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Oasis, ¿Superhéroes por un día? / #EnRutaEnCasa

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Cuando a John Lennon le preguntaron qué era exactamente el rock’n’roll, contestó: ‘’Estar aquí ahora’’. El exitoso grupo británico recogió la expresión para titular su esperado tercer elepé, donde según ellos se encontraban ‘’las mejores canciones que jamás existieron’’. ¿Merecían estos chicos nuestra admiración o un cubo de agua fría? Lee, lee…

23 de agosto de 1996: Oasis se disponen a grabar su Unplugged para la todopoderosa MTV. Liam se ha saltado los ensayos, no ha aparecido por la prueba de sonido y llega a última hora con la voz lijada por el alcohol y la falta de sueño. Noel tiene que encargarse del micro y crecen los rumores sobre una posible separación.

27 de agosto: Liam sufre un arranque histérico y se baja del avión quince minutos antes de que el grupo emprenda una gira americana de un mes de duración. Alega que en la carretera se siente sin hogar, que detesta las giras y, particularmente, a ‘’esos yanquis tontos del culo’’.

5 de septiembre: Liam desaprovecha la oportunidad de disculparse ante una audiencia millonaria cuando, en la entrega de los MTV Awards, se pedorrea metafóricamente ante las cámaras y trescientos millones de potenciales espectadores. Luego declara que lo ha hecho para fastidiar a Noel. La opinión generalizada es que han intentado escandalizar y no lo han conseguido, dando una imagen patética.

11 de septiembre: Liam abandona la gira americana y vuelve a casa, declarando, al bajar del Concorde en Heathrow, que ya no aguanta más estar encerrado con los otros en un autobús. La prensa tiene preparada la traducción de sus palabras: ¡OASIS SE SEPARAN!

9 de noviembre: Encerrados en los estudios de Abbey Road, Oasis dan forma definitiva a las canciones de una maqueta cuyo contenido les atrae poderosamente. Liam, que se ha pasado la noche bebiendo en el hotel, es arrestado a las 7:25 de la madrugada, mientras deambula por Oxford Street. Cuando la policía le para y le interroga, Liam les insulta. Al cachearle, encuentran dos papelas de cocaína de escasísima pureza.

¡Ya está! Nos hemos desembarazado de la basura. Quienes la busquen pueden dejar de leer y pasar página. Francamente, las aventuras en la prensa amarilla de los hermanos Gallagher me interesan casi menos que la vida sexual secreta del padre Apeles. Es decir, nada en absoluto. No estoy aquí para reírles las gracias, como está haciendo mayoritariamente la chauvinista prensa musical británica. ‘’Maravillosa obra maestra’’, escriben unos; ‘’majestuosamente inevitable’’, murmuran otros. ¿Qué coño les pasa a esos tibios, posiblemente sobornados comentaristas? ¿Anhelan quizás compartir el triunfalismo y los beneficios de esa emergente Inglaterra, laborista y liderada por unos nuevos Beatles, que vislumbran babeantes? Eso ayudaría a vender muchos ejemplares de sus papeles, está claro. En consecuencia, Oasis son la Banda Más Grande del Mundo y Be Here Now, su último álbum, la panacea del pop de los noventa. No voy a negar que, indudablemente, es el mejor trabajo que los chicos nos han ofertado hasta la fecha; son pasables artesanos pop, nunca han sido genios, es pues normal que sea así. Pero tampoco voy a callarme que suena tan sobresaturado, sobredimensionado y sobrevalorado como el mismo grupo que lo firma.

‘’Esta noche soy una estrella de rock’n’roll’’, cantaban al inicio de su álbum debut. Esto es claramente lo que siempre persiguieron y finalmente han conseguido, con esa vehemencia típica de los muchachos de clase trabajadora, como si el punk no hubiera acabado definitivamente con tan fútil actitud. Obsesionadas con esa meta, a las canciones de Oasis les cuesta llegar a transmitir emoción real, conformándose con ser un sonoro espejismo en el que el público adolescente pueda verse reflejado. Si los Gallagher, y el calvo Bonehead, lo han logrado, ¿por qué no van a conseguirlo ellos?: es el cuento más viejo del negocio. ‘’Estoy en esto por la música’’, afirmaba Noel en una de sus primeras entrevistas. ‘’Porque amo la música y adoro escribir canciones. Pero también estoy en esto por la pasta. Quiero un coche, pero no sé conducir, así que voy a necesitar un chófer. No quiero que nadie me moleste, que nadie sepa donde estoy o como es mi vida. Pero si mañana todo acaba, seguiré haciendo canciones, porque es lo que sé hacer. Ya lo hacía cuando estaba en el paro, sin un duro; lo vengo haciendo desde que tenía once años, tocar la guitarra ha sido siempre mi única evasión’’. ¡Oh!

