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John Prine, a las puertas del Edén con un pastel de carne

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Recuperamos esta entrevista publicada en mayo del 2018 en el día que se confirma su fallecimiento. El motivo, el lanzamiento del que ya quedará como su disco póstumo: The Tree of Forgiveness.

Alabado por Dylan y Cash, autor de autores y todavía un desconocido para algunos. Uno de los puntos cardinales del mapa musical estadounidense vuelve tras 13 años sin publicar originales.

Sentémonos a la mesa, vaso en mano —la ocasión lo merece—. Celebremos y honremos el regreso de John Prine. Yo me encargo del tequila. Pega un trago, cantemos en regocijo y larguémonos a un espacio lírico fabuloso pero no por ello exento de la vulgaridad del acontecimiento cotidiano.

John era un cartero sobrenatural, capaz de retratar los pilares emocionales sobre los que se erige la imaginería de esa América cotidiana cuyo rastro llega hasta nuestros días tintando lo ordinario de un perenne misticismo. Mediante la articulación de un cancionero con consecuencias infinitas en torno a la simpleza de tres acordes —cuatro, a lo sumo—, Prine fundió bajo una misma piel la agreste realidad del folclore más tradicional con una ultra densa cimentación country y un descarado poso heredado del rock and roll negro. Estas raíces, refractadas por el vidrio de su imaginación, se anclaron a sus extremidades y le escoltaron desde que puso pie en un estudio, muerto de miedo frente a los músicos de Elvis, hasta que consiguió un Grammy al que se debería haber añadido una indemnización por haber tardado veintiún años en llevar su nombre.

Como un jinete levantando la piel de gallina a su paso, Prine heredó las enseñanzas de su mentor, Cowboy Jack Clement —brindemos por él— y surcó las décadas sin pervertir su obra; ni siquiera en aquellos ochenta de los quaaludes y la farlopa. La siguiente década le devolvió los piropos de los chupatintas y, finalmente, el cambio de siglo le premió como uno de los mejores compositores de toda la historia. Pero lo reconfortante es que, a diferehncia de la mayoría de sus coetáneos, Prine nos hace creer que lo suyo es normal. ¿Y por qué no creerle? Sus personajes son reales y su poesía, una traducción de las emociones que nos hacen lo que somos. Sin embargo, nadie las transmite como él; nadie.

Por sus trabajos han pasado beatos como Billy Lee Riley y adeptos como Springsteen o Tom Petty y sus Heartbreakers. Su obra ha sido iluminada por productores como Steve Cropper o Sam Phillips y Johnny Cash le citó como uno de los únicos cuatro músicos que escuchaba para inspirarse. Asombrosas circunstancias que obedecen en realidad a una lógica aplastante: los constructores de la música americana siempre han reverenciado el envolvente talento de John Prine.

Su nuevo LP, The Tree of Forgiveness, se publica este mes y sirve para demostrar todo lo expuesto, abrir otra botella de tequila, celebrar lo cotidiano y mecerse en la hamaca con una sonrisa de oreja a oreja; pase lo que pase…

Siempre ha parecido que componer no supone un esfuerzo para ti pero has tardado 13 años en volver a sacar material original. ¿Ha sido duro reunir un grupo de canciones que conecten en un álbum tan concreto como The Tree Of Forgiveness?

Cuando estaba trabajando en ellas lo único que intentaba era conseguir 10 buenas canciones. No me di cuenta de su cohesión hasta que las grabé y me senté a escucharlo. Me llevó unos cuatro o cinco meses. No sabía que las canciones estaban conectadas entre sí pero resulta que sí.

¿Por qué ha pasado tanto tiempo? ¿Compusiste algo durante estos trece años?

No, ja ja ja. Escribo durante un par de semanas y luego estoy sin escribir un año entero. Soy muy vago. No tendría este disco si no fuera porque mi mujer ahora es mi mánager y me impuso una fecha límite. Me dijo «vas a meterte en el estudio y vas a grabar un disco, así que será mejor que te pongas las pilas y escribas unas cuantas canciones». Así que lo hice, ja, ja, ja.

Te encanta pasar un buen rato y sabes reírte de cualquier situación. ¿Disfrutas también del proceso de grabación o es ahí cuando la cosa se pone seria?

