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Michel Houellebecq, El último enfant terrible / #EnRutaEnCasa

Foto: MT Slanzi

#enrutaencasa

En estos tiempos de reclusión forzosa, una de la sprácticas más asaludables es recurrir a un buen libro para evadirse. Recuperamos este artículo publicado en el número de julio-agosto del 2013 sobre una de las figuras esenciales de las letras contemporáneas. Un “Zaratustra de las clases medias”.

Así se define Daniel, el cómico que protagoniza La posibilidad de una isla una de las novelas más emblemáticas de Michel Houellebecq (Rèunion, 1958). Años más tarde, observará con desencanto la habilidad del capitalismo para anular a sus elementos más subversivos, de pulir sus aristas para integrarles en el engranaje mercantilista de la cultura de masas.

“Toda sociedad tiene sus puntos débiles, sus heridas /meted el dedo en la llaga y apretad bien fuerte/ (…) hablad de la muerte y del olvido/ de los celos, de la indiferencia, de la frustración, de la ausencia de amor/ Sed abyectos, seréis auténticos”. Michel Houellebecq, «Golpear donde más duela»

Algo similar le sucedía a su autor en 2010 cuando resultó agraciado con el Gouncourt, el máximo galardón de las letras francesas. Muchos nos preguntamos entonces si aquello supondría su consagración a ojos del gran público, o la domesticación definitiva del último enfant terrible, de una figura tan discutida como esencial para entender el panorama literario de fin de siglo. Presentaba para la ocasión El mapa y el territorio, pretendida obra de madurez carente de sus excesos habituales. Tras su lectura, podíamos respirar tranquilos: lejos de aburguesarse, el autor seguía ahondando en las miserias de la sociedad postcapitalista con el mismo desencanto y vitriólico sentido del humor. Resultando su lectura doblemente gratificante ante el negro futuro que presentimos.

Foto: MT Slanzi

Un profeta

Resulta paradójica su condición de best seller, en cuanto su estilo es la antítesis de la literatura previsible y acomodada que copa los estantes de las librerías. Paradigma del escritor postmoderno, su particular cóctel de ficción, humor negro y reflexión sociológica resulta rabiosamente actual. Consumado polemista, su querencia por tabúes como el Islam, el turismo sexual o las consecuencias morales de los avances científicos y tecnológicos le han hecho copar innumerables titulares en la prensa internacional. Por no hablar del sexo, omnipresente y extremadamente gráfico en casi todas sus novelas.
Dueño de una prosa aséptica influenciada por su formación científica, su aparente frialdad encubre una mirada profundamente sentimental y nostálgica. La de los europeos nacidos a mediados de los 50 que presenciaron la erosión de los valores tradicionales sobre los que se sustentaba su país a raíz de sucesos como Mayo del 68 y la llegada cultura de masas procedente de Estados Unidos.

Un hecho que Houellebecq sufrirá en sus propias carnes cuando sus padres, unos hippies descarriados que prefieren seguir las corrientes de libertad de la época a ocuparse de él, le abandonen dejándole al cuidado de su abuela materna, ferviente comunista y de la que tomará su futuro apellido artístico.
El asunto marcará profundamente su obra y su visión del mundo, con el Mayo francés como germen de una serie de síntomas –familias rotas, hedonismo, falta de asideros morales en tiempos cambiantes- que avanzan la globalización social y cultural que llegará a su apogeo varias décadas después. Su narrativa constituye un fresco de predicciones apocalípticas e inquietantemente reales, y géneros como el policíaco o la ciencia ficción ejercen como canalizadores de una serie de obsesiones tan recurrentes como ya houellebecquianas.

Alejándose de la muy francesa tradición de epatar a la burguesía enarbolando la bandera del libertinaje, son esta vez las ideas progresistas las situadas en el centro de la diana: la liberación sexual, la multiculturalidad, el feminismo o la investigación científica no como garantes de una sociedad más humana y habitable, sino como el principio de nuestra decadencia.

