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Patti Smith, entrevista, proyectos y obsesiones de un icono cultural / #EnRutaEnCasa

Foto: Ferrán Sendra

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Sin ningún género de dudas: Patti Smith es la mujer más importante que ha dado el Rock durante su corta pero intensa historia. Y eso es mucho decir. Un icono de la cultura popular, un pozo de enorme sabiduría. Nadie se puede comparar a ella, ni por los méritos artísticos contraídos, cómo por su carisma escénico. Ella es la jefa suprema del Rock. Y como tal ejerce.

Vivimos de los recuerdos. De los buenos y también de los malos. Algunos nos atormentan, mientras hay otros que son los que provocan el que nuestra existencia sea mucho más llevadera. Pero a pesar de la consabida nostalgia, debemos disfrutar del presente y mirar al futuro de frente y con valentía. Y eso lo sé yo, y lo sabe esa musa llamada Patti Smith. Y Ruta 66 también, faltaría más, justo ahora que se cumple la friolera de veinticinco años desde el nacimiento de la publicación. Todos pasamos por baches, y la revista no está exenta de esos momentos. Servidor a su manera tampoco lo está, y no digamos una mujer como Patti Smith que acumula muchas más vivencias a sus espaldas que la mayoría del resto de mortales. Y ahora, en ese instante en el que echamos la vista atrás y dadas las circunstancias, ella ha hecho también en los últimos tiempos un ejercicio de memoria. De manera improvisada, marcada por los pormenores, y por las casualidades.

En Éramos unos niños, su primer libro si no contamos otros lanzamientos como Babel o Poesía -ambas son recopilaciones de poemas con uno de ellos dedicado a Marianne Faithfull-, o bien American Artist y Patti Smith Complete 1975-2006 -éste último es una maravilla que incluye todas las letras de sus canciones y fotografías impagables-, en esta ocasión Patti Smith hace una obra de buena fe cumpliendo una promesa que había hecho a un gran amigo. Escribe a tumba abierta y con la sinceridad de alguien como ella que nunca se esconde ante nada ni nadie, el relato de una vida junto a Robert Mapplethorpe. Casi nada. Le costó lo suyo empezar con el proyecto, ha tenido que ver claro el momento de coger lápiz y papel, pero una vez se puso manos a la obra, supo darle forma a aquella aventura incumplida hasta entonces. Muy bien narrado, con documentación de primera mano y el buen corazón de quien puede presumir y presume de ser amiga de sus amigos. Y a los hechos se remite. Sino basta con atender al documental Dream of life, dónde repasaba de la mano del director Steve Sebring los años de su carrera que van desde que cumplió cincuenta años en adelante, esos que le han devuelto a la actividad, a los escenarios. Incluso se ha atrevido a montar una exposición, Art in heaven, un compendio con sus fotografías y sus pinturas. Sus obsesiones, sus deseos: Virginia Woolf, William Blake, Susan Sontag, su fijación por las crucifixiones, las tumbas y los símbolos religiosos, la declaración de independencia americana y el 11-S, el sentido que para ella tienen el Buda y Michelangelo.

Foto: Ferrán Sendra

Todo eso y más se puede degustar en dicha exposición. París y Londres habían sido antes las ciudades afortunadas. Ahora el turno es para Sant Feliu de Guíxols. No es lo mismo, ni en cuánto a tamaño ni a notoriedad geográfica. Pero en esa pequeña población costera, Patti Smith ha expuesto su obra más íntima. Un lujo, un placer, un acierto. Situada a cuatro pasos de Blanes, la ciudad que inspiró a su admirado Roberto Bolaño su magna obra 2666. “La guitarra eléctrica es el arma de nuestra generación. Sé feliz, sé libre, sé tu mismo”. Con ese discurso terminó el último de los seis conciertos que dio en la península, una tournée que le ha permitido profundizar dentro de nuestras propias raíces. Una mujer que reconoce que ahora está mejor que nunca, una vida que ella divide en etapas, y ésta es solamente la cuarta. La del sosiego, la de acaparar cuantas más aficiones mejor, un periodo en el que ella valora y disfruta cosas tan simples como dar un paseo por la playa al atardecer. El mar es la excusa para filosofar sobre el sentido y los placeres de la vida. Sobre lo poco que se necesita para ser feliz.

