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Awopbopaloobopalopbamboom, la piedra Rosetta de la crítica musical

“Awopbopaloobopalopbamboom”, el mantra definitivo de la música rock, cantado por Little Richard y considerado por Nik Cohn como la esencia más pura de este género. Nik creció en Irlanda y se enamoró del Rock allí, cuando un día perdido en las afueras de su ciudad, Derry, vió a un grupo de jóvenes “teddy boys” vestidos como eduardianos y escuchando en un bar los gritos de unos músicos desconocidos para él. Supo que aquello era lo suyo, quería ser uno de ellos, quería huir de la monotonía, ser un héroe pop dejando de lado la abrumadora y oscura realidad de la vida.

El libro es eléctrico, es un tiro en la sien, un espadazo, una explosión… Todas las expresiones belicosas que se os puedan ocurrir. Es extraordinaria la forma con la que el autor dedica tres líneas para subir a un músico al altar más alto y en las dos siguientes baña el altar con gasolina y le prende fuego hundiendo con él al músico. El señor Cohn destruye a nuestros ídolos como si se tratase de un niño aplastando hormigas con las manos. Su crueldad es dirigida, sobre todo, a las deidades, los dioses y semidioses de la música; los intocables. Y dice textualmente del mismísimo Bob Dylan: “(…)me parece blando y sensiblero, pasado(…)”. También dice de él: “Es un talento menor con un don especial para hacerse su propio hype, un creador de mitos aficionado”. Su poderosa pluma se adentra en su relación de amor/odio con la música, nos habla de los años en los que todo era nuevo y brillante, nos muestra cómo veía una fecha de caducidad para la música: 1968, el año en el que volvió a Irlanda y cerró el círculo. El círculo que inició en su juventud siendo un “teddy boy” y que cerró redactando el testamento definitivo de los sonidos que amaba.

Las incongruencias del libro son constantes: entrevistas nunca contrastadas, sucesos nunca constatados, incluso títulos de discos inexistentes… Pero qué le vas a pedir a un hombre encerrado en una cabaña del norte de Irlanda que usa solo su propia memoria y conocimiento para llenar un libro de más de 400 páginas, qué le vas a pedir a un genio que a la edad de veintidós años fue capaz de crear el primer gran libro de crítica musical. Una obra total de un autor genial, postadolescente.

Texto: León Guerrero

 

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