El nihilismo y la fuerte carga sexual de su obra le relacionan, si tomamos el camino fácil, con autores como Cèline, Sartre o Henry Miller. Pero no debemos obviar un hecho fundamental: que estamos, sobre todo, ante un cronista de la transición. Así como los protagonistas de Balzac y Zola luchaban por adaptarse a los cambios sociales e industriales de la modernidad, las criaturas houellebecquianas son seres igualmente desorientados a la deriva entre dos épocas, víctimas de un liberalismo que ha provocando cambios irreversibles en las relaciones humanas. Incapaces de amar o realizarse vital y profesionalmente, reducidos a meros depositarios de un capital laboral y sexual que mengua con la edad, su destino no es otro que engullir inútiles objetos de consumo intentando olvidar el miedo a envejecer.

La Náusea 2.0

Foto: Julien Menard

En una entrevista reciente, el escritor presumía de basar su estilo inicial en “arrojar cubos de agua helada sobre el lector”. Algo que se hace especialmente en su primera novela, Ampliación del campo de batalla, publicada en 1994 y saludada por la crítica como “El Extranjero de Camus en la sociedad informatizada”.
En aquellos años, Houellebecq era un completo desconocido en los círculos literarios pese a unos tímidos inicios como poeta y ensayista. Vivía una existencia que presumimos gris y acomodada trabajando como ingeniero agrónomo y habiendo sufrido un divorcio reciente, experiencia a raíz de la cual pasó varias temporadas internado voluntariamente en un psiquiátrico víctima de una depresión.

Como él mismo relataría, se vio abocado a la narrativa “al no encontrar en la literatura contemporánea un reflejo de la época que me había tocado vivir”. A pesar de la nula promoción, el del infernal viaje de negocios de un informático en los albores de la era digital, frustrado sexual y laboralmente obtuvo el respaldo de la crítica, encaramándose a las listas de venta gracias al boca a boca.

Crudo retrato de los parias sexuales y laborales en los años posteriores a la caída del Muro, Ampliación… rompe abruptamente con el optimismo yuppie de la década anterior y cuestiona los valores de una época que identifica abiertamente liberalismo económico con progreso social. Su protagonista asume con resignación que esa doctrina de mercado se ha extendido también al ámbito sexual. Así, “mientras en un sistema económico perfectamente liberal unos acumulan inmensas fortunas y otros se hunden en el paro y la miseria, en un sistema sexual perfectamente liberal algunos tienen una vida erótica variada y excitante; otros se ven reducidos a la masturbación y a la soledad. El liberalismo económico es la ampliación del campo de batalla, su extensión a todas las edades de la vida y a todas las clases de la sociedad».

En 1998 se consagra a nivel internacional con Las partículas elementales (1998), su novela más lograda. En ella expone abiertamente su tesis contra la herencia cultural de Mayo del 68, retratando el fracaso de una generación que antepuso sus ideales a sus responsabilidades.

Al igual que la del autor, la madre de los dos hermanos protagonistas, Michel y Bruno, deserta del hogar familiar para integrarse en una comuna. Ambos se reencontrarán al cabo de los años para descubrir que pese a lo opuesto de sus personalidades –científico y célibe uno, depredador sexual cercano a la ultraderecha el otro- comparten su fracaso al no haber conseguido enconrtar una relación que les haya llenado plenamente. Mientras que uno combate la situación volcándose en su trabajo, en la posibilidad de que la autorreproducción humana –con la eliminación del contacto físico, desaparecería también toda fuente de placer y dolor-, el otro lo hará dando rienda suelta a sus apetencias sexuales, cada vez más extremas y vacías.

Houellebecq no deja títere con cabeza: hippies, feministas, swingers, militantes new age o sadomasoquistas hardcore simbolizan la bajada a los infiernos de estos desdichados hijos del flower power, seres incapaces de envejecer con dignidad en una sociedad que ha adoptando el hedonismo y el vigor juvenil como valores primordiales, y que ha mercantilizado el deseo y su satisfacción condenándoles a la infelicidad.

