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Marianne Faithfull, audiencia con la reina / #EnRutaEnCasa

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50 años después de As Tears Go By, la gran dama del rock invoca en el lujurioso «Give My Love To London» terrores ancestrales y preocupaciones sociales. Advertencia: no conviene tocarle los ovarios.

A finales del mes de julio, los medios de comunicación de todo el mundo corrieron a reproducir la revelación de la identidad del hombre que acabó con Jim Morrison. Se trataba del traficante Jean de Breteuil, quien por accidente cercenó la vida del líder de The Doors con una dosis excesiva. En un segundo plano quedaba la autora de la afirmación, Marianne Faithfull, y más aún el contexto en que se produjo el presunto descubrimiento: una entrevista en la revista británica Mojo a propósito de la publicación del notable Give My Love To London (Naïve). Sin querer, Faithfull había provocado una vez más aquello de lo que ha huido durante casi 50 años: ver su nombre asociado al de un hombre, sea este Morrison, Mick Jagger o la larga lista de figurines con rabo que salen a colación cada vez que la autora de «Sister Morphine» asoma en la prensa. La pajillera mitología del rock se ha afanado durante decenios en convertir en leyenda sexual a uno de los seres humanos más complejos que jamás la han transitado.

Los retratos no escatiman en adjetivos como “prostituta” o “yonki”, tan sólo ciertos en parte. Uno de los clichés más crueles de la historia de la música popular, testimonio de la fetichista imaginación de un público ávido de historietas escabrosas. La progresiva mitificación –y fosilización– del rock primigenio no ha impedido que la buena Marianne haya intentado más que nadie de su generación convertir el mito en carne, como ocurre con su airado último trabajo, tan elegante como Easy Come, Easy Go (Decca, 2008) y malcarado como Broken English (Island, 1979). Quizá por sus desengaños promocionales, Faithfull entre en la entrevista como un cordial púgil que sortea golpes y examina al adversario antes de bajar la guardia. Se mofa de sí misma cuando explica que el sonido que se oye al otro lado del teléfono es el de los hielos del té que se está sirviendo (“qué interesante, ¿eh?”) y, poco a poco, se desprende de la máscara de altiva aristócrata. Uno diría que esta encubre cierta inseguridad si no fuese porque, como ella misma explicó a Sylvie Simmons, no es más que “una saludable dosis de autodesconfianza”.

Foto: Eric Guillemain

¿Cómo estás?

Bueno, me rompí la cadera en Grecia, y es jodidamente doloroso. Estoy haciendo un montón de ejercicios, terapia, salgo a caminar, voy a nadar… Es complicado, pero bueno, ¡estoy bien!

Give My London To London es sorprendente. No cabía esperar un disco tan furioso a estas alturas.

De repente parece que todo ha estallado, ¿verdad? No sé por qué. Todo lo que canto en «Mother Wolf» es totalmente real, muy personal. Estoy muy asqueada con el mundo en muchos niveles. No siento una furia absoluta hacia el ser humano, pero estoy enfadada. Tengo nietos, ¿qué cojones les va a ocurrir? Puedo imaginarlo.

En «Mother Wolf» cantas “somos la gente libre, los que no matamos por placer”. ¿Quiénes son los otros? ¿Los humanos?

La gente libre son los lobos, los animales. Y los otros, también. Los seres humanos no aparecen en la canción, son demasiado desagradables. Leí un libro muy interesante, Mujeres que corren con los lobos [N. del A. Ensayo feminista de Pinkola Estes], que habla de la parte de lobo que hay en todos nosotros. Entonces releí el fragmento de El libro de la selva sobre Mowgli, la Madre Lobo y Shere Khan, Bagherra y el Rey Mono. “Somos la gente libre y miramos al mundo como mil estrellas”, esos son versos de Kipling. Cuando lo canto, me he convertido en la madre lobo. ¡Es vomitivo lo que los hombres hacen al planeta, a los demás y a los animales! Ningún lobo haría eso.

En tus libros de memorias explicas que a lo largo de tu vida han existido muchas Marianne. ¿Cuál sería la de este disco?

No lo sé, ¿cómo podría hacerlo? No puedo analizar esa clase de cosas. Todo lo que sé es que he crecido mucho desde los tiempos en que grabé Broken English, que es un buen disco, pero en algunos aspectos, demasiado conformista.