Me lo paso realmente bien grabando; especialmente esta vez. Metí un árbol de Navidad en el viejo estudio A de RCA, aunque estábamos en julio… ja, ja, ja. Cuando terminé no querían sacarlo. Bebimos mucho tequila. Tequilas y árboles de Navidad, esa fue la temática para el disco.

¿Has disfrutado de un ambiente parecido en el resto de tus discos?

Sí. Mis primeros discos tenían más que ver con lo que es trabajar. Pero después de estar al lado de Jack Clement en 1977, lo aprendí. Jack decía: “Estamos en el negocio de la diversión y si no nos lo pasamos bien es que no estamos haciendo bien nuestro trabajo». Y creo en eso.

Esa buena atmósfera se adivina viendo los compinches y amigos con los que has contado en el disco, como Pat McLaughlin, de nuevo, o el Black Keys, Dan Auerbach. Pero quizás la colaboración más llamativa es la de Phil Spector con quien habías firmado la increíble «If You Don’t Want My Love» en Bruised Orange.

Grabé «If You Don’t Want My Love» después de escribirla con Phil en 1978. Cuando volví a visitarle escribimos la mitad de «God Only Knows». Intenté acabarla muchas veces y no terminaba de funcionar. Pero esta vez, bajo la presión del plazo de entrega de mi mujer, saqué la canción. Conseguí el contacto de Phil, que está en la cárcel, y le mandé la canción pero todavía no he recibido su respuesta.

La canción que abre el disco, «Knocking On Your Screen Door», me recordó desde el principio tu devoción por el fraseo de Chuck Berry. Puede sonar surrealista, pero fue tu admiración por Berry lo que me metió a fondo en sus canciones.

Si lees las letras de Chuck Berry sin escuchar las canciones puedes adivinar cómo era la melodía de la canción porque las palabras tienen una secuencia muy simple y rítmica. La gente habla con cierta melodía. Si están enfadados, las palabras son muy cortas y muy precisas. Cuando están hablando con una mujer la melodía es muy floreada. Chuck Berry siempre me pareció que era un cantante folk, un poeta.

Hablemos de «Summers End». No puedo evitar llorar cuando la escucho; esos acordes se te clavan en el corazón.

Sí; a mí me pasa igual. Me hizo llorar mientras la componía.

Qué bueno. Me resultaba imposible pensar que no hubieses sido víctima de alguna de tus propias canciones mientras las componías. 

Desde luego que sí. Es un buen parámetro. Si la canción me hace llorar o incluso si me hace reír, pienso que tengo alguna posibilidad de que eso le pase también al oyente. Y, además, es que soy un tío sentimental. Lloro viendo películas o si alguien me cuenta una historia triste. Llorar es una parte bonita de la vida.

De todos modos, por lo visto, hubo algo mucho más trivial que jugó un papel esencial en la composición de la canción de la que hablábamos. Algo relacionado con el pastel de carne…

Oh, ja, ja, ja. Eso es porque la escribí con Pat McLaughlin. Solíamos componer todos los martes en Nashville, básicamente porque ese es el día que hacen pastel de carne en el restaurante. Veíamos si salía algo antes del mediodía y en cuanto llegaba la hora nos íbamos a por el pastel de carne. Después de eso sí que estábamos en condiciones de grabar la canción, ja, ja, ja.

¿Ha cambiado tu manera de componer a lo largo de los años?

Si, ha cambiado. Al principio siempre quería escribir a solas y ahora me parece muy complicado obligarme a sentarme a componer cuando estoy solo. Me gusta escribir con un amigo. Así sucede con Pat McLaughlin porque somos amigos desde hace 30 años. De todos modos, sigo abierto a componer individualmente pero, normalmente, esas canciones llegan completas. Entro en casa con una idea y la canción brota. «Lonesome Friends of Science» salió del tirón.

¡Uf! Esa letra es alucinante.

Y «When I Get To Heaven» también salió así. Tenía que escribir esas canciones.

Esa canción cierra The Tree Of Forgiveness y en ella hablas de la vejez de una manera muy diferente a como lo habías hecho en «Hello In There» cuarenta y siete años antes…

¡Ahora es más bien «Hello In Here»! Ja, ja, ja.

