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Raphael – Bilbao Arena

La eternidad sólo está al alcance de los que dejan huella., y musicalmente hablando, la eternidad para un vocalista es un triángulo con tres vértices innegociables: Voz, grandes canciones y actitud. Si posee los tres, se le recordará siempre. Y parece una eternidad el tiempo que RAPHAEL lleva subido a un escenario, defendiendo un estilo muy personal e inimitable. Y con el paso del tiempo, aquellas canciones eternas (que a todos nos suenan) tienen una nueva cara con el doble trabajo (“Sinphónico” y “Resinphónico”, con PH, como es él) que Raphael ha editado en los últimos años y con el que gira acompañado de una orquesta.

En Bilbao llegó al Bilbao Arena (en 2015 lo hizo en el Palacio Euskalduna) para soltar 32 temas de corrido, sin pausas, a lo Ramones (aunque salvando las distancias y las velocidades), nada de charla, sólo voz y orquesta, no hacía falta nada más. Con un inicio épico, instrumental de “Yo soy aquel”, ya tuvo rendido a un público muy diferente con el que uno comparte conciertos habitualmente. Abriendo con “Infinitos bailes” (la canción que da nombre a su último trabajo de estudio, con nuevos temas y múltiples colaboraciones de otros artistas, entre los que destacó Bunbury) el concierto, de casi dos horas y veinte minutos de duración, fue una demostración de compenetración entre un cantante y la orquesta, lo que a veces no es tan fácil de conseguir.

Está claro que hay temas que, orquestados, ganan fuerza. La eterna “Mi gran noche” (a la que le chirrió un poco esa base electrónica que ha decidido meter en sus temas más intensos) pasa a ser himnos con el acompañamiento musical multitudinario, “Ahora” (una joya que lleva camino de ser uno de sus temas estrellas, con ese ritmo pseudo militar de inicio), “Yo sigo siendo aquel”, “Estuve enamorado” o “Ámame” (con ese interludio fuertemente orquestado) crecen hasta límites insospechados.

Pero es que el Pop, Canción Ligera, o como cada uno quiera llamarlo, que factura el artista en cuestión, lo aguanta todo. Si hay grandes temas y si hay una gran voz, todo fluye. Incluso el toque electrónico le da otra cara. “Inmensidad”, “A que no te vas”, “Cuando tú no estás” fueron revisitadas con un poderío en el que Raphael se sintió seguro. No hace mucho declaraba que la electrónica le iba bien a las canciones fuertes, grandes y épicas, como las suyas.

Hubo también su momento de rendir homenajes. Curioso fue el que tributó a Carlos Gardel, haciendo un dueto con una radio antigua de la que sonada “Volver”, repartiéndose la canción entre estribillo y cuerpo entre ambos, cosa curiosa pero muy bien llevada. Lógicamente, no fue la única versión, pues también sonaron “Gracias a la vida” de Violeta Parra y la descomunal “La quiero a morir” de Francis Cabrel. Esta última fue de las de caer de rodillas.

Pero es que el nivel de temas de Raphael es descomunal, hit tras hit, canciones que han sonado durante décadas y siguen sonando. “Digan lo que digan”, “Estar enamorado es”, “En carne viva”… intercalados entre otras canciones no menos grandes pero quizás menos socializadas. Lo que está claro es que, además, el dominio escénico que tiene, con esos pequeños toques histriónicos (su pasado como actor pesa) y su interpretación intensa hacen que todo el mundo viva las canciones de maneras muy personales. Y eso que no le hizo falta tocar “Frente al espejo”, donde da rienda suelta a su faceta más destroyer.

Y el final de concierto fue ya el acabose, encadenando cuatro temas brutales. “Qué sabe nadie”, “Yo soy aquel”, “Escándalo” (en plan Rave noventera) y “Como yo te amo”. Vamos, de caer de espaldas, sólo le faltó haber tocado un “Master of Puppets”, y puestos a fantasear no me parece nada raro que algún día haga suya la épica de los de San Francisco.

Y para despedirnos, sorpresita. Tras retirarse volvió obligado por la gran ovación para interpretar a capela parte del “A mi manera”, la gran versión que lleva décadas defendiendo del “My Way” de La Voz. Y todo el mundo a perderse por las calles bilbaínas por si acaso esta se convertía en su gran noche. Y parte de la orquesta bailando con el outro de dicha canción que sonaba por los altavoces como despedida. Fiestón.

Raphael viste de negro pero no es Johnny Cash. Hace suya “My Way” pero no es Sinatra. Y no toca en los casinos de Las Vegas pero si lo hiciera nos cuadraría totalmente, porque su aura de artista mítico lo pide a gritos.

Texto y foto: Michel Ramone

 

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