Basándose en unas primeras escuchas se podría aventurar que este nuevo disco del cantautor británico no llega al sobresaliente nivel de Mother Town Hall, su anterior referencia publicada en 2016, la cual, en lo que a mí atañe, lo ubicó definitivamente en el olimpo de los compositores continentales. Pero como la suave lluvia que humedece su tierra natal, la pausada escucha del nuevo cancionero termina apoderándose, lenta pero inexorablemente, de oídos y corazón del oyente, basados sus maduros encantos en una instrumentación tirando a escueta, con preponderancia de la sobriedad pianística, y unas melodías que calan hasta lo más hondo en cualquier espíritu sensible. Quizás sea necesario cierto nivel de empatía con Pritchard para disfrutar plenamente de su cancionero, que hará mella con más intensidad en quien, como él, haya dejado el medio siglo atrás hace ya algún tiempo, también para los amantes de la ternura melódica. Pero nuestro hombre sabe compaginar con maña la arrebatadora solemnidad con la que inicia en álbum, magnifica «Iolanda», con el elegante crescendo de «Laterns» y esa lección magistral de euforia contenida que responde al título de «The Last Temptation of Brussels». Otra vez rozando lo sublime, y van unas cuantas.
MANUEL BORRERO