Como buenos cachorros proletarios, Oasis habían conseguido su contrato discográfico aplicando una regla seguramente aprendida en el ambiente cargado de testosterona y humo que caracteriza a esa ebria institución británica llamada pub. Ocurrió en Glasgow, en el King Tut’s Wah Wah Hut, un antro que tal como van las cosas podría muy bien ser el nuevo Cavern. Habían acompañado desde su ciudad, Manchester, a un grupo amigo que se presentaba en el local y ‘’exigieron’’ actuar como teloneros o ‘’remodelaban’’ el local. Alan McGee, capo de Creation, les vio aquella noche e inició allí mismo las negociaciones. Después de presentarse en sociedad con rotundos himnos titulados «Supersonic» o «Live Forever», recogidos junto a otros temas de similares características en su primer álbum Definitely Maybe, Oasis se pusieron a trabajar en la secuela que habría de encumbrarles más allá de cualquier expectativa. Sus pobrecitos competidores, Blur, iban a quedarse atrás mientras ellos se dirigían hacia la primera división y la fotografía junto a U2. «Wonderwall», más que ninguna otra cosa, sería el detonante, quizás porque reconcentraba todos los atributos, y defectos, del grupo. Resulta esclarecedor que muchos la recordemos más por la adaptación easy listening de Mike Flowers que por la original. ¿Habrá alguien en el planeta que no la haya aburrido todavía?

https://www.youtube.com/watch?v=gr7MSSPNH9o

El álbum, (What’s the Story) Morning Glory, se vendió como churros a ambos lados del Atlántico. Representaba a un grupo de razonable calado melódico y medianas cualidades musicales… estropeado por las pretensiones sónicas y guitarras gigantescas, su pegajosa superficie melódica y tópicas letras, y una fastidiosa tendencia a la repetición. Lo peor, sin embargo, era el cantante, imitando a Lennon y Rotten sin variar de registro o alejarse de su nasal y homogéneo tono vocal. No obstante, a partir de aquel desmesurado éxito, todo era ya posible. La edición de un single que hacía pública una pelea entre los siempre mal avenidos hermanos, la aparición de una banda homenaje llamada Nowaysis que llenaba locales fotocopiando sus éxitos, o ese viejo privilegio de las estrellas de rock que consiste en arrojar mobiliario por la ventana de un hotel. Desde sus inicios, Oasis cultivaron una imagen de broncas cerveceros y meterrayas que, lejos de afectarles, les ha beneficiado publicitariamente. ‘’Algunas de esas historias son ciertas, pero no somos la panda de gamberros que la gente cree’’, repetía Liam una y otra vez cuando sufría un amago de momentánea lucidez. ‘’La gente puede decir lo que quiera de Oasis, pero nosotros sabemos muy bien que no somos unos putos hooligans las veinticuatro horas del día. Tampoco somos rockers. Esa es gente que viste pantalones de cuero, como Bobby Gillespie. Tipos que no se lavan el pelo en dos semanas, llevan botas y sombreros de cowboy, y se creen americanos. Nosotros no somos así’’.

No, vosotros queríais ser los Beatles… o, en su defecto, los anodinos Stone Roses. Y, además de vuestra exagerada sonoridad, un puñado de canciones resultonas y toda la publicidad gratuita del mundo, tuvisteis desde el principio a un equipo preparado para la escalada. Está vuestro mánager, el galés Marcus Russell. Me han contado que no le dejáis esnifar, que se pone muy pesado explicando esa anécdota sobre el bolo de los Sex Pistols que organizó una vez y que duró solo diez minutos. Os conoció gracias a Johnny Marr, vuestro mentor, a quien Noel había mandado una maqueta, recibiendo a cambio su amistad… y una Gibson Les Paul que atesora. Russell fue esencial en convenceros de la importancia decisiva de asaltar el mercado americano para llegar a la dominación global. Asimismo os respaldan el también galés Owen Morris, vuestro productor, a quien despreciasteis en el primer álbum pero al que hábilmente recuperasteis para el segundo. Y los amigos músicos como John Squire, ahora en Seahorses, los dotados tradicionalistas Ocean Colour Scene, o Richard Ascroft, de The Verve, quien os inspiró el tema «Cast a Shadow». ¡Joder, el mismísimo Johnny Depp toca la guitarra en el nuevo disco!