Con 71 años, ¿es la vejez cómo la habías imaginado?

¡Para nada! Si pienso en cuando era niño o adolescente y recuerdo cómo veía a una persona de 71 años, veo que no me siento para nada como alguien con ese aspecto. Me siento mucho más joven. Pero estoy muy cómodo teniendo 71 años. No estoy preocupado ni angustiado por nada.

Fuiste cartero en tu juventud. ¿Ayudó ese hecho a crear un espacio mental para tus primeras composiciones?

Me dio tiempo para poder hacerlo. Cuando hacía mi ronda de entregas no había mucho en lo que pensar. Era como estar en una biblioteca sin libros. Había mucho silencio y podías hasta escuchar tus pensamientos. Escribí «Hello In There» haciendo mi ronda y «Sam Stone» también.

¿Te imaginabas los acordes y la melodía, incluso las palabras?

Era justo como lo que decía de Chuck Berry. Lo único que tenía era una melodía y mi letra esperando que cuando llegase a casa la melodía que había imaginado no fuese demasiado difícil de tocar porque no era muy buen guitarrista. Por suerte mi mente solo funciona en tres acordes y, de vez en cuando, un acorde menor, ja, ja, ja. Hay dos acordes menores en «Hello In There» y en «Sam Stone», por eso esas canciones son tan tristes, ja, ja, ja

Grabaste esas canciones en tu primer disco después de tocar delante de Kris Kristofferson y Paul Anka en un bar. ¿Cómo fue aquella noche? ¿Sentiste que realmente iba a pasar algo?

Eran las 2 de la mañana. Mi amigo, Steve Goodman, me llama y dice: “Estoy llevando a Kris Kristofferson y a Paul Anka a escucharte”. Le dije: “Pero el bar está cerrado” y me dijo: “Pues será mejor que saques la guitarra porque vienen a verte”. Ja, ja, ja. Pusimos las sillas enfrente del escenario y canté 7 canciones delante de 4 personas. Me bajé del escenario y Kristofferson me trajo una cerveza y me dijo: “Toca esas canciones otra vez y cualquier otra que tengas”. Él estaba alucinado. Y para mí era impensable que hubiese otra persona para la que me hiciese más ilusión tocar mis canciones que Kristofferson.

Después de aquello, Kristofferson te recomendó a Atlantic y Bob Dylan no tardó en hablar muy bien de ti. ¿En qué momento pensaste «pues lo mismo me va bien con esto de la música»?

Ja, ja, ja. ¡Buf! Nunca pensé en algo así: conocer a Bob Dylan al principio de mi carrera. Tuve suerte. Jerry Wexler, de Atlantic Records, le mandó a Dylan una copia del disco y yo no lo sabía. Kristofferson me llevó al apartamento de Carly Simon. Llamó a Dylan y le dijo que quería presentarle a unos tipos de Chicago. Yo empecé a cantar «Far From Me» y cuando llegué al estribillo, Bob Dylan se puso a cantar conmigo. Yo estaba alucinando y pensé «¿cómo demonios se sabe mi canción?».

Años después, a pesar de que los discos que sacabas eran auténticas joyas, las ventas no eran buenas. A mediados de los 70 gente como Joan Baez y Bonnie Raitt empezaron a grabar versiones de tus canciones pero ¿cómo te las apañabas para lidiar con las exigencias comerciales de la industria discográfica y mantenerte a flote?

Siempre me he ganado la vida gracias a los conciertos. Nunca he ganado ni un duro con los discos. Para mí, funcionan como un anuncio para lo que haces. Pero si quiero comprarme una nevera o un coche nuevo, me subo a un avión a Kansas City o Los Ángeles, toco algún concierto, vuelvo a casa y me gasto la pasta.

¿Así que es eso en lo que piensas cuando estás mirando coches a la venta en internet?

Sí, ja, ja, ja. Pienso «¿cuántos conciertos tengo que hacer para comprarme un coche?». Me encantan los coches.

Por lo visto puedes pasarte horas mirando coches online…

Ja, ja, ja. ¡Lo hice anoche! Me quedé hasta las 3 de la mañana mirando un viejo Chrysler descapotable.

