Igual no es el mejor con ningún instrumento, pero los toca todos que te cagas”. Así me saludó un amigo al terminar el concierto del prodigio de la naturaleza llamado Jerron Paxton. Con aspecto de maquinista de tren de los años 30 a pesar de sus 30 años, y apodado Blind Boy a pesar de su estupenda vista, el californiano nos enseñó la magia que le llevó a tocar en el Carnegie Hall hace tres años en el homenaje a Leadbelly. Comparte con este además de la gran influencia de Blind Lemon Jefferson, una enorme habilidad con los instrumentos sin enchufes. Le bastó con un único micrófono para hacerse escuchar al cantar, mientras iba alternando los instrumentos de acompañamiento, haciendo desfilar por sus manos guitarra acústica, dos banjos, varias armónicas, huesos y violín. Hizo una única excepción en el concierto, y en una incursión al mundo moderno de los instrumentos con cables, se sentó en un piano eléctrico ladeado en el escenario, aunque acabó haciéndolo sonar como si fuera el pianista de un honkytonk de Nueva Orleans.
Pero lo más habitual fue verlo abrazado a su guitarra y sobre todo, a su firme creencia en el blues de la vieja escuela, anterior a la revolución que supuso el catálogo de Chess Records. Así Jerron se convierte en un predicador del blues de raíces, deleitándose con canciones que aprendió de su abuela y condimentando las esperas de cambio de instrumento con historias de la “cárcel” que supone vivir en Lousiana o con hermosos poemas dedicados al whisky. Y por si fuera poco, remata barnizando la receta con un gran sentido del humor sobre el escenario, llenando el ambiente de buen rollo y alegría. De esta manera, consigue que el concierto se pase volando y que 90 minutos sepan a poco, porque siempre quieres que haya -al menos- una más.
Texto: Hildy Johnson
Fotos: Cristina Deville