Una hora de charla que cunde, pero con una trayectoria como la suya se quedan muchos temas en el tintero. Al despedirse de mí con el libro bajo el brazo de Herman Leonard titulado Tras la escena que le acabo de regalar: ´Toni, tranquilo, seguro que nos volveremos a encontrar en algún punto del océano”. Entonces, yo ya respiraba tranquilo. Satisfecho, pleno. La misión estaba cumplida. La incertidumbre inicial deriva en una conversación distendida de la que participa durante un rato Lenny Kaye. Su mano derecha durante casi cuarenta años, el hombre que un día le dijo a Ignacio Julià que la visión artística de Patti era ilimitada. No andaba muy desencaminado el hombre. Ni el propio Ignacio cuándo un día volviendo en mi coche de un concierto de John Fogerty, nos planteamos por qué un disco como Horses por el hecho de estar firmado por una mujer, nunca estaba colocado entre los diez mejores de la historia del Rock en cualquier lista que se precie de ser fiable y ecuánime, cuándo realmente sí lo merece. Nosotros si lo creemos. Y con esa idea vamos a ir a muerte. Un mito viviente.

Navegando por el terreno cubierto de plumas dejando caer frases como:
“He estado en sitios peores
He estado en mejores
He andado por ahí…”
Y todo lo que deseas es una mano amiga
Que te saque del lodazal,
de la belleza
Que te levante…

Dejo que las ventanas vuelen, sobre los ríos, el campo y la rama que se dobla.

A lo largo de la orilla del río unas mujeres cogen agua; otras golpean las camisas de sus maridos con una piedra. Niños medio desnudos muerden frutas extrañas, delirantemente
dulces, y cantan:

Un día todos estaremos muertos
Pero los que se siguen moviendo
Rastreando y volviendo sobre sus pasos
Nunca morirán
Se llamarán
Rembrandt, Colón

Soñé que era una mercenaria
Soñé que era una prisionera.
Mi mochila era un corte de lino
atado como un globo a un palo.

Arriba las nubes se forman una y otra vez. Parecen un embrión, un amigo que se ha ido y descansa horizontal. Sobre un gran brazo, compasivo como un resorte que recibiera la orden de alcanzar y agarrar ese bolso de lino y todo lo que lleva dentro, aunque sólo fuera el alma de una idea, el color del agua, el peso de una colina.

(Arte En El Cielo)

Como hemos dicho antes, Art in Heaven es la exposición que presenta Patti Smith en la que refleja la obra que durante años ha ido recogiendo con su vieja cámara, una Polaroid Land 250, más las pinturas con lápices de colores que ha ido acumulando en su diván particular a lo largo de los años. La pintura fue la primera vía artística que se le conoce, aunque no la más reconocida. Y la fotografía fue su principal refugio tras morir su marido Fred Sonic Smith. “Me encanta que ésta exposición se pueda disfrutar en un rincón como éste cerca del mar, justo al lado de los lugares dónde Roberto Bolaño inspiró uno de los libros más maravillosos que he leído nunca, 2666. Hasta tres veces lo he leído, y eso es mucho para mí, porque los libros se me acumulan, siempre hay cosas interesantes por leer. Pero su obra me inspira unos sentimientos distintos, los personajes, los lugares, sus historias, el silencio. Por ejemplo, a mí una de las cosas que más me gustan es caminar por la playa de noche, durante media hora, no más, pero ese rato que paso a solas me relaja gracias al sonido del mar, el olor del salitre. Me ayuda a escribir, después de un paseo por la playa tengo ganas de escribir. Hay algo para mí que tiene un gran significado: las olas.

