Hay discos, unos pocos cada cierto tiempo, a los que te rindes casi al instante. A primera escucha. El debut de Rise Twain, lo supe en primera instancia, es uno de ellos. Sin más referencia que la hoja promocional adjunta a la descarga, enfrentarse a estas diez canciones me supuso uno de esos enamoramientos inmediatos, la constatación paulatina de que, al terminar el último tema, este disco iba a quedarse fijo en mi lista de reproducción.
¿Quién está, no obstante, tras dicho nombre? Rise Twain lo forman por un lado J.D. Beck a la voz y piano, procedente de proyectos como Beck-Fields y The Scenic Route, y Brett William Kull (productor, ingeniero y miembro de bandas como Echolyn, Grey Eye Glances o los New Progressives de Francis Dunnery) encargándose del grueso de la instrumentación. Dos personajes cuyos trayectos ya se habían cruzado en el pasado, constatando ambos a partir de esas colaboraciones que les unía una visión musical muy parecida. Una visión plasmada ahora en un disco que, aun editado por Inside Out, el sello prog de referencia a día de hoy, excede los parámetros más reconocibles del género. ¿No es esto rock progresivo, pues? En esencia, sin duda. Cortes como los iniciales «Everspring» o «Golden», o «Falling Skies» e «Into a Dream» al término del álbum no dejan duda del poso neoprog al fondo del vaso. Pero por otro lado tanto los arreglos y melodías como, sobre todo, la voz y entonación de J.D. Beck en otros tantos temas remite directamente a bandas y artistas de los noventa, entrando incluso el nuevo siglo.
No creo, ciertamente, que sea el único que reconozca la sombra de iconos como Jeff Buckley o Elliott Smith tras las cortinas de «Oh This Life», «Falling Skies» o «Prayers». O que incluso crea que «That is Love», el precioso tema que cierra el disco, es una de las mejores canciones pop de la década.
Ahora que el verano va quedando atrás, no se me ocurre mejor manera de adentrarse en el siempre melancólico otoño de la mano de un disco como este. Quien quiera acompañarme, bienvenido sea.
Eloy Pérez