La obra fue tildada de pornográfica y causó un gran escándalo por algunas de las aseveraciones de sus personajes, de carácter misógino y racista, propias sin embargo de unos años en los que el conservadurismo de extrema derecha avanzaba firmamente en Europa. Se convierte en uno de los libros más vendidos del año en Francia y se traduce a 25 idiomas. Mientras la izquierda más ortodoxa pone el grito en el cielo ante el cuestionamiento de uno de sus mitos más sagrados, el libro triunfa entre un público joven y sofisticado, ávido de emociones fuertes.

Houellebecq se revela además como un hábil publicista de sí mismo, convirtiéndose en un personaje controvertido y habitual en los medios. Así, mientras un día concede una entrevista en un club de intercambio de parejas, otro aparece ojeroso en programas de tv de máxima audiencia jugando siempre a la confusión entre él y sus personajes. En el 2000 se atreve incluso con la música, debutando como imposible crooner en el álbum Presence Humaine, en el que, más que cantar, susurra una serie de poemas de temática erótica y apocalíptica de su autoría, arropado por la banda del compositor Betrand Burgalat. La crítica fue tajante, pero lejos de acomplejarse, se atrevió incluso a presentarlo en directo en una pequeña gira que tuvo su parada en el FIB.

Islam y turismo sexual

Con la llegada del nuevo milenio y huyendo de su condición de celebridad, el escritor se instala en Cabo de Gata (Almería) y viaja frecuentemente a Tailandia junto a su familia. Llama poderosamente su atención allí el comportamiento de muchos viajeros europeos, clientes al mismo tiempo de los circuitos turísticos organizados como de la amplia oferta de turismo sexual existente de la zona. Punto de partida de Plataforma (2001), que será a la postre su obra más polémica.

La novela aborda la decadencia occidental frente a la exhuberancia del país asiático. Los habitantes de esa sociedad decadente descrita en Las partículas elementales se aferran al viaje no ya como fuente de experiencias, sino huida desesperada de la mediocridad cotidiana en busca del paraíso perdido. Dejando de ser el turismo sexual, por tanto, una actividad sórdida reservada a pedófilos y viejos verdes, sino la única alternativa digna para muchos hombres castrados tras décadas de feminismo y avances reproductivos. Su protagonista, Michel, pondrá en marcha una agencia de resorts de vacaciones sexuales en el sudeste asiático que parece el negocio perfecto. Al menos, hasta que el islamismo radical haga acto de presencia para aguar la fiesta.

Pese a lo escabroso del tema y a su ambigua visión de las injusticias en el Tercer Mundo, la novela ofrece una interesante reflexión sobre el mercado del ocio y el consumismo desaforado. Como siempre, las conclusiones no son demasiado alentadoras: una vez aflojada la cartera y visitado un sinfín de no-lugares, terminamos por descubrir que ya no queda nada genuino. Que el mundo se parece cada vez más, como observa su protagonista, a un gran aeropuerto.

La casualidad quiere que Plataforma se publique un par de días después del 11 de septiembre, cobrando así uno de sus temas destacados –el terrorismo islamista- una siniestra relevancia. Su autor se verá obligado a responder un sinfín de preguntas sobre el tema durante las tareas promocionales, dado el desprecio que parece sentir hacia la cultura musulmana y lo candente del asunto. “El Islam es una religión peligrosa, pero el capitalismo la ha minado por dentro y sólo cabe desear que lo venza rápidamente. El materialismo es un mal menor. Sus valores son menos destructivos y crueles que los del Islam”, declara a un diario argentino.

Quizá no era consciente entonces de que la ficción que ampara a efectos legales a sus personajes no lo hace en el mundo real. Que los mismos exabruptos que sus lectores celebran en sus páginas tendrán serias consecuencias dichas frente a un micrófono. Así, cuando asegura a la revista Lire que el Islam era “la religión más idiota del mundo” y que “cuando uno lee el Corán, se le cae el alma a los pies”, la Federación Nacional de Musulmanes de Francia (FNMN) y la Liga Islámica Mundial le ponen una demanda por incitación al odio religioso, con la posibilidad de ser condenado a prisión.