De hecho, uno de mis discos tenía ese título, Waves. Las olas son una metáfora de la vida, ya que las olas van y vienen, como la vida, a veces con más fuerza o violencia, y otras con más suavidad, con mucha paz. A mí, esos son los detalles que me hacen ser feliz, no necesito nada más, con eso es suficiente. ¿Para qué quiero tener cuatro coches si sólo voy a conducir uno? ¿Para qué una gran mansión si con un sitio más modesto tengo bastante para sentirme cómoda?”.

Patti Smith está más en forma que nunca, se mantiene activa, su mente está tan fresca como cuándo era una adolescente, viaja y aprende con cada nueva aventura que emprende.

“Viajo porque creo que así se abre un poco más mi mente, mi corazón. Ahora siento que todo lo que no podía desarrollar cuando tenía 20 años, lo puedo hacer ahora. Tengo 63 años y me siento joven, hay gente que tiene 65 y se sienten viejos, están frustrados, viven atemorizados porque la muerte está más cerca, y yo quiero trabajar, más aún de lo que lo he hecho en toda mi vida. Quiero desayunar tranquila, escribir un relato, grabar alguna toma, salir a la calle a fotografiar lo que puedo cazar al vuelo, dar conciertos. La gente en general, y no es porque sean más tontos o más listos, se aburren porque les falta entusiasmo, ilusión. La importancia del lenguaje, que alguien se pueda sentir atraído porque el simple hecho de que hay algo que les inspira a hacer lo que sea, ese es el magnetismo del universo. A través del lenguaje y el entusiasmo, cuando piensas que estás viviendo tiempos duros, esa conjunción te puede ayudar a que todo vaya mejor, mucho mejor. Leer un libro, pasear. A veces no necesitas tener nada más que eso. Los pequeños detalles, esos son los más importantes. Y lógicamente, cuando yo tenía veinte años, y llegué a Nueva York, no lo podía ver así, hubiese resultado ilógico, mi único objetivo era aprender, no parar de aprender, pintar, escribir, relacionarme, más tarde empecé a cantar. Por aquel entonces no tenía casi dinero, y disfrutaba de aquella situación de otro modo, ahora en cambio me puedo permitir alguna licencia, comprar una película y disfrutarla cuándo me apetece, o bien salir a dar un paseo y pararme en una terraza a tomar un café mientras observo lo que hay a mi alrededor. Noto que puedo y debo hacer lo que me apetece en cada momento, no tengo presión, el tiempo que tengo es todo para mi disfrute, necesito crear, estar activa, disfrutar de cosas tan sencillas como tomar una taza de café. En mi página web, hay una sección que se llama coffee break, y allí cuelgo fotos y comentarios que tratan sobre mi día a día”.

Su cámara la acompaña allá donde va, y el simple acto de fotografiar la convierte en una persona inmensamente feliz. Y dos son sus principales referentes, primero su amigo y confidente Robert Mapplethorpe, de quien hablaremos a propósito de la edición del libro Éramos unos niños, y en segunda instancia, Annie Leibowitz, amiga personal, que además le hizo las fotografías para Gone Again. Patti Smith nunca se había embarcado en una gira tan larga por España. Son míticos sus conciertos en el Pabellón del Joventut en Badalona justo tras el fin de la dictadura, su retorno a los escenarios en 1996 con un pase en el Doctor Music Festival de la mano de Michael Stipe, coincidiendo en el mismo cartel con Iggy Pop o David Bowie. Otras connotaciones distintas tuvo el concierto del Palau de la Música en 2004, después de que estallara la guerra de Irak y tras un disco con mensaje pacifista cómo Trampin´ -no olvidar los nueve minutos de <<Ghandi>>-. Patti Smith demostró ese día que se puede dar un concierto de rock en un marco como ése, con la tensión propia de un concierto de rock.

