Discos de la década

Uno de los discos de la década para…Manuel Beteta: Neil Young

Hemos pedido a nuestros redactores y redactoras que elijan un disco que para ellos haya sido especial de la mal llamada década 2010-2019 (sí, sabemos que lo correcto sería decenio). No hemos querido fustigarlos obligándolos a escoger su disco de la década, pero sí al menos uno de ellos y que nos lo reseñen. Semanalmente, durante todo este año que sí da fin a la década, iremos desgranando esos álbumes que componen para el staff de Ruta 66 la fotografía de diez años que ya son historia. Manuel Beteta apuesta por un clásico como Neil Young.

Neil Young With Crazy Horse* - Psychedelic Pill (2012, 180 g ...Neil Young – Psychedelic Pill (2012)

Profesionalmente, los años ochenta no fueron especialmente gratos para Neil Young. Fue una época incierta: acabó mal con Reprise y estrenó contrato con Geffen. Pero la felicidad duró poco y también acabó rompiendo con Geffen para regresar nuevamente con Reprise. Durante esa década, su discografía oscila entre estrictamente aceptable (Reprise) y abominable (Geffen). Cuando nadie esperaba nada de él, reclutó a los Crazy Horse y asombró al mundo con la publicación de Ragged Glory (Reprise, 1990). Una obra inmaculada y ab-so-lu-ta-men-te perfecta que pasaría a engrosar la lista de sus álbumes clásicos. Esta anécdota no es puntual, es una constante a lo largo de la trayectoria de Neil. Después de una época de discos intrascendentes, como los Ojos del Guadiana, reaparece con una obra soberbia.

Discutidos y con división de opiniones, los álbumes Fork In The Road (Reprise, 2009) y Le Noise (Reprise, 2010) en general no acapararon grandes elogios entre la crítica. Por eso, cuando anunció que se había reunido con los Crazy Horse para dar forma a lo que iba a ser su próximo álbum, se generó un halo de esperanza debido a que han sido partícipes en las mejores obras del canadiense. Como anticipo de lo que se estaba fraguando en el estudio, en la web neilyoung.com se colgó una jam de treinta y siete minutos titulada «Horse Back». Era un ensayo, pero puso a los aficionados en estado de alerta. Sonaba maravillosa y, como guiñaba el título, los Crazy Horse habían vuelto. La lectura más evidente era que disfrutaban con amplias jams. Enseguida se encontró a gusto con sus antiguos compinches, tanto que decidió grabar, como paso previo, una idea que le llevaba rondando por la cabeza nada menos desde que empezó a dedicarse profesionalmente a la música: una colección de canciones folk antiguas que son parte de la narrativa estadounidense, algunas de mitad del siglo XIX. En junio salía a la venta el palpitante Americana (Reprise, 2012), una obra arriesgada pero que salió perfecta, aunque pocos la entendieron. El impacto de escuchar el american songbook pasado por el crujiente filtro de Crazy Horse son de los que no se olvidan.

Pocos meses después, en octubre, llegaba a las tiendas Psychedelic Pill (Reprise, 2012), una obra de arte colosal, soberbia, incluso monumentalmente excesiva: doble disco en formato CD y triple en vinilo. Lo primero que llama la atención tras un vistazo atento a los créditos es la duración de los temas. Extensas jams con los Crazy Horse cabalgando sin control por la pradera. Nervio, vigor, intensidad, todo lo tiene. Incluido ese inimitable toque que atesoran los Crazy Horse para parecer que van al ralentí, pero que esconde quinientos caballos de potencia como para poder retorcer el reproductor de música.

Una obra de estas características muestra la fuerte personalidad de Neil. Va en contra de la lógica, del negocio musical y cualquier directivo se echaría las manos a la cabeza simplemente con la propuesta. Pero pocos osan en llevarle la contraria, para bien o para mal. Los veintisiete minutos de «Driftin’ Back» la colocan en primera posición en la lista de las canciones en estudio más extensas publicadas por Neil, batiendo holgadamente los dieciocho de «Ordinary People» de Chrome Dreams II (Reprise, 2007). La combinación Neil Young y Crazy Horse son un caso único en el rock: son capaces de embarcarse en prolongadas jams y en ningún momento el oyente tiene sensación de que sobran minutos. La textura, el ritmo, la melodía, la improvisación, la tensión creada por la combinación de punteos de Neil mientras Poncho Sampedro le cubre la espalda con la otra guitarra, mantienen fija la atención.

La sorpresa salta al llegar a «Ramada Inn», otra jam de diecisiete minutos. Dulce, expresivamente tierna, pero que esconde una escalofriante letra sobre una larga relación con el alcohol. “Todas las mañanas sale el sol”, canta exultante por haber sobrevivido. La revista Rolling Stone la declaró como una de las mejores canciones del año. Con sus también diecisiete minutos, «Walk Like A Giant», el descorazonador reconocimiento de que su generación perdió creyendo que podrían cambiar el mundo, cierra la trilogía de las largas jams del disco. Pero sus canciones son orgánicas, impulsos de vida. No hay que evaluarlas por la duración, la vida es para vivirla. Sus canciones también. Son destellos de vitalidad arropados por un sonido centenario donde el oxidado engranaje de Crazy Horse pone la intensidad.

En los tiempos de la urgencia y de la inmediatez, Neil vive en su universo paralelo. Es un álbum fuera de lo común y de los dictados clásicos. Un atrevimiento. Comercialmente un suicidio, pero, en cualquier caso, Americana y Psychedelic Pill hay que entenderlos como una única obra sonora presentada en dos partes, dándole todavía más rareza a esta inusual creación. El rock&roll siempre ha tenido ese punto de peligrosidad, de inconformismo, y Psychedelic Pill, lo tiene. Un disco más transgresor de lo que a primera vista parece. Es posible que con él, Neil haya tocado techo e, incluso, haya humillado a los músicos de su generación que todavía viven porque no podrán ni siquiera acercarse a este nivel. Pero hay un mensaje implícito a las bandas de las nuevas generaciones: cree en lo que piensas, y que nadie piense por ti. Como todo el mundo sabe, las reglas están para saltárselas.

 

MANUEL BETETA

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