Discomático

Bill Fay – Countless Branches (Dead Oceans-Popstock!)

 

Resulta difícilmente asumible desde la perspectiva actual, donde la sobreexposición pública parece ser la única ley, que un autor de contrastado talento decida desaparecer creativamente hablando durante cuarenta años. Ese es el tiempo transcurrido -reediciones, compilaciones y publicaciones de grabaciones inéditas al margen- entre el último disco de estudio editado por Bill Fay (“Time of the Last Persecution”) a principios de los setenta y su regreso, «Life Is People», fechado en el 2012. Un retorno que, además de situar su figura ante un nuevo público, le otorga una pletórica segunda vida, siendo el actual el tercer álbum que ve la luz en lo que va de siglo, en la que se nos presenta a un brillante compositor regido por un particular, y no pocas veces enigmático, folk-rock ubicado en un personal espacio al que llegan reflejos de músicos como el también peculiar Roy Harper, Fred Neil, Nick Drake o Bob Dylan.

“Countless Branches” puede ser visto como la prueba definitiva, si es que todavía la necesitara, de su recuperada, e incluso por primera vez descubierta pese a estar cerca ya de los ochenta años, determinación por encauzar de una forma relativamente constante su carrera. Perseverancia al margen, todavía mejor noticia es la absoluta calidad de estas composiciones, que pese a ser el fruto de actualizar y poner en orden viejas ideas acumuladas a lo largo de su extenso bagaje, adoptan un carácter tan específico y conjuntado que poca relevancia tiene esa difusa procedencia temporal. Un proceso de adaptación para el que se ha rodeado de su productor de confianza en las últimas entregas, Joshua Henry, una de esas personas, junto a otras tan significativas como Jeff Tweedy, que han hecho de empuje para, desde su original condición de admiradores, rescatar el nombre del británico.

El recorrido profesional de Bill Fay refleja a la perfección una forma de entender la música no como un negocio o una ventana al éxito -no hay más que ver su errático camino y sus pocas concesiones al negocio- sino como la capacidad de contar, y cantar, historias y a poder ser transformadas en bellos pedazos de vida compartida. Raro sería por lo tanto, conociendo dicha idiosincrasia, encontrarnos un trabajo bajo su autoría que no comprendiera un contenido de alto nivel, pero lo que esconde este álbum sobrepasa esas ya muy altas expectativas, deslumbrando desde su iniciativa por adoptar un sonido radicalmente austero, en el que se prioriza su voz, sin aspavientos ni filigranas pero dotada de la rotundidad que concede la serenidad, y el piano. Tanto es así que ambos elementos se convertirán en absolutos y únicos protagonistas en piezas como “In Human Hands”, donde la (aparente) sencillez y el reposo son el vehículo para alcanzar una profundidad que derivará en la sutil majestuosidad de una romántica “I Will Remain Here”. Una desnudez formal que aunque nos pueda remitir a la expresada por Leonard Cohen, lo que en el canadiense significa gravedad, en este caso se expone en un plano más mundano, sin que para nada signifique una pérdida de trascendencia, al contrario.

Y es que tan representativa como la faceta musical asociada al autor inglés resulta la aplicación de un espíritu humanista a sus textos, actitud que tiende de hecho a inclinarse hacia un tono bucólico que igualmente dejará cierto rastro estilístico en la cadencia trovadoresca que palpita en “How Long, How Long” o sobre todo en la hermosísima pieza final “One Life” y su resplandeciente melancolía. Aceptando la absoluta concisión sonora que define, y engrandece, a este trabajo, no hay que obviar la esencial aportación que ofrecen los escogidos pero cruciales aderezos instrumentales. Buena muestra de ello será la entrada en escena como elemento distintivo de la guitarra acústica en el recogimiento que transmite “Filled with Wonder Once Again”, el cello que atraviesa el tema homónimo produciendo un escalofrío dramático o la esporádica aparición de unas clásicas bases rítmicas para situar “Your Little Face” en un estado de angustiosa fragilidad.

“Countless Branches” supone uno de esos discos que encierra un nivel de excelencia tal que resulta difícil de asimilar, pero al margen de su calificación particular, es además un certero reflejo de la forma de entender la música de un autor que con su propia trayectoria ha demostrado que su máxima prioridad ha sido la de entablar relación con el oyente a través de la pura emoción. Así, Bill Fay convierte este álbum en el paradigma de un tipo de arte que aspira a reflejar lo más profundo del individuo, una meta aquí conquistada por medio de un espartano e intimista camino capaz de radiografiar la esencia de la vida.

Texto: Kepa Arbizu

 

 

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