“Del concierto del año 1976 tengo un gran recuerdo, me acuerdo perfectamente porque era el aniversario de Arthur Rimbaud. Había muerto Franco, y el promotor que se jugó su dinero, fue muy valiente, ya que no era muy habitual este tipo de actos populares con un carácter reivindicativo, una muestra de libertad, en un país como España atado durante décadas a una dictadura, y con el rock como excusa. La gente estaba entusiasmada, horas antes habíamos visitado la obra de Gaudí, y el ambiente era fantástico, había tensión, ilusión. El sonido no era muy bueno, pero no importaba, lo importante era el contexto, la ceremonia, el momento. Para mi fue una sensación parecida a la revolución poética en el East Village de Nueva York en 1967. En cuanto al concierto del 2004, recuerdo que estaba muy enfadada con el gobierno de Bush, por cómo habíamos enloquecido invadiendo un pueblo inocente como el iraquí, el que la gente que vive en mi país no hiciese nada para evitarlo me enfureció, mientras en el resto del mundo la gente protestaba. Era muy injusto, sentía mucha rabia, impotencia”.

A Patti Smith le apasiona todo lo relacionado con nuestra cultura, la forma de vida de quienes viven aquí, el carácter afable. Le apasiona investigar todo acerca de la vida de Lorca, se sorprende al conocer una ciudad como Vigo, le encanta observar cómo es de distinta la personalidad de la gente según el lugar del país dónde estés, le estimula el caos y el ruido de una Madrid que ella considera 100% Rock n´Roll, o bien lo hermosa que es San Sebastián, un lugar dónde destaca que siempre llueve, y por supuesto, la costera Sant Feliu de Guixols.

“Para mi es un honor ver expuesto mi trabajo en un sitio tan idílico como un monasterio que se ha adecuado como museo, toda mi obra, mis fotografías y mis pinturas al alcance de un público que a buen seguro apreciará lo que he ido plasmando durante estos años. Me gusta que esta exposición pueda ser vista en distintos lugares, pero en este caso, me hace especial ilusión, porque el sitio, el espacio, es único, es especial”.

Entusiasmada con la obra del escritor Roberto Bolaño, lleva una chapa con una fotografía suya en la solapa de su chaqueta. Admiradora de Arthur Rimbaud, lo único que llevaba en la maleta cuándo aterrizó en Nueva York para instalarse allí era un ejemplar suyo, cuándo sólo tenía veinte años, y ahora ha visto cómo el hijo del fallecido escritor chileno a quien también venera, Lautaro Bolaño, se sube con ella a tocar la guitarra a un escenario. De hecho, en su próxima obra, aún sin una fecha fija para su publicación, y sin unas coordenadas establecidas para el mismo, si que hay un tema que tiene acabado dedicado a Bolaño, <<Cold black leaves>>, con un fragmento que está inspirado en la figura de Billie Holiday. Una mujer que agobiada por los críticos en los años cincuenta porque decían que cantaba peor que en sus inicios, ella respondió tajantemente diciendo que no hicieran caso a esos viejos gruñones y acomodados. Y eso mismo le podría suceder a Patti Smith, Marianne Faithfull o Rickie Lee Jones, aunque a diferencia de entonces, ahora si se respeta el poder de las canas. Ahora su voz es incluso mejor que en épocas de mayor gloria y éxito, cómo en los setenta cuando coincidió en el Hotel Chelsea con la plebe de Andy Warhol y otras mujeres como Nico o Janis Joplin. La madurez que sólo otorga la edad, la tranquilidad de no tener que demostrar nada a nadie, la percepción de que el tiempo pasa y las ocasiones se acaban.