¿A qué te refieres?

Si te paras a pensarlo, es muy frío, ¿sabes? Y esa es la manera en que al patriarcado le gusta ver a las mujeres. La única visión personal en el disco es «Why’d You Do It».

Es curioso que la canción titular, «Give My Love to London», esté escrita por un americano, Steve Earle.

¡Es un compositor increíble! Tenía casi toda la letra escrita, pero debía encontrar a alguien para terminarla. Una de las partes más importantes es la que habla del corazón roto y doliente de la pirata Jenny y el Barco Negro. Tenía que trabajar con alguien que supiese quién era la pirata Jenny y lo que significaba. Así que necesitaba a un socialista de la vieja escuela y Earle era ese hombre. Ya no quedan socialistas así, socialistas como mis padres.

Foto: Eric Guillemain

En las notas del disco dices que has vuelto a enamorarte de Londres.

Siempre he estado muy orgullosa de Londres, y cuando era joven, antes de que todo se fuese a la mierda, me gustaba mucho. Durante muchos años lo pasé muy mal en Londres. Una época horrible. Recuerdos horribles. Horribles, horribles, horribles. He viajado por todo el mundo haciendo entrevistas, y en ningún sitio la gente es tan maleducada como en Londres. Seguro que lo sabes, tú eres periodista. Creo que por eso escribí la canción, porque volví de un viaje de promoción de Londres que fue tan horrible como siempre. Estaba tan furiosa que escribí la canción de forma muy sarcástica.

Cumples 50 años en la música. ¿Qué pensaría la joven Marianne de 17 años si su yo adulto le dijese que medio siglo después iba a seguir cantando?

No la creería. Incluso a mí me sorprende hoy en día. El mero hecho de seguir viva es un milagro, ya no digamos seguir haciendo buenos discos. Es maravilloso, y me hace muy feliz.

Para celebrarlo, se publica un nuevo libro de fotos, A Life on Record. ¿Tuviste que enfrentarte con todas esas fotografías?

¡Sí, claro! Tuve que escribir todos los pies de foto, había que conseguir que el libro valiese lo que cuesta.

¿No fue extraño para ti?

Extremadamente. No me gustó demasiado, pero tenía que hacer los deberes. No soy la clase de persona que le gusta mirar fotos de su pasado, ni escucha sus propios discos todo el rato. Pero es un libro bonito, y me alegro de que lo hiciésemos.

¿Aprendiste algo?

No, creo que mi vida ha seguido el camino que tenía que seguir, y lo que he aprendido es obvio, lo he contado muchas veces. He aprendido a soportar la pérdida, pero no es nada nuevo: mi mayor remordimiento es que apartasen a mi hijo Nicholas de mí cuando tenía seis años.

Has trabajado con un montón de artistas jóvenes…

Bueno, son jóvenes, ¡pero no demasiado! ¡Venga ya, hombre!

Algunos de ellos son gente muy sensible, como Chan Marshall, Rufus Wainwright o Antony Hegarty. ¿Alguna vez te has sentido como su madre?

¿Quién yo? Por dios, ¡no! No soy precisamente un buen modelo. Nunca doy consejos a nadie. Si Nicholas, mi propio hijo y al que quiero mucho, me pide mi opinión sobre alguna cosa (algo que raramente ocurre), nunca le daría ningún consejo, es inútil. La gente nunca los sigue.

Leyendo tu libro de memorias, resulta evidente lo sexista que seguía siendo la sociedad en los años sesenta, la época de la revolución sexual. ¿Crees que ha cambiado para mejor?

Son buenos tiempos. En algunos sentidos, éramos más libres en los sesenta que ahora, aunque el patriarcado era más poderoso entonces y machacaba a todas las mujeres que consideraba peligrosas hasta que las destruía. Al menos, a las que podía. Gracias a dios, no pudieron destruirme a mí. Pero es algo que ocurrió a menudo, como con Billie Holiday. A los hombres se les permitían cosas que a las mujeres no, pero de alguna forma conseguí salir adelante. Es muy triste que casi todas las jóvenes de hoy en día no se den cuenta de lo mucho que la gente peleó por su libertad.

Foto: Dena Flows

En una reciente entrevista te lamentabas por no haber conseguido el respeto que mereces.

