar a dominar mínimamente algún instrumento. Lejos de frustrarse, dirigió sus esfuerzos hacia otras formas de expresión artística, tomando clases de artes visuales y mimo en la Politécnica de Leeds. Pero sintiendo que a sus primeras performances les faltaba una banda sonora, retomó la idea de grabar música desde una óptica distinta. Para ello se agenció un magnetofón Grundig, desconectó el cabezal de borrado del de reproducción e instaló un interruptor entre ambos. De ese modo controlaba qué sonidos borrar y cuales guardar, experimentando con ese método hasta perfeccionarlo. A mediados de los setenta se mudaría a un pequeño piso de la capital, montando su propio estudio casero, adquiriendo otros instrumentos -un piano eléctrico Crumar Compac, una caja de ritmos Korg Minipops y un sintetizador Korg- y sentándose a escribir material propio, cara a editarlo bajo el alias que iba a mantener durante más de seis años: Fad Gadget.

En 1978 enviaba finalmente una maqueta con el tema «Back to Nature» a Daniel Miller, conseguía un contrato y de paso se convertía en el primer artista en firmar con el sello que este acababa de crear: Mute Records. Una relación, la de Frank con Mute, que se prolongaría a lo largo de toda su trayectoria, por cierto.

 

 

El single cosechó un notable éxito, propiciando un segundo sencillo («Ricky’s Hand») y un elepé al año siguiente. Fireside Favourites (1980) sería el primero de un terceto de álbumes formado asimismo por Incontinent (1981) y Under the Flag (1982), con el que se reveló como un visionario de la electrónica, uno de los pioneros en trascender la new wave para fusionarla con lo industrial y la vanguardia experimental. Distanciándose además de similares coetáneos a través de unas letras más propias de un cantautor que de un músico electrónico, Fad Gadget dejó una serie de sombrías estampas distópicas en las que, mediante la mordacidad y el humor negro trataba temas como la industrialización, la tecnología, el consumismo, los medios de comunicación, la religión, la violencia o la sexualidad. Un discurso -una advertencia más bien- sobre el capitalismo y sus riesgos, de vigencia indiscutible.

Frank Tovey a.k.a. Fad Gadget | New waveY si singular era su trabajo en estudio, todavía más lo era su propuesta en directo. Basándose en los estudios de arte mencionados, y con una voz profunda y bien modulada Fad Gadget en escena era toda una experiencia; moderadamente andrógino y delgado hasta casi lo esquelético, tal cual una mezcla de Marc Almond e Iggy Pop tras una dieta especialmente severa, buscaba no solo trascender con sus letras sino epatar a base de una interpretación física visceral y estrambótica. Y lo conseguía a base de numerosos disfraces, de los que se despojaba para acabar cubriéndose de plumas y alquitrán cual tahúr del Oeste, trepando y colgándose de cualquier soporte, arrancándose vello de axilas y pubis y -generoso- lanzándolo al público, dándose coscorrones con todo lo que encontraba o, en el colmo de la extravagancia, untándose el cuerpo semidesnudo con crema de afeitar. Como es de suponer, las friegas con árnica y unos cuantos puntos de sutura no eran cosa extraña tras las actuaciones. E incluso alguna que otra lesión de pronóstico más serio, sin contar que sufría problemas cardíacos desde su infancia.

Musicalmente, uno de los primeros puntos de inflexión llegó con la grabación de su cuarto y último trabajo como Fad Gadget. Si con el anterior Under the Flag, ya había iniciado ciertos acercamientos al soul dance y a una música, en conjunto, menos airada, con Gag (1984) dejaría de actuar como hombre-orquesta en el estudio. Para ello viajaría a Berlín, al famoso Hansa Tonstudio, de cuya mesa computerizada de control de mezclas se enamoró al instante, al tiempo que involucraba en los procesos de composición y grabación a músicos como el violista Joni Sackett, el teclista David Simmonds o el mismísimo Rowland S. Howard.  Con el añadido de unas coristas de técnica poco ortodoxa y la inclusión de no pocos instrumentos acústicos, el viraje hacia nuevos territorios había empezado, lento pero determinado. Tras grabar el disco y colaborar escuetamente con la Einstürzende Neubauten, nuestro hombre creyó llegado el momento de dar por finiquitado a su alter ego y emprender un nuevo rumbo, todavía incierto en cuanto a periodo de transición.