“Ahora soy más sabia, tengo más control, se hasta dónde puedo llegar, cuál es la amplitud de mi registro vocal. No creo que mi voz en sí haya cambiado tanto desde entonces, antes era más visceral y ahora soy más profunda, pero quizás lo que ha cambiado es todo lo que la envuelve, la música, el ambiente, nuestra evolución como ser humano, las condiciones tan particulares del periodo que vivo y que vivimos. Ahora para mi es cómo cuándo tenía 20 años, pero con más libertad, más tiempo para dedicarme a mi misma, y mucha más experiencia. He tratado de cuidarme, la salud es vital para llevar la voz al terreno que tú quieres o pretendes”.

En los últimos tiempos, Patti Smith ha experimentado otro ejercicio de melancolía, con la edición de Éramos unos niños, el libro en el que explica su relación con el fotógrafo Robert Mapplethorpe. También el documental Dream of life, un recorrido por la última década, la de su resurrección.

“A veces no está mal echar la vista atrás, darte cuenta de lo que has vivido, lo que has sufrido por un lado y lo que has disfrutado por el otro. Pero tampoco es que me guste demasiado refugiarme en el pasado, si sólo piensas en el pasado estás desaprovechando tu presente y no piensas en el futuro. Para Éramos unos niños he necesitado mucho tiempo para elaborar una obra con tanto detalle, tan profunda, tan triste, la radiografía de una amistad y un momento cumbre en nuestras vidas. Tenía que encontrar el momento adecuado, además de la inspiración y la valentía para llevar ese proyecto adelante. He rastreado por mis diarios personales, en mi archivo. Era una promesa que le hice a Robert, y no podía fallarle. Pero tenía que encontrar el momento”

En cambio, el documental Dream of life es un recorrido por la última década de Patti Smith, la de su resurrección. Nominado a los Emmy y premiado en diversos festivales, es una obra de arte que no tiene desperdicio. Mitad arte, mitad humanidad, cómo ese instante cuándo llega a casa de sus padres. Todo naturalidad, todo amor.

“Ese es mi momento favorito del documental. Mi madre todavía vivía. Y estaba mi padre, y mi perro. Hay mucho amor en algunas de esas tomas, y yo quería enseñar a la gente de dónde vengo, como era mi padre, ese que cuida su jardín con tanto amor, o cómo mi madre le prepara a él el desayuno. Ser madre es lo más difícil pero a la vez lo más bonito del mundo. Para el documental en sí, estuvimos diez años para hacerlo, quería grabar escenas que seguramente luego no hubiese podido documentar, porque algunas de esas personas ya no estarían conmigo, y al contrario de otros proyectos de este tipo, no quise repasar mi vida en los sesenta o en los setenta, eso ya es de sobras conocido. Es difícil mirar a mis hijos y prever como van a ser sus vidas, pensar en cómo mi marido, mi hermano, mis amigos, ellos han ido desapareciendo, y yo les amo con todas mis fuerzas, por eso intento disfrutar la vida que ellos no pueden.

Me apetecía indagar en el lado más humanístico de mi vida y la de otros, las de mis hijos. Por eso, quería hacer algo que fuese a tiempo real. Estoy feliz con mi presente, quería transmitir esa gran satisfacción. Lo grabábamos cuando podíamos, cazábamos al instante una situación que nos parecía interesante y la inmortalizábamos, una simple anécdota, una imagen. Con eso ya era suficiente. Tiene un aire casero y a la vez un punto muy arty, no es documental de Rock n´Roll. Es una extraña combinación, pero quedó muy bien. No había una norma, podíamos mezclar el color con el blanco y negro y no pasaba nada. Quería que fuese algo artístico, pero no avant garde, por eso salen mi madre y mi padre, que obviamente no sabían de que iba eso del avant garde. Estoy orgullosa de ese trabajo”.

Ella separa su vida en cuatro etapas, todas ellas distintas las unas de las otras. Primero su juventud, los años que pasó en Nueva York buscando su identidad, algunas de ellas acompañada por Robert Mapplethorpe, y otras que no, cuándo a ella no le convenía porque su socio andaba obsesionado con el estrafalario mundo de Andy Warhol. Entonces ella prefería hacer buenas migas con Tom Verlaine e introducirse en el círculo del CBGB. Luego un periodo de felicidad máxima y esplendor creativo, con la edición de Horses, y otros álbumes también redondos, caso de Easter o Waves. Tras la muerte de Fred Smith, más de quince años dedicada en cuerpo y alma a la educación de sus hijos Jessie y Jackson en la periferia de la grisácea Detroit.