En los 80 decidiste independizarte y autoeditar tus discos montando Oh Boy Records. Algo que ahora puede parecer normal pero que en aquel entonces era rarísimo viniendo de un artista conocido y más aún en el entorno de Nashville. ¿De dónde sacaste las agallas para pasar de la industria?

Me cansé de las multinacionales. Era muy frustrante; para ellos porque no sabían cómo venderme y para mí porque no entendía qué hacía allí. Nunca me gustó trabajar para otras personas. Así que hice los discos para la gente que venía a verme tocar. Y mucha gente y muchos amigos dentro del negocio musical pensaron que estaba cometiendo un suicidio por no grabar con un sello grande. Después de tanto tiempo todo el mundo ha montado sus propios sellos.

Sí, recuerdo una entrevista que vi contigo en el programa de Bobby Bare y puedes verle la cara que pone mientras piensa que eso de montar tu propio sello es una idea demencial…

Ja, ja, ja. ¡Lo sé!

El hombre no entiende nada. Te dice: ¿Entonces, se supone que la gente te tiene que llamar para pillar el disco o cómo va esto? 

Ja, ja, ja. Yo solía ir con una bolsa de la compra con discos dentro. La gente me preguntaba como los podía conseguir y yo les decía: «Dame 10 dólares”. Ja, ja, ja.

A finales de los 90 te diagnosticaron un cáncer de garganta. ¿Cómo fue el proceso de descubrirlo, vencerlo y volver con un discazo tan increíble como «Fair And Square»?

Me alegra que te guste. En aquel momento me sentía bien por el mero hecho de estar vivo y ni te cuento por poder seguir tocando. Pasó un año hasta que empecé a recuperar la voz susurrando pero estaba contento por estar vivo y cuando noté que todavía podía cantar, vi que mi voz era más grave pero creo que eso la enriqueció un poco. Y ahora casi sé cantar y todo, ja, ja, ja.

¿Sabían los médicos que todo saldría bien?

No, estaba bastante avanzado. Aquel tema fue un acorde menor de los gordos, ja, ja, ja…

¿Cómo lidiaste con ello cuando volviste a tener cáncer en un sitio diferente?

El segundo fue mucho más fácil porque como había ido al médico tan a menudo con el primero, los médicos lo detectaron desde el principio. Se llevó la mitad de uno de mis pulmones.

Al menos puedes soñar con fumar un cigarrillo que mida 9 millas, como en «When I Get To Heaven»…

Ja, ja, ja. Por eso escribí la canción. Pensé ¿dónde puedo hacer eso? La única opción sería en el cielo porque ahí arriba no habrá cáncer, ja, ja, ja.

Tienen los pitis más largos que jamás hayamos imaginado.

Ja, ja, ja. Sí. Me encantan los cigarrillos. Me fastidió mucho dejar de fumar. Cuando veo a alguien encendiéndose un cigarro, me acerco y me quedo a su lado para pillar algo del subidón inicial. El tabaco me gusta mucho más que la marihuana, ja, ja, ja.

Tu disco se publica este 13 de abril y no pareces amedrentarte ante el tour que te espera por Estados Unidos y Europa. ¿Sigues disfrutando de las giras?

Siempre disfruto cuando me subo al escenario y canto delante de gente. Lo duro es viajar. Ir a un aeropuerto hoy en día es un verdadero incordio. Quizás debería comprarme un coche precioso e ir a todas partes en coche. Podría montarme en uno diferente en cada ciudad, ja, ja, ja.

Cuando acabas el disco y la gira, ¿cómo es un día normal en la vida de John Prine?

Me quedo despierto hasta tarde y me levanto tarde. Me hago unos pancakes o unos huevos y salgo. Voy a lavar el coche, le doy cera. De ahí voy a comer pastel de carne y luego a alguna tienda de revistas para comprar alguna revista o cómics. Y entonces vuelvo a casa a cenar como si hubiese pasado un largo día trabajando, Ja, ja, ja. Soy muy vago, intento hacer lo mínimo posible.

 

Texto: Rafa Suñén

Entrevista publicado en el número nº 359 de mayo del 2018

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