Creo que en el momento en que lo dije era verdad, pero ya no. Estoy empezando a conseguir lo que me he ganado, aunque me ha llevado mucho tiempo. Era algo que me tocaba los cojones.

Puede ser una cuestión generacional. Los más jóvenes te conocen por tus últimos discos.

Pero antes de eso, fui considerada durante mucho tiempo una chavalita con suerte por haberse cruzado en el camino de los Rolling Stones. Y de vez en cuando todavía tengo que tragarme esa mierda. Si quieres hablar de los Rolling Stones, entrevístalos. Si quieres hablar de mi música, entrevístame a mí. Mi talento no depende de los Rolling Stones. Tengo mucha suerte, claro, «As Tears Go By» era una canción preciosa que fue escrita para mí por Mick Jagger y Keith Richards, y todo lo que trajo consigo mereció la pena.

La mayor parte de tus contemporáneos han terminado convirtiéndose en parodias de sí mismos, personajes del show business. Tus discos siempre dejan entrever a un ser humano.

Lo sé, lo sé. Me niego a hacer eso. Pero si lo haces, puedes ganar mucho dinero, y también soy consciente de ello. Es una elección, ¿no? Podía haberme decantado por ese camino, y hay a quien le sale muy bien. Dolly Parton ha creado un personaje sobre sí misma, pero lo hace de una forma muy elegante, con mucho humor.

Supongo que siempre ha sido importante para ti ser auténtica.

No soy millonaria, pero gano el dinero suficiente con mis actuaciones. No de los discos, hoy en día sólo los Stones y gente así gana dinero con sus álbumes. Pero me permite mantener mi vida, que me encanta, aunque no sea muy glamurosa. Tengo un bonito piso en París, también en Irlanda, amigos maravillosos, pero no tengo muchas posesiones, coches y demás. No lo quiero. No me gusta viajar lejos, prefiero quedarme por Europa, actuar en Madrid y Barcelona. Es todo lo lejos que me gustaría ir.

Pero la gira de 50 aniversario te va a llevar por todo el mundo…

Eso es lo que dicen, pero no estoy muy segura. (Risas) Si puedo ganar el suficiente dinero durante el próximo año, puede que pase de Australia. He estado muchas veces allí, y me encanta. Dos de mis mejores amigos vivían allí, pero ambos han muerto, así que ¿para qué volver? Pero me están pidiendo que vaya a Japón, donde no he estado en mucho tiempo, y me gustaría.

¿Tienes miedo de que sea demasiado cansado?

Claro que sí, ¡tengo casi 70 años, por el amor de dios! Voy a ir a un montón de sitios en la próxima gira, España, Alemania, Francia, Polonia… Pero no están muy lejos. Puedo volver a casa rápidamente. El problema es cuando estoy fuera de casa durante dos semanas.

Hay otra gente que no puede vivir sin girar, como Bob Dylan.

Bob es especial, sí. También es un hombre. Es muy diferente para una mujer, no somos tan resistentes. Me encanta actuar, y daría cualquier cosa por seguir haciéndolo, pero no pienso matarme. Y, como los dos sabemos, he girado durante 50 años. He estado por todas partes, excepto en Sudáfrica. No quiero ir a Sudáfrica.

Hace poco entrevisté a David Crosby, que decía que no sentía miedo por nada, puesto que ya debería estar muerto. ¿Te has sentido alguna vez así?

No, nunca. Claro que estoy sorprendida de seguir viva, pero al mismo tiempo, me agrada. (Risas) Sé a lo que se refiere, por supuesto, pero no me he sentido nunca de esa forma. Estoy muy agradecida a Dios y al universo de seguir viva, pero es obvio para mí, y espero que también sea obvio para ti también, que aún me queda mucho por ofrecer mientras siga con vida. Era algo que no sabía cuando era joven, no tenía ni idea de todo lo que tenía por dar.

¿No hay una especie de fascinación mórbida por el declive de las leyendas de rock? Es decir, se interpreta cada nuevo disco de Dylan, Cohen o, en su día, Cash, como una despedida.

Es posible, hay mucha gente harta de los viejos. Es un error enorme. No hay nada más estúpido que decir de un disco de Dylan que va a ser su último trabajo, porque sabes a la perfección que volverá a publicar otra obra maravillosa. Amo Tempest. Es increíble.

De hecho, has grabado «Going Home» de Leonard Cohen. No has cambiado nada: sigues cantando “me gusta hablar con Leonard”, aunque podrías haber cambiado su nombre por el tuyo.