“Durante unos años cambiaba pañales de día y escribía de noche”.

El disco Dream of life fue la única licencia que se permitió la polifacética artista, con un himno generacional con el gancho de <<People have the power>>. “

«Mi marido me dijo un día: la gente tiene el poder. Y juntos escribimos esa canción, para demostrarle al mundo que quien tiene aún el poder es el pueblo, la gente, y no los políticos. Lo único necesario es que la gente esté unida, y así manifestarse, boicotear a los poderosos, convocar huelgas cuándo son necesarias”.

Tras animarle el cantante de R.E.M. a salir del agujero en el que estaba, y un Bob Dylan, que maniobró igual que cuándo se parió Horses ayudándola que Gone again se hiciese realidad, un álbum que es quizás, el segundo más importante en su carrera.

“Me cuesta hablar de ese disco, de esas vivencias, de esos recuerdos. Ese disco se suponía que debía ser el diario de una mujer india que expone en un disco su punto de vista sobre las cosas, sobre la vida. Ese personaje explora por qué hay ganadores y hay vencidos, por qué todos ellos tienen sus objetivos, pero al final todos vuelven a la raíz. Ese es el significado que le di a Gone again. Esa obra fue fruto de la memoria que honré a mi marido, Fred “Sonic” Smith, todo lo que envuelve a ese disco es un homenaje a él, así que quise que fuese un disco sincero, real, emocional. No quería hablar sobre esos sentimientos como si fuesen un juguete o una revolución personal o en grupo. No estaba segura sobre que iba a salir de ese proyecto, tenía ciertos miedos, me causaba un enorme respeto enfrentarme a cosas de mi pasado, escarbar demasiado en los recuerdos.

Esa obra era producto de mi más profundo dolor, y ese el regalo que tenía preparado para todos ellos. La chica de Fred estaba desconcertada, baja de ánimos, necesitaba un estimulo, enseñarle a aquel indio que podía tener otro punto de vista distinto al de ese momento de melancolía, ver al horizonte e ilusionarme. Saqué de mi interior una gran fuerza que pensaba que no tenía, tuve ilusión, las canciones tenían vida propia. Recuerdo cuando escribí <<Gone again>>, no podía parar de llorar, de alegría y de tristeza, las dos caras de la vida, y ese fue un regalo personal que me ayudó a seguir viviendo. Probablemente esa es la canción más triste que he escrito nunca, la más profunda”.

En ese disco había dos íconos representativos de la década de los noventa, uno Kurt Cobain a quién iba dedicada <<About a boy>>, y el otro Jeff Buckley, que hacia coros en <<Beneath the southern cross>>. “No es que estuviese enfadada con Kurt Cobain, al fin y al cabo fue su decisión, era su vida. Más bien estaba contrariada, era ese extraño enfado que causa el dolor, no entendía como alguien con su juventud, su talento, podía echar por tierra todo su porvenir. Yo en poco tiempo ví como se marchaban de mi vida tres personas tan importantes como mi marido, mi hermano Todd y mi amigo Robert, y lo que sentía era mucha impotencia por lo sucedido con Kurt. Yo escribí <<About a boy>> pensando que entendía el sentido y el significado de su música, el de sus letras, me contagié de su talento, aunque me sentía estúpida al ser yo, mucho más vieja de lo que era él, quien escribiese esa canción. Una generación de personas perdió a alguien como Kurt que les inspiraba, y que en cierta manera era su ídolo.