Aunque los paparazzi persigan al cabeza hueca de Liam, a nadie se le escapa a estas alturas que quien manda en Oasis es Noel, el autor de las canciones, un jefe cuyas malas pulgas son temidas, un tipo cejijunto y celoso de su intimidad. ‘’Soy un solitario, siempre lo he sido’’, explicaba en los inicios de su carrera. ‘’En los primeros meses con Oasis me agradaba estar rodeado de gente, era algo nuevo para mí. Pero ya me está comiendo el coco tanta compañía. Me llevo bien con el resto del grupo, pero ocurre que antes de formar Oasis fui roadie de Inspiral Carpets durante cinco años. He estado en América, Argentina, Rusia, Japón, por todo el mundo. Ya no hay nada en el negocio musical que sea nuevo para mí. He conocido a los ejecutivos de las discográficas y a los productores, y sé que son todos unos gilipollas. Ya he pasado por todo ese rollo de las groupies y, créeme, me lo pasé de miedo. Era igual de broncas que el Niñato. Hacía las mismas cosas que hace él. Pero no estoy en esta banda para esas cosas’’.

Noel Gallagher fue un pésimo estudiante. Esnifaba pegamento, faltaba a clase y acabó siendo detenido por robar con un amigo en la tienda de la esquina (‘’una completa estupidez, nos conocían de toda la vida’’). Es un carácter difícil, con cierta tendencia a la depresión, dependiente de la relación con su pareja, Meg Mathews, en la actualidad ejecutiva de su discográfica. Muchas de las canciones del nuevo disco tratan de esa relación y, según ha confesado, reflexionan acerca de hacerse mayor y no querer estar solo, amar a alguien y ser amado. Su educación católica le ha hecho ‘’medio ateo, medio cobarde’’, y su introversión una persona que no sabe, o no quiere, abrirse emocionalmente. El éxito y la fama han empeorado este nudo psicológico: ante los imprevistos de la existencia, ahora Noel no sabe qué pensar, qué decir. Esta tensión sale a flote en canciones marcadas por la autosuficiencia en sus letras, la arrogancia en su interpretación musical.

Es obvio que el carácter de Noel choca frontalmente con el del irresponsable Liam. En una de las sesiones de Be Here Now, durante una discusión, cuentan que Noel le atizó con un palo de cricket y luego salió corriendo, cargado de rabia y culpa. La banda estuvo parada tres semanas por un suceso que dado el historial de Oasis a nadie extrañará. ‘’Liam añade un toque extra de peligro’’, explica Jill Furmanovsky, fotógrafa oficial del grupo. ‘’A menudo pone de los nervios a la gente. Es hiperactivo, de los que no se sientan, y puede parecer que está un poco chiflado. En una ocasión viajó en el autobús del equipo técnico y la atmósfera fue muy distinta en el nuestro’’. Cinco años más joven que Noel, Liam exhibe un humor de perros al despertarse, tiene un especial instinto para meterse en problemas y dispone de un limitado vocabulario que redunda en expresiones del tipo ‘’that’s fuckin’ top’’. Algunas de estas muletillas, el caso de «D’you Know What I Mean», por ejemplo, han acabado siendo título de canción.

La precariedad del grupo no evitó que, llegado el momento, Noel se encerrara en una habitación, diez horas diarias, a escribir canciones. Al principio fue duro, muchos esbozos acabaron en la papelera, pero cuando finalmente surgieron las ideas y estructuras básicas de «My Big Mouth», «It’s Getting Better (Man!)» y «D’you Know What I Mean», todo empezó a ir sobre ruedas. Con las canciones en marcha, Noel grabó una maqueta en la que ya se manifestaba el esqueleto básico de lo que sería el disco (dos de las canciones de la maqueta fueron desechadas en la grabación final, y se añadió «Magic Pie», la única que canta Noel). Tras abortarse las sesiones en Abbey Road por el acecho de los periodistas tras el arresto de Liam, se trasladaron a la campiña de Surrey y prosiguieron con la grabación en los estudios Ridge Farm. La completarían en los Air Studios de George Martin: allí se enteraron de la muerte de la madre de Bonehead, a quien dedican el tema «All Around the World» y el álbum. Peggy, la mamá de los Gallagher, también fue ingresada, pero su achaque sería benigno; el suceso inspiraría la grandilocuente balada «Don’t Go Away», donde se la da un barniz Brit-pop a Bryan Adams.