Creo que entiendo de qué va la canción, y es el ángel guardián de Leonard contando lo que va a ocurrir, no Leonard. Es muy diferente. Lo canto desde ese punto de vista, yo no soy una “bastarda holgazana vestida de traje”, pero Leonard obviamente lo es. Es lo que el ángel guardián piensa de él. “Volver a casa escondiéndome detrás del telón, volver a casa sin el disfraz que he llevado”… cantar eso en voz alta, ¡madre mía!

¿No estás cansada de responder las mismas preguntas una y otra vez?

Bueno, ya no tengo que contestar lo mismo. Cada disco es distinto, y por eso me gusta grabar nueva música, porque genera nuevas preguntas. Por supuesto a veces me tengo que enfrentar a periodistas estúpidos que me preguntan cosas aburridas, y soy maleducada con ellos. Lo siento.

¿Qué pasaría si, por ejemplo, hubiese comenzado preguntándote por Mick Jagger y los sesenta?

(Risas) Bueno, hubiese intentado ser todo lo educada posible, te hubiese dado la información que necesitases, pero los sesenta terminaron hace mucho tiempo. Es verdad que la gente encuentra los sesenta fascinantes, pero para mí no fue más que una pequeña porción de mi vida.

Pero fue una de las épocas doradas del rock.

Eso es lo que pensáis vosotros. Para mi, simplemente era joven. Sin más.

¿Cuál es el disco del que estás más orgullosa?

Cariño, no puedo responder a eso. Estoy muy contenta con Give My Love to London en este momento, creo que es jodidamente especial, pero hay muchos discos que me enorgullecen. Me gusta Vagabond Ways, me gusta A Secret Life, me gusta Kissin’ Time, me gusta Before the Poison, me gusta The Seven Deadly Sins, me gusta 20th Century Blues… En directo voy a enfocarme en el nuevo disco, aunque tocaré un poco de todo.

También has publicado dos libros bastante reveladores.

Creo que son espantosos, pero es importante que los jóvenes como tú entendáis qué fue lo que ocurrió realmente. Así la gente entiende lo que he intentado hacer durante toda mi carrera.

Bueno, a mí me parecen divertidos…      

Me jode que te pareciesen eso, porque era justo lo que no pretendía. (Risas)

Quizá no era la palabra correcta…

¡Vamos a dejarlo en “entretenido”! Ha quedado registrado lo sincera que era de joven, cómo todo lo que decía lo decía de verdad. Sólo recientemente he aprendido a ser irónica. La ironía no es una cualidad con la que nací.

Eso es todo, Mariannne. Gracias por tu tiempo y tu música.

¿Sabes? De vez en cuando hablo con alguien como tú y me doy cuenta de que hice lo correcto con mi vida. Me encanta sentirme así. No ha sido un viaje fácil, a veces ha sido divertido, pero también duro.

Foto: Eric Guillemain

DE PUBESCENTE MONJA A ACHACOSA LEYENDA

“Si Marianne hubiese nacido varón, os enseñaría cómo mear en un muro / Adelante, ¿por qué no me abandonas con toda esta gentuza que quiere follarse a una monja drogada? / Soy una musa, no la querida de nadie ni una puta”. Los versos escritos por Jarvis Cocker para «Sliding through Life on Charm», canción publicada en Kissin’ Time (Virgin, 2002) resumen bien la actitud que el abundante número de colaboradores que rodean a Faithfull mantiene hacia ella: un reverencial respeto no exento de cierta fascinación por su turbulenta biografía, una materia prima valiosísima. La descendiente de la saga de los Sacher-Masoch es consciente del carácter mítico que rodea a su figura, y así se refleja en los álbumes que ha publicado durante el último decenio y medio, tras desembarcar del prolongado romance con Kurt Weill que cristalizó en The Seven Deadly Sins (BMG, 1998). La Marianne que emerge en Vagabond Ways (IT, 1999) no niega su pasado, pero se divierte guiñando un ojo al oyente en sus canciones sobre sexo con extraños, hijos perdidos y adicciones dañinas.