En cuanto a Jeff, también fue una gran desgracia, yo también opino que Grace es una de las obras más imponentes de los últimos veinte años. Aunque para mí era sumamente impactante ver la inseguridad, la nula estima que tenía de si mismo, vivía cohibido porque su padre era músico, y fue una persona muy importante en los setenta, por la relación tan compleja que tenían. Robert Mapplethorpe trató con su padre en los setenta, y él podía entender muchas de las cosas que había alrededor de Tim. Mientras Jeff grababa conmigo, y que era algo me hacía muy feliz, un día le pillé en su habitación llorando. Yo no entendía que le pasaba, y él lo que tenía era un ataque de pánico, decía que no tenía suficiente voz para cantar con nosotros, que no tenía talento, que lo podría haber hecho mucho mejor, ¿te lo puedes creer? Era muy perfeccionista, muy exigente consigo mismo, él grabó esas partes y tenía una voz tan dulce, tan maravillosa. Y yo estuve allí a su lado durante media hora convenciéndole de lo equivocado que estaba. Él era como un angel”.

Foto: Ferrán Sendra

Nueva York es la ciudad en la que tanto Patti Smith como su banda, han construido su leyenda. Y Lenny Kaye, la persona que ha estado a su lado a las duras y las maduras, sabe mejor que nadie como funciona una ciudad, que también tiene su espacio dedicado en la exposición de Patti a los atentados del 11-S.

“Cada cinco años se produce un gran cambio generacional en Nueva York, de tendencias, de lugares. Y lógicamente, tras la caída de la torres la ciudad dio un giro yo creo que para bien. Nueva York es una ciudad con múltiples caras, Harlem es muy distinta al Soho, o Queens de Staten Island. Ahora donde más actividad hay es en Brooklyn. Es un barrio más barato que estar en Manhattan, y es allí dónde se va la gente. En cada casa, en cada local, hay alguien creando, y eso me parece muy interesante. Hubo un tiempo en el que en St.Marks Place, en el Greenwich Village, había una gran movida. Es cierto que St.Marks Place es un lugar tal y como tu describes, dónde puedes ser como tú quieres ser, dónde la gente puede vestir como quiere, dónde podías comprar discos e intercambiar impresiones con gente peculiar y con inquietudes”.

Si los ves juntos, te das cuenta que no pueden vivir el uno sin lo otro. Lenny Kaye sabe que quién le acompaña es algo más que la chica que lleva cantando a su lado desde hace más de treinta y cinco años, y ella es consciente de que él es su brújula, el hombro en el cuál apoyarse cuando vienen mal dadas. Una relación que tiene sus tiras y aflojas, pero que al final persiste sólida.

“No siempre es fácil convivir, girar, compartir, todos tenemos nuestras manías, nuestras particularidades, y Patti también. Pero nos conocemos tan bien, que ya sabemos que necesita el uno del otro, cuándo es preciso hablar y también cuándo es mejor callar. Lo mejor de todo, es que al final sabes que vas a llegar al mismo punto de unión”.

Aunque tuvimos casi una hora de reloj, nos faltó hablar de muchas otras cosas, de su extraña relación con el Rock n´Roll Hall of Fame. Primero hizo a regañadientes el discurso de bienvenida cuándo entró en el selecto club la Velvet Underground, y una vez superado el trances, se puso la mar de de contenta cuándo le tocó ser a ella condecorada, con la participación de Zach De la Rocha como maestro de ceremonias, alguien también muy implicado en temas políticos. Tampoco pudimos indagar sobre el proyecto que prepara Johnny Depp sobre su amigo Keith Richards, o el por qué de un disco de versiones como Twelve. De la desaparición del CBGB, de su vinculación política con Ralph Narder, o qué es lo que le da tanto miedo de Internet. O entrar a degüello y hablar únicamente de Horses, pero imagino que no le hubiese apetecido tanto porque ya lo ha hecho antes muchas veces. Aunque el disco lo merezca.

Texto: Toni Castarnado

Artículo publicado en el nº 276 noviembre 2010 Especial 25 Aniversario

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