Encuentros

Tommy Stinson, el último sobreviviente del power-trash

Foto: Heather Mull

Un músico brillante. Un prodigio del bajo. Podría haber tocado lo que fuera con cualquiera, desde Charlie Parker a Motörhead. Por suerte, a los 14 años ya estaba sembrando el caos y arrasando tugurios con los Replacements. Conectamos con la estrella que creció amamantada por amplificadores a todo volumen. La semana que viene se embarca en una larga gira acústica donde escucharemos un cancionero que forma parte de la leyenda. Ver fechas en el cartel.Los Replacements eran una representación de todos nosotros: adolescentes que desgastaban sus All Star caminando porque no tenían pasta para coger el puto autobús, niños que deambulaban por la calle a oscuras, borrachos, con las manos en los bolsillos y tan alienados que solo veían las cosas del color del rock and roll. Decían ser demasiado idiotas para encajar en la sociedad pero sabían que su alma escondía una especie de furia entre la inocencia y la desilusión que, quizás, solo quizás, podría tener algo que ver con el talento y servir para algo… aunque fuera para conseguir cervezas y pastillas.

Diez años después de empezar a ensayar en un desván en 1980, sus ocho discos demostrarían que lo que encerraban sus pulmones no era solo frustración, sino la virtud de alcanzar la genialidad con unas canciones que parecían generadas por combustión espontánea. Sus cuatro miembros, pilotados por Paul Westerberg, canalizador emocional y alma compositiva de la banda, provenían de familias conflictivas, acechadas por el alcoholismo y los traumas. El grupo era su única oportunidad para salvar el pellejo y no convertirse en conserjes, ladrones de coches o drogadictos. Su alianza, rodeada de comedia y drama, los llevaría de los subterráneos de Minneapolis a tocar en insulsas galas de la industria discográfica junto a peces gordos como Keith Richards o a telonear a Tom Petty en una gira que les obligó a comprender que no pintaban nada en el circuito comercial. Reconocidos por Lou Reed, Bob Dylan, John Cale o Alex Chilton, los Replacements llegarían a conseguirlo casi todo, y se quedarían con nada, en una epopeya que dejó un legado discográfico indispensable para entender lo que significa crecer y sobrevivir en el planeta Tierra.

Foto: Ilya Mirman

Es 9 de octubre de 2019: aquella odisea repleta de alcohol y estupefacientes queda a años luz de distancia. Thomas Eugene Stinson es el único Replacement que sigue adentrándose en estudios de grabación con regularidad, como intérprete y como productor. Después de quemar dinero antes de cada concierto a modo de ritual, destrozar autobuses de gira y arrancar váteres de furgonetas lanzándolos por la autopista a toda velocidad, la música por fin se ha convertido en una responsabilidad…

“Ha sido un fin de semana de lo más ajetreado, tío. He tenido a un grupo, que se llama Murder For Girls, grabando en mi estudio. Han hecho un disco muy chulo. Así que ya ves, he trabajado el día de mi cumple”. Tommy se ríe, consciente de lo alargada que es la sombra de su legendaria reputación rocanrolera, de cuánto han cambiado las cosas y cuánto ha tenido que pelear por abrirse paso por el fango para alcanzar algo de estabilidad. “Cuando los Replacements se acabaron tuve que reparar mi vida. Me arruiné y tuve que pensar en cómo conseguir un curro”.

La realidad le explotó en las manos en 1993. Stinson había grabado el excelente Friday Night Is Killing Me con su nuevo grupo, Bash & Pop, pero la cosa no llegó a ningún sitio. Tenía que alimentar a un bebé y la situación se estaba volviendo asfixiante. Convencido de que había que hacer lo que fuera necesario, Tommy cogió el teléfono y se puso a vender cartuchos de impresora en el cuchitril de una empresa de telemarketing. Alejado del ruido de la muchedumbre y aislado de las promesas de éxito, Stinson dejó de sentirse inmortal. “Aprendí mucho acerca de mí haciendo aquello y maduré de una vez. Entendí cómo mostrar lo mejor de mí mismo, mi mejor cara, y a promocionarme de una manera completamente nueva para mí.”.

Perfect, su siguiente banda, no correría mejor suerte que Bash & Pop y los dos excelentes discos que grabaron se evaporarían como el éter. Tommy estaba harto y hundido… hasta que entró en Guns N’Roses. “La primera vez que ensayé con ellos no tenía ni puta idea de qué iba a suceder. Pensé que solo iba a pasar un rato tocando con mi colega Josh Freese [batería también de Paul Westerberg], pero decidieron que me querían. Yo me quedé en plan: ‘¿en serio?’. Me vino fenomenal. Me dio pena tener que dejarlo pero estuve en el grupo casi veinte años. Me mandaron un disco de platino porque Chinese Democracy ha terminado vendiendo un millón de copias o algo así”.

Foto: Heather Mull

La estabilidad de un puesto fijo junto a Axl Rose y el dinero de los royalties de los Replacements propiciarían el escenario ideal para que Tommy grabara Village Gorilla Head, un primer trabajo en solitario con vocación de hito que acabaría sepultado por el hundimiento del sello que lo publicó, Sanctuary Records. “He pensado en recuperarlo y reeditarlo en vinilo. Sanctuary se fue al garete, con gente que acabó en la cárcel y toda la movida. Les pillaron por tráfico de información privilegiada y violaciones de seguridad: una cosa bastante chunga”.