Con el caso de Salman Rushdie todavía reciente, el asunto moviliza a parte de la intelectualidad francesa –encabezada por su buen amigo Fernando Arrabal- que promueve un manifiesto a favor de la libertad de expresión, temiendo que se institucionalice en el país el delito de blasfemia.

En el juicio, Houellebec reafirma su desprecio al Islam como religión organizada, pero asegura que respeta sus practicantes. Y defiende asimismo su “derecho a provocar” a través de la ficción. Los tribunales le absuelven, y decide prudentemente instalarse en un pequeño pueblo irlandés. Al poco tiempo, anuncia que está escribiendo una novela de ciencia ficción.

Clones en un mundo feliz

Lejos de seguir los pasos de Asimov o Philip K. Dick, La posibilidad de una isla (2005) utiliza la distopía como mero telón de fondo de sus obsesiones de siempre, jugando a la anticipación social mediante el tema de la clonación y la secta apocalíptica de los elhoimitas, trasunto de los famosos raelianos, con los que el escritor estuvo en contacto durante varios meses para documentarse. El grupo promete la inmortalidad a través de la clonación humana, en una puesta al día del futuro exento de placer y sufrimiento profetizado por Huxley.

La trama gravita en torno al culto a la celebridad y el peso de la fama. Daniel, monologuista especializado en humor truculento e hiriente (su especialidad son los musulmanes), acabará integrándose en la secta tras varios fracasos sentimentales. “Es exactamente el mundo al que aspiramos”, reflexionaba el autor. “Tenemos momentos de depresión, tristeza y duda; pero se pueden tratar fácilmente con ayuda de fármacos. Huxley tuvo una intuición fundamental: que la evolución de las sociedades humanas estaba desde hacía muchos siglos y lo estaría cada vez más, en manos de la evolución científica y tecnológica”.
Divertida, aunque algo irregular, la novela retoma escenarios y personajes de Lanzarote, relato corto ubicado en el paisaje desértico de las Canarias publicado un año antes.

Parte de la historia transcurre en nuestro país, visto como “un territorio marcado por una tradición machista, católica y brutal”, y a sus españoles como “seres que desprecian la cultura, hasta el punto de tomárselo como algo personal”. Por no hablar de las puntuales apariciones del cantante David Bisbal como máximo icono cultural ibérico.

Consciente de su potencial, el propio Houellebecq adapta y dirige su versión cinematográfica, al igual que el alemán Oskar Roehler había hecho unos años antes con Las partículas elementales, ambas con escasa fortuna. Sus repercusiones llegan también al mundo del rock cuando Iggy Pop compone en 2009 un disco (Preliminàires), basado en la novela, y ambos hacen promoción conjunta en Francia. Mientras que Iggy le alaba como “el escritor con más pelotas del mundo”, Houellebecq hace lo propio con los Stooges, formación que resultó “clave” durante su adolescencia.

Su último trabajo, El mapa y el territorio, tiene el gran acierto de situarle como uno de los personajes centrales de la trama como celebridad huraña y alcoholizada, protagonizando además uno de los giros argumentales más impactantes de la literatura reciente. Un ejemplo más de ese juego entre realidad y representación (mapa y territorio) sobre el que gira una historia en la que cabe todo, desde el mercado del arte contemporáneo hasta la evolución del trabajo humano o la reciente crisis económica como avance del fin de la era industrial.

Una crisis que, sin duda, servirá de eficaz inspiración a su pluma en años venideros. Y es que, como se lamentaba su monologuista Daniel, “si golpeas al mundo con la suficiente rabia, éste acaba escupiéndote su cochino dinero. Pero nunca, nunca te devuelve la alegría”.