El riff a lo Stones del tema que titula esta tercera colección no es lo único que Oasis han tomado prestado. Bajo su espectacular, densa superficie, se observan en el álbum las huellas de Neil Young, Pink Floyd, Pete Townshend, David Bowie y otros muchos. Y sí, también de Beatles, con quien se les compara continuamente desde que Blur ya no sirven como contrincantes. Craso error: donde los de Liverpool eran amables y eclécticos, ellos son rudos y unidireccionales. Los Beatles tenían a dos compositores y medio luchando por despuntar, ellos tienen a uno solo que, en cierto modo, repite siempre idénticos patrones. Noel Gallagher dobla guitarra sobre guitarra hasta el delirio, amontonando capas y más capas sónicas, pero menosprecia la capacidad de sorpresa implícita en el mejor rock. En un tema de Oasis se adivina el siguiente acorde, la próxima inflexión vocal, segundos antes de que ocurra. Únase a esto la capacidad para limar aristas, endulzar con exceso las melodías y reunir expresiones tópicas en las letras, y se comprenderá su desmesurado éxito.

Donde todo ello resulta más evidente es en directo. En escena, Oasis se revelan un grupo inmóvil y antipático, sin el menor sentido dramático, solo visualmente activo en su cantante, que deambula por las tablas como si ver a tanta gente junta le sacara de quicio. Su actuación parece más preocupada por transmitir manierismos que personalidad, y lo peor es que esta actitud, como la engañosa superficie de su música, parece totalmente calculada. Su público es joven, disfruta del menor guiño de sus ídolos, no demanda profundidad de ningún tipo. Las/los fans de Oasis quieren estribillos, no conceptos; vanidad y ego, no comunicación real. Esto motiva en directo un gran vacío que se intenta llenar en vano con volumen revienta tímpanos, canciones coreadas como himnos deportivos, el griterío hormonal de cientos de niñas en celo. ¿No dejaron los Beatles los escenarios precisamente por eso mismo? Esperemos que a Oasis no les ocurra lo mismo, pues es justo advertir que hay en su nuevo álbum alientos esperanzadores, y no me refiero únicamente a temas como «It’s Getting Better (Man!)» o «My Big Mouth», entre lo más duro que han grabado nunca, sino a la destreza con que controlan el monstruo que han creado, un disco donde el éxtasis y la jaqueca a menudo se confunden.

Los últimos seis meses han sido vertiginosos. Liam se casó con Patsy Kensit en abril, en la misma oficina de registros donde lo habían hecho Paul y Linda McCartney. Poco después el partido laborista gana las elecciones y el grupo lo celebra casi como un triunfo personal. El 7 de junio Noel y Meg hacen oficial su relación, en Las Vegas, con imitador de Elvis incluido. Un mes después, el 7 de julio, el single «D’you Know What I Mean» entra directamente en el primer puesto de las listas inglesas; lo acompañan con su versión del «Heroes» de Bowie, evidencia de que siguen sin cortarse un pelo. En agosto actúan dos noches en Knebworth, ante 125.000 personas, regresando al antiguo emplazamiento de triunfos jurásicos protagonizados, en los setenta, por Led Zeppelin o Pink Floyd. Es el punto culminante de una carrera que, el marketing abusivo y la respuesta del público, seguramente convertirán en tortura mediática estos próximos meses. Una cosa resulta innegable: su nuevo disco es ahora mismo el más escuchado del mundo. ¿Se estará mordiendo sus gruesos morros Mick Jagger?

Lo paradójico es que, en el fondo, Oasis no son una completa nulidad. Hay en sus tres discos indicios de su capacidad para concebir una obra decente y sensible, no vociferante y sensiblera como las que han hecho hasta la fecha. No hay que perder la esperanza: fíjate en Radiohead, otro grupo que tardó lo suyo en deshacerse de un sospechoso tufillo, y su magnífico OK Computer. Deberán, claro está, rebajar sus pretensiones, olvidar el mimetismo y la gula, y apartarse de ese rectilíneo camino que les mantiene atados a un estilo inmutable. Ahora aseguran que se lo van a tomar con calma, que lo peor ya ha pasado, que se van a portar bien. Culpan a la discográfica de haber querido auparles en solo un año, por miedo a que se separaran matando la gallina de los huevos de oro, lo que ejerció una terrible presión sobre un grupo cuyo delicado equilibrio interno era ya notorio.

‘’Para mí, los peores momentos han sido por culpa de los problemas internos’’, ha reconocido su mánager, Marcus Russell. ‘’Nunca hemos tenido problemas en los aspectos más puramente comerciales. ¿Cómo sería eso posible con lo que vendemos? También me siento mal cuando veo que los chicos no se divierten. Eso me entristece, porque si no eres capaz de disfrutar una vida como la suya, es que hay algo que definitivamente no funciona’’.

 

Texto: Ignacio Julià

Artículo publicado en Ruta 66, nº 132, octubre de 1997.

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