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Gladys Bentley, la reina del queer blues / #EnRutaEnCasa

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En los locos y frenéticos años 20, en los clubs del barrio negro de Nueva York, surgió un movimiento conocido como el Renacimiento de Harlem, en el que músicos, escritores y artistas alentaron el nacimiento de una cultura afroamericana. Entre ellos brilló con rotundidad una mujer enorme, enfundada en un esmoquin blanco tan masculino como su personalidad. Era Gladys Bentley, una reina del blues más picante, una pionera del espíritu queer que de algún modo allanó el camino para cantantes y rockeras posteriores, pero que pagó cara su osadía en los tiempos del macartismo.

Gladys Alberta Bentley nació en el verano de 1907. Hija de George L. Bentley y Mary Mote, miembros del 30 por ciento de negros pobres que vivían Filadelfia, no tuvo una infancia fácil. Su voluminoso cuerpo destacaba entre sus compañeras y compañeros de colegio, que le colgaron el cartel de marimacho. Fueron días de represión, de prohibida pero irresistible atracción por las mujeres y de burlas por su ropa masculina. Sus padres la obligaron a ir a un médico para ‘curarse’ y ella se marchó de casa antes de cumplir la mayoría de edad. A medidos de los años 20 se instaló en Harlem. Eran años procaces, transgresores y modernos hasta la extenuación; los tiempos de la ley seca y de los garitos clandestinos, los speakeasies, donde el público acudía sediento de alcohol y hambriento de diversión.

Harlem era el epicentro del primer movimiento cultural de la comunidad afroamericana, que aún no se llamaba así. El Renacimiento de Harlem agrupó a intelectuales como el poeta Langston Hughes, el actor Paul Robeson, el escritor James Baldwin o la folclorista Zora Hurston, que cayeron rendidos ante Gladys, quién inspiró libros como “Strange brother”, de la novelista blanca Blair Niles.

En Nueva York grabó ocho temas con Okeh Records, cobrando 400 dólares y comenzó a actuar en el club Hansberry Clam House. Su voz y su enorme figura con esmoquin y sombrero de copa blancos, cautivaron especialmente al público femenino, con el que coqueteaba abiertamente mientras cantaba letras ‘bulldagger’, de clara intención homoerótica. Fue la más llamativa de las blueswomen lesbianas y bisexuales, pero no la única. Ethel Waters era pareja de la bailarina Ethel Williams, Alberta Hunter era novia de una joven artista de vodevil y Lucille Bogan, la obscena reina del dirty blues, era bisexual declarada. La propia madre del blues, Ma Rainey, en su canción «Prove it on me blues», de 1928, se muestra como una lesbiana sin tapujos.

Casada con Will Rainey, con quién fundó una compañía de espectáculos, tuvo relaciones sexuales con hombres y mujeres, entre ellas la futura emperatriz del blues, Bessie Smith, quién pagó la fianza de Ma tras ser detenida en 1925 por conducta indecente. Chuleada por los hombres, Bessie se refugió en brazos de mujeres y lo dejó traslucir con letras como: “Cuando veas a dos mujeres caminando de la mano, míralas y trata de entender: van a esas fiestas donde sólo las mujeres pueden ir”. Pero Gladys traspasó más fronteras que las de género, tuvo romances con mujeres blancas – lo que entonces a un negro de Mississippi le hubiese costado la vida – como Tallulah Bankhea, la más notoria estrella bisexual de Hollywood, y alardeaba de haberse casado con un blanca en Atlantic City.

Pero en 1929 llegó la Gran Depresión. Las ansias de diversión desaparecieron al mismo tiempo que el dinero y los clubs se quedaron sin su mejor clientela: los ricos ociosos. Cuatro años después la derogación de la ley seca acabó con la clandestinidad y la tolerancia que representaba. Gladys aguantó unos años actuando en locales como el Ubangi Club, pero en 1937 se instaló con su madre en los Ángeles, apartada de las candilejas y el glamour. Sobrevivió actuando en bares de ambiente gay, como el Monas de San Francisco o el El Rancho de Los Angeles. En los 40 grabó cinco discos para el sello Excelsior, con temas como «Thrill me till I get my fill», «Find out what he likes» o «It Went To The Gal Next Door,y excelentes muestras de su talento, pero que estaban muy por debajo de sus shows en directo. Por entonces incluso participó en programas de televisión con Groucho Marx.

Tras la II Guerra Mundial, el ultraconservador Comité de Actividades Antiamericanas del senador McCarthy se cebó en izquierdistas y homosexuales. A Gladys se le cerraron las puertas de los clubs y fue censurada en los medios de comunicación. Al final no pudo aguantar la presión ni la precariedad económica y no solo cambió su esmoquin por ropas de mujer, sino que en 1950 hizo una retractación pública en Ebony, la revista negra más importante Se titulaba “I am a woman again» (Soy una mujer de nuevo), denostaba su época queer y decía haberse ‘curado’ a base de hormonas. Incluso se casó con un hombre 16 años más joven e ingresó en la Iglesia del Amor de Dios. Tras una década de olvido, falleció de neumonía cuando comenzaba el año 1960.

Gladys fue la más descarada de un grupo de mujeres que en el primer tercio del siglo XX se adelantaron a su tiempo e hicieron lo que muchos años después harían artistas como Dusty Springfield, Janis Joplin, Debbie Harry, Katrina Leskanich, Lesley Gore, Joan Jett, Melissa Etheridge, Tracy Chapman o Indigo Girls: vivir su sexualidad con plena y absoluta libertad.

 

Texto: Manuel López Poy

Artículo publicado en el nº 341 de octubre del 2016

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