Hemos pedido a nuestros redactores y redactoras que elijan un disco que para ellos haya sido especial de la mal llamada década 2010-2019 (sí, sabemos que lo correcto sería decenio). No hemos querido fustigarlos obligándolos a escoger su disco de la década, pero sí al menos uno de ellos y que nos lo reseñen. Semanalmente, durante todo este año que sí da fin a la década, iremos desgranando esos álbumes que componen para el staff de Ruta 66 la fotografía de diez años que ya son historia. Continuamos con esos discos. Fidel Oltra nos trae a David Bowie.
David Bowie – Blackstar (2016)
He de empezar reconociendo que, a la hora de escoger el mejor disco de la década, tengo muchas dificultades. Es casi imposible resumir 10 años de escuchar música, casi compulsivamente, en un único título. Además hablamos de diez años, un tiempo en el que las sensaciones sobre un disco pueden cambiar: lo que hoy nos parece una obra maestra quizás dentro de seis, siete, ocho años ya no lo sea tanto, y a veces ocurre también al revés. La elección del mejor disco de un año en realidad es una foto fija de quienes somos nosotros en ese momento, y es bien sabido que con el tiempo cambiamos, nosotros y nuestras circunstancias.
Ahora bien, como aquí no se trata de sentar cátedra sino de escoger quien ha sido, en nuestra opinión totalmente subjetiva, el disco que ha marcado la década – o mejor aún, la década de cada uno de nosotros –, en este caso lo he tenido bastante claro prácticamente desde el principio: David Bowie y su Blackstar. ¿Es el disco más importante de estos últimos años? Depende. Si lo analizamos desde el punto de vista estrictamente musical, seguramente no. Desde la emoción, desde el corazón, para mí lo ha sido, sin duda alguna.
Imposible olvidar aquella primera escucha sin saber lo que estaba ocurriendo en esos mismos momentos, lo que iba a pasar a los pocos días. El vídeo del tema que da título al disco, que salió una semana antes, era enigmático e inquietante. No sabíamos que además era un testamento. Todo Blackstar es un testamento. Además al estilo Bowie: nada de lágrimas, vayámonos como hemos vivido, a lo grande. Diferente, único hasta el final, aquí se rodea de músicos afines a sus inquietudes musicales, acostumbrados a moverse en la vanguardia. Con ellos traslada su época berlinesa a aquel año 2016, aproximando al free jazz lo que en los 70 fueron experimentos electrónicos y rítmicos. El saxo de Donny McCaslin es casi tan dueño del disco como la voz y el espíritu de Bowie, la percusión parece deshilachada, casi improvisada, pero un oído atento descubre la perfección dentro del caos, como en el ritmo motorik de «Tis a pity she was a whore» o en la obsesiva pegada de «I can’t give everything away». Temas como «Lazarus», «Girl loves me» o la canción que da título al álbum tienen un valor intrínseco, muestran a un artista que, en cualquier otro caso, estaría en el culmen de su carrera. Sabiendo el fatal desenlace que se produjo días después, aumenta su importancia: estamos ante el legado de uno de los grandes artistas de los últimos 50 años, fiel a sí mismo hasta el último minuto, siempre buscando algo nuevo, excitante, diferente.
Blackstar es una excelsa combinación, casi un resumen de la carrera de Bowie, en la que confluyen el sonido de su etapa americana, su trilogía berlinesa y la oscuridad de sus discos del cambio de siglo. Un disco que ahora, desde la distancia, sigo escuchando con una mezcla de alegría y tristeza. Alegría por pensar que, mientras tenga oídos para oír, Bowie estará aquí, conmigo; tristeza porque, al desvanecerse su voz al final de la última canción, vuelvo a la realidad, me golpea el silencio y me doy cuenta de que no es así. Gracias por todo, David.
Fidel Oltra