 

Entre 1984 y 1988 Frank entregaría ya bajo su nombre diversos trabajos todavía resacosos de lo creado hasta el momento. Para empezar y junto a Boyd Rice (personaje al que dar de comer aparte) editaría Easy Listening For The Hard Of Hearing (1984), una de esas espantosas turras con coartada noise de las que uno se pregunta por su mera razón de ser. Mi único consejo es que huyan de él, a las colinas.

 

rat catcher — Frank Tovey, Fad GadgetNo lo hagan, por el contrario, de Snakes & Ladders (1986) y Civilians (1988), dos interesantes trabajos por medio de los cuales soltaría el lastre que todavía conservaba, para aterrizar en la otra punta del espectro. El primero de ellos todavía recaba numerosos elementos sonoros del universo Gadget, aun adentrándose en los siempre inciertos terrenos del synth pop, pero sería Civilians el disco que marcaría definitivamente el umbral a traspasar. Un álbum con pocos estribillos pegadizos aunque imbuido de un hipnótico, esotérico hálito post punk no tan lejano de los primeros Bad Seeds. Con bastantes más teclados, eso sí. «Ultramarine», «From the City to the Isle of Dogs» o «Unknown Civilian» suenan punzantes todavía hoy, con esa rareza -en el contexto del álbum- titulada «Bridge St. Shuffle» dándonos la pista definitiva (en retrospectiva, claro) de sus intenciones a corto plazo. Un tema -editado como maxi single- acelerado en percusión, con un banjo y un recitado igual de urgentes, que rompía con casi todo lo facturado hasta entonces. En medio de ambos discos, un efímero proyecto bajo el nombre de Mkultra parió un doce pulgadas con tres remixes del tema «Immobilise». Poco más que anecdótico, a decir verdad.

Interesado cada vez más por los instrumentos acústicos, Frank decidió colgarse definitivamente una guitarra y componer únicamente mediante instrumentos más tradicionales. El resultado, grabado en tres sesiones distintas entre abril de 1988 y marzo de 1989 fue Tyranny And The Hired Hand, un disco de puro folk combativo; dieciséis cortes (solo uno propio, «Midwife Song») en los que versiona temas tradicionales («Sam Hall», «Hard Times In The Cotton Mill», «The Blantyre Explosion») y a una pléyade de compositores entre lo convencional (Dylan, Reed, Guthrie) y lo inexplorado (Blind Alfred Reed, Ed Sturgill, Merle Travis). Canciones que son puro grito o lamento proletario, cantos al trabajo duro en el campo y a las condiciones de la mina por parte de un artista que hasta hacía cuatro días, como quien dice, era pasto del público más modernete de la época. ¿Tan radical fue el cambio? En lo formal, sin duda. Había ido dando pequeñas pistas al respecto, como hemos visto, pero nada que hiciera suponer su conversión en un trasunto de Pete Seeger. Pero en el fondo, ese paso tenía toda la lógica, en cuanto Tovey siempre había sido, en esencia, un músico folk. Con sintetizadores, cajas de ritmo y demás cachivaches, de acuerdo. Pero folk. En palabras de John Cutliffe, con quien colaboraría en los últimos discos de su carrera: “Con Frank, nunca se trató de hacer la transición del electro al folk. Se trataba de canciones y sonido y de los músicos de los que se rodeaba. Sus influencias siempre habían sido eclécticas, y su amor por la manipulación electrónica de sonidos inspiró a muchos, pero eso es también lo que estábamos haciendo con los instrumentos folk y rock más tradicionales. Extenderíamos los límites de lo que podían hacer y tocar. A Frank no le importaba si era un banjo o un sintetizador. La canción importaba, y las capas de sonido que podíamos usar para extraer la emoción de la canción era lo único relevante”.