 

 

 

Letras incómodas

La acogida de Houellebecq entre los lectores galos suscitó una gran preocupación entre la crítica literaria de izquierdas, que a finales de los 90 acuñaba el término “nuevos reaccionarios” para encuadrarle junto a algunos de sus contemporáneos más incómodos. Veía la luz un manifiesto en el que se denunciaba que la labor de estos autores estaría atacando “la cultura de masas, la libertad de costumbres, la sociedad multicultural y multirracial, el islam y, en suma, los derechos del hombre”, y promoviendo “elitismo, el racismo, la intransigencia y el sometimiento sexual anteriores a mayo del 68”.

Entre ellos señalan también al pionero del cyberpunk MAURICE DANTEC. Autor de obras clave de la ciencia ficción europea de los últimos años como Babylon Babies o Las raíces del mal, su obra fue escorándose hacia posiciones cada vez más beligerantes con el Islam. Frustrado con la política migratoria de su país, en 1998 se autoexilió en Canadá y anunció su conversión al cristianismo. Cada vez más paranoico, ha publicado diversos ensayos desde entonces. En uno de los más polémicos, Laboratorio de catástrofe general, aboga por una nueva cruzada.

Frederic Beigbeder

Afín a Houellebecq es también FRÉDÉRIC BEIGBEDER (1965), con quien comparte su obsesión por la sociedad de consumo y la vacuidad del lenguaje publicitario. Un código basado en el fomento de la envidia y la frustración, que Beigbeder conoce de primera mano y cuyas claves desveló en la celebrada 13’99 euros. Brillante creativo entonces de una de las agencias publicitarias más importantes de Francia, su publicación supuso su despido fulminante. Personaje muy popular en tierras galas, ha protagonizado una brillante carrera desde entonces, de la que destaca su último trabajo hasta el momento, la muy recomendable Una novela francesa, en la que reflexiona acerca de los orígenes aristocráticos de su familia mientras se encuentra detenido por consumir cocaína en la vía pública. Houellebecq se encarga del prólogo, y situó al autor como personaje secundario en la trama de El mapa y el territorio.

Una influencia más velada, aunque reconocible en algunos pasajes de Plataforma es la que ejerce GABRIEL MATZNEFF, autor maldito donde los haya, y prácticamente desconocido en España. Intelectual de éxito en los 60, buena parte de su obra gira en torno a la pederastia, siendo sus protagonistas intelectuales y personajes adinerados especialistas en la seducción de adolescentes y asiduos viajeros al sudeste asiático en busca de carne fresca. No apto para lectores sensibles con el tema, ha firmado sin embargo excelentes novelas como Ebrio del vino perdido. En los 70, Matzneff promovió junto a Sartre, Simone de Beauvoir y Bernard Kouchner, entre otros, un polémico manifiesto publicado en Le Monde a favor de legalizar la pederastia consentida en Francia, lo que le puso bajo sospecha.

Entre sus escritores actuales favoritos, Houellebecq suele citar a EMMANUELLE CARRERE, exitoso guionista cinematográfico y autor de la celebrada El adversario, una de las novelas más perturbadoras de los últimos años. En ella se desarrolla el caso de Jean-Claude Romand, quien asesinó a su familia tras mantener la apariencia de trabajar como médico para la OMS durante 20 años, cuando en realidad ni siquiera había terminado sus estudios universitarios. Relato que Carrere maneja con mano maestra y un tono cercano al periodismo, revelando la trama a través de testimonios de sus allegados y de la correspondencia y encuentros mantenidos con el propio asesino desde la cárcel. Autor de asombrosa potencia narrativa, el realismo copa sus otras novelas, magníficas como De vidas ajenas, y en la que el escritor, lejos de limitarse al papel de observador, se obliga a sí mismo a adoptar una postura moral ante los hechos narrados. Su último trabajo, Limonóv, narra la vida del político, escritor y aventurero Eduard Limonóv, una de las figuras más controvertidas de la Rusia reciente.

 

Texto: J.L. Fernández

Todos los libros de Michel Houllebecq están publicados en Editorial Anagrama

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