Todo se mueve a un ritmo distinto en Japón. Acepten esa excusa para que podamos presentar, sin más, en una sección de novedades, un disco que no lo es estrictamente. Su gradual exposición internacional tiene algo de do-it-yourself digital, pues basa su repercusión en buena medida en la infatigable promoción a través de correos electrónicos de la propia artista, origen, se cuenta, de su —encantadora, también impactante— presencia en el pasado Primavera Sound, meramente armada con un micrófono y escoltada por un manipulador de bases y sonidos pregrabados. Y también, como sucede con gran parte de las reinterpretaciones de la cultura pop provenientes de aquel país, hay en Haru Nemuri —tanto en este disco como en el resto de sus trabajos, plétora de grabaciones de distinta longitud que conforman una discografía caótica y difícil de asir—, algo que suena familiar y también algo que se nos muestra enrarecido, ligeramente torcido. Podría ser la manera cómo, partiendo engañosamente del J-Pop más inofensivo, desvía ese trazado azucarado hacia un torbellino de ruido, cómo parece asentarse otras veces en el rap más sintético para desembocar en el chillido y el caos, cómo une guitarras eléctricas, obsesivos bucles de piano, estridentes efectos de sonido y arreglos sintéticos, cómo se deja mecer por el más dulce shoegazing o cae en la electricidad mas burra. Sintetiza Haru to Shura todo eso que la descripción podría sugerir como predeterminado, calculado o forzado por el deseo de epatar y que fluye, por el contrario, con irresistible naturalidad. Un disco magnífico; también, la punta de un iceberg.
JOSÉ LUIS TORRELAVEGA
