Siempre fueron, o han sido, pues siguen arrastrándose como banda de versiones en el circuito para viejales yankee, una rareza más que curiosa. Banda de estudio, de ahí su nombre, ubicada en las salas de grabación de Studio One, sus miembros acompañaron a nombres fundamentales del rock, reconocidos solo por compañeros de profesión que flipaban, y no había para menos, con su destreza instrumental y su capacidad para hacer encajar unas voces sugerentes. Aunque empalagosas, en ocasiones: cuando Decca apostó por ellos como grupo con serias posibilidades comerciales, empezó el debate. Para unos, pulido southern-rock. Para otros, familiares directos de los más ñoños practicantes del soft-rock que inundaba las radio-fórmulas. Sea como fuere, tras numerosos cambios de personal y trasladando los enseres a Polydor, la historia no acababa de cuajar: Dog Days y Rec Tape fueron ignorados por la gran masa. Hasta que A Rock and Roll Alternative les abrió las puertas del éxito, empezaron a ser programados en grandes festivales, compartiendo escenario con grandes nombres de los setenta… y decidieron grabar y dedicar Champagne Jam a unos Lynyrd Skynyrd recién diezmados por el famoso accidente aéreo. Disco de platino, single incontestable como «Imaginary Lover», shows en Knebworth y posibilidad de mirar de tú a tú a figuras como Aerosmith, Van Halen o al ceporro de Ted Nugent. La alegría no duró mucho, y tras el siguiente álbum, Underdog, se vieron recluidos en el circuito de oldies. Este funcional cofre reúne justamente eso, sus tiempos de gloria, ocho CDs repletos de su peculiar modo de entender el rock…
ALFRED CRESPO