Seis años después de grabar otra delicia de fútil alcance mediático, One Man Mutiny, Tommy retomaría el formato Bash & Pop publicando el impecable Anything Could Happen en Fat Possum. El disco, pieza de cruda orfebrería rocanrolera a lo Faces y Replacements, es el ejemplo perfecto de todo lo que Tommy ha aprendido en una carrera que recibió su bautismo de fuego cuando grabó con Jim Dickinson en 1986. “Fue Jim el que me animó a grabar mi propio material durante las sesiones de los Replacements para Pleased to Meet Me. Por aquel entonces me empecé a meter más en el rollo de componer, intentando aprender. Paul también me apoyaba bastante. Si tenía algo que mereciese la pena se lo tocaba y él me sugería cosas o me animaba a seguir con ello”.

Para Tommy, aquella etapa estuvo marcada por su despertar musical pero también por el cargo de conciencia de haber despedido del grupo a su hermano Bob, que andaba perdido en un estupor rebozado con alcohol y drogas.

Los hermanos Stinson, pese a no ser los líderes del grupo, eran el corazón de los Replacements y una inagotable fuente de inspiración para su cabecilla, Paul Westerberg. Sin Bob, el grupo nunca habría existido. Fue él quien plantó la semilla de la que brotó la banda y también quien enseñó a tocar el bajo a su hermano pequeño. Tommy solo tenía once años pero aprendió a toda velocidad, a cambio de chucherías y algún que otro sopapo. Aquello hizo que se apartara de una vida que orbitaba casi inexorablemente hacia los hurtos y las navajas. Bob había pasado parte de su juventud de reformatorio en reformatorio, sufriendo el desprecio de su padre biológico y los abusos del padre de su hermanastro Tommy.

Pese a tener que vivir en un mar de tormentas psiquiátricas, el mayor de los Stinson siempre tuvo clara una cosa: él y su hermano pequeño podían ser libres tocando rock’n’roll. “Mi hermano Bob hizo que yo dejara de meterme en líos que eran cada vez más gordos. Despertó mi interés por un instrumento y me enseño a tocar el bajo. Él estaba seguro de que yo tenía que ser el tío que lo tocara. Y eso me salvó, tío. También necesitaba a un bajista para poder montar su propio grupo, claro: así que Bob estaba doblemente interesado en que yo aprendiera”.

Diecisiete años después de aquellas eternas tardes de sudor y carcajadas en las que ensayaban a todo volumen en casa de su madre, Bob fallecería por un fallo multiorgánico, probablemente escuchando un disco de Yes mientras su hipocampo florecía ante los recuerdos que emanaban del álbum por el que quiso convertirse en guitarrista. Tommy sonríe mirando a la izquierda: “Las asas de su ataúd siguen en mi estudio. Siempre las tengo cerca. Bob siempre está a mi alrededor. Noto su presencia cuando está cerca de mí, cuando está pasando un rato conmigo de forma espiritual. De pronto lo siento y sé que está deambulando por aquí”.

En ese estudio, bendecido por el espectro del amor fraternal, Tommy ha conseguido volcar todo lo aprendido en sus discos con los Replacements. “Aprendí que no hay que enterrar una canción, que la movida está en capturar la emoción y la magia de forma espontánea, sin trabajar demasiado en ello. En ese sentido he renunciado a cualquier tipo de perfección. La mayoría de las canciones extraordinarias se han escrito bastante rápido. Cuando Replacements grabamos Don’t Tell A Soul enloquecimos y nos pasamos demasiado tiempo trasteando con cosas. De alguna manera la nueva mezcla que acaba de salir te permite escuchar mejor al grupo que la que nos hicieron en los ochenta, que estaba pensada para sonar genial en la radio”.

La mezcla a la que se refiere Tommy es la del recién publicado Dead Man’s Pop, un lujoso compendio que reúne todo lo aprovechable de las sesiones del penúltimo disco de los Replacements y una nueva mezcla a cargo de Matt Wallace. Escucharla es contemplar la belleza de un grupo que, pese a estar disolviéndose en un cataclismo psicológico de drogas y alcohol, logra elevar su andrajoso pop a un nuevo nivel de excelencia; un logro que no fue suficiente para que la banda se desvaneciera, como el olor de un petardo, en 1991. “El problema que tuvimos fue que luchamos contra el éxito porque teníamos miedo. No éramos capaces de jugar al juego de la industria. R.E.M. sí podían hacerlo. No pudimos tomar las decisiones que ellos tomaron en cuanto a trabajar con un sello para dar un empujón a su carrera. Las veces que lo intentamos, fracasamos miserablemente. Ese rollo de intentar hacernos coleguillas del dueño del sello y esa mierda. Emocional e intelectualmente éramos unos negados para hacerlo”.

Después de colgar el teléfono, la cabeza de Tommy bucea por los recuerdos de la gira de reunión con la que los Replacements volvieron a los escenarios en el 2015 y que terminó con una despedida que ahora mismo parece eterna. Las imágenes menean su cerebro: resacas, carcajadas, divorcios… Empieza a llover. Afuera, un pájaro desaliñado sacude la cabeza apoyado en un poste eléctrico. Tommy se pone los zapatos. Pronto terminará el disco que ha estado grabando con Cowboys In The Campfire junto a John Doe y en unas semanas se irá de gira por España. Barbara, su amiga de Get Hip!, lo tiene todo organizado. Es un buen plan. No piensa probar el alcohol. Por ahora le va de maravilla sin catarlo. Su cabeza está despejada. Es casi la una y cuarto. En unos minutos cerrará la puerta de casa y se irá a buscar a su hija pequeña, que saldrá de clase sonriendo al ver a su padre, el único que tiene el pelo como Johnny Thunders.

Mientras abre la ventana para respirar aire fresco, la lluvia le moja los dedos y recuerda la frase con la que ha terminado la entrevista que acaba de hacer: “Mi vida está bien. Al menos no es una mierda. Y eso no está nada mal”.

Texto: Rafa Suñén

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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