Como un mito transfigurado en carne desciende ante Billy Corgan, Damon Albarn de Blur, Beck y Jarvis Cocker, con los que registra Kissin’ Time, un pastiche sesentero pasado por el tamiz moderno que, 12 años después, ya suena anticuado. El plan inicial, imaginar que Faithfull desapareció en el año 1966 y volvió a la vida en el 2002. El resultado, un “experimento que no funcionó, pero que tenía canciones fabulosas”, como declaró su autora. Entre ellas, la lírica «Like Being Born», que anuncia futuros derroteros, la sentida «Song for Nico» o el tema ya citado.

Mejor funcionará su entente con PJ Harvey y Nick Cave –cada uno por su lado, claro– en Before the Poison (Naïve, 2005), tan rugoso como el «Uh Uh Her» de la británica y suntuoso como el Abbatoir Blues/The Lyre of Orpheus del australiano. Diseñado a partir de un difuso pretexto (cada canción debía hacer referencia a una película), Before the Poison es el retorno de la ceñuda Faithfull de finales de los setenta, pero no sólo eso. Aquí figuran también «No Child of Mine», que encaja a la perfección en la voz y experiencia de Faithfull, o el lamento por la perdida Gran Bretaña de William Blake en «Last Song», que posteriormente rescataría Albarn en el disco de The Good, the Band and the Queen. Aunque algo irregular, Before the Poison recordaba entre guitarras crujientes que Faithfull no se prestaba a una jubilación calmada.

En esa misma época, participa en el montaje de The Black Rider de Robert Wilson interpretando al Diablo; un par de años después, le es diagnosticado un cáncer de mama, que supera exitosamente. Buen momento para recuperar el proyecto que ha acariciado desde la publicación de Strange Weather y que toma forma en Easy Come, Easy Go. 18 Songs for Music Lovers, un trabajo que en su momento califica como lo mejor que ha grabado nunca y que se registra rápidamente bajo la dirección de Hal Willner, a un ritmo de tres temas por día. Es comprensible el entusiasmo ante esta ecléctica selección de estándares jazz («Solitude» de Duke Ellington), country (Merle Haggard y Dolly Parton), referencias actuales (la muy sentida «Dear God Please Help Me» de Morrissey, «Hold on, Hold on» de Neko Case), prodigios atemporales (la sinfónica relectura de «In Germany Before the War» de Randy Newman o ese suntuoso «Ooh Baby Baby» con Antony) y un puñado de temas folk como «Flankdyke Shore» o «The Phoenix» de Judee Sill, que recuerdan la prodigiosa garganta que la música tradicional se ha perdido. El disco plantea, no obstante, un peligro: el de que Faithfull se estanque como intérprete de canciones ajenas.

La separación de su pareja y mánager desde mediados de los noventa, François Ravard, servirá de partida para el sobresaliente Horses and High Heels (Naïve, 2011) y temas como «Why Did We Have to Part?». De nuevo, tenemos aquí material de primera, revisado por Hal Willner y comandado por la guitarra de Doug Pettibone, como en «That’s How Every Empire Falls» (retrato de un gris ejecutor de desahucios), «Prussian Blue» y «The Old House», amenazador y nostálgico recuerdo de la casa familiar. La salud ha sido impenitente con Marianne los últimos años, lo que ha acarreado graves consecuencias económicas en forma de costosas facturas: además de la sempiterna hepatitis C, se vio obligada a cancelar giras en 2004 y en 2008 por agotamiento, se rompió el hueso sacro en 2013 y este mismo mes de mayo, la cadera, tras caer en Rodas (Grecia).

Ello no ha impedido que Give My Love to London sea su trabajo más turbulento desde Before the Poison. Parapetada tras los violines de Warren Ellis y la guitarra de Adrian Utley (Portishead), entre otros, Faithfull consigue armar un álbum que suena a Patti Smith respaldada por los Bad Seeds, un lamento de rabia animal y pasión visceral. Brillan «Sparrows» de Roger Waters, la evanescente «Falling Back» con Anna Calvi y, sobre todo, las aportaciones de Cave, «Late Victorian Holocaust» y «Deep Water». “Dios mío, ¡qué asco me dais!”, aúlla en «Mother Wolf», y un escalofrío recorre la espalda del oyente: es un sonido lejanamente humano, procedente de las mismas cuerdas vocales que hace 50 años cándidamente entonaban “se hace de noche y me siento a ver a los niños jugar”…

Texto: Héctor G. Barnés

Artículo publicado en el número 319 de octubre del 2014

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