Frank Tovey (8/9/56 – 3/4/2002) « Home / a Depeche Mode website

 

Claras pues las intenciones, nacerían Frank Tovey & The Pyros, con Paul Rodden y el citado John Cutliffe. Junto a estos dos irlandeses, más otros músicos de apoyo en estudio y directo, grabaría sus dos últimos álbumes, dos pequeñas obras maestras que el lector de estas líneas, caso de desconocerlas, deberá anotar en su cuaderno de caza desde ya mismo.

En primer lugar tenemos Grand Union (1991), un magnífico ejemplo de folk rock en el que lo acústico y lo eléctrico se entrelazan con pasmosa naturalidad. Un disco que además en lo lírico se acerca a lo conceptual, a un “vehículo metafórico” en definición del propio Tovey. En el documental Grand Union: A Short Film, incluido en el recopilatorio Fad Gadget By Frank Tovey (2006), él mismo explica cómo en un momento dado se dio cuenta de que muchas personas y lugares relacionados con su música estaban ubicados alrededor del Grand Union Canal de Londres. Worried Men In Second-Hand Suits [Mute] de Frank Tovey : NapsterCon esa idea en mente escribió pequeñas historias como «Passing Through», sobre la construcción de una autopista a través de un área donde vivía de pequeño, «Bad Day in Bow Creek», acerca de un contaminado estuario de marea que corre adyacente al Támesis o «Bethnal Green Tube Disaster», ambientada durante el Blitz en la Segunda Guerra Mundial. Pero si hay algo que destacar en Grand Union es «The Liberty Tree», una de las mejores melodías compuestas por Frank en toda su carrera, merecidamente editada como single en varios formatos.

La segunda entrega junto a The Pyros ampliaría horizontes. Worried Men In Second-Hand Suits (1992) trasciende etiquetas para mostrarnos un disco de rock que tan pronto mira al blues como a la canción de autor; en una colección de temas memorables, desde la inicial «Chasing The Blues Away» hasta ese último «Worried Man», no hay un solo tema que descartar. Recuerdo comprar este álbum a ciegas en una cubeta de saldos, en la antigua Castelló de la calle Tallers, a mediados de los noventa. Por los cuatro duros que costaba me fié de mi intuición al ver la portada, y al escuchar en casa temas como «All That Is Mine», «You Won’t Get That From Me» o «Doing Time» supe que había triunfado. Batallita, sepan disculparme de nuevo.

 

Tras la gira de promoción del disco y cuando todo pintaba a una nueva y brillante etapa en su carrera, Frank se retiró inesperadamente del negocio. Nada o casi nada se supo de él durante el resto de los noventa hasta que a finales de década una banda austríaca llamada Temple X le requirió como productor para uno de sus discos. Tovey accedió, y tras actuar (como Fad Gadget) junto a ellos, decidió volver a los escenarios; telonero de Depeche Mode en su Exciter Tour de 2001, una segunda vida artística parecía tomar forma. Mute aprovechó para lanzar The Best of Fad Gadget (2001), doble antología que incluía varias caras B y remixes mientras él alternaba el directo con las sesiones de cara a un nuevo álbum.

Por desgracia, sus problemas cardíacos nunca remitieron y en abril de 2002, con tan solo cuarenta y cinco años, moría de un ataque al corazón. Otro talento malogrado en el panteón de los malditos, cuyo legado -especialmente esos dos últimos discos comentados- sigue presto tanto a la recuperación como al puro descubrimiento.

 

Eloy Pérez

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