Rutas Inéditas

Neal Casal: buen viaje

Foto: Sergi Fornols

 

Es extraño aunque representativo de nuestros tiempos el conocer la muerte de un ser querido por internet antes que por sus allegados, y pasar el duelo a tantos kilómetros de distancia, leyendo todo tipo de noticias y especulaciones. Por eso necesito invocarle aquí, a través de años de recuerdos compartidos y de correspondencia. Solo repasándola puedo contaros algo más sobre la historia de mi amigo Neal, historia que quizás sirva para llamar la atención sobre la explotación que sufren tantos músicos con talento propio al servicio de otros, en una era tan difícil para el rock como ésta.

Tras haberlo conocido tocando con Beachwood Sparks, fue en 2004 cuando nos haríamos amigos de verdad, al trabajar con él, compartir filosofía de vida y visión artística mientras nos abrasábamos en una furgoneta camino de Zaragoza. En ese viaje, y en visitas posteriores, corroboré que siempre sería una persona especial en mi vida.

Ese mismo año me hablaba en sus mails de que Chris Robinson le había propuesto formar parte de una refundación de los Black Crowes. Ante su situación de soledad y falta de recursos se estaba volviendo loco tratando de decidir qué hacer, pues sabía que decirle que sí le comprometería y cambiaría su vida. Al final, aquello no cuajó y tuvo que esperar unos años para acabar tocando ya en su Brotherhood, pero ya por entonces le soportaba grabando horas y horas, cenando con él y con su entonces esposa Kate Hudson, echándole mil horas al proyecto en el estudio de Chris, como preludio del agotamiento al que le sometería en el futuro.

En septiembre de 2005 me escribía con una nueva ilusión: para contarme que tocaba con Ryan Adams en un concierto benéfico y se sentía honrado de estar en un line up del cual destacaba a Jesse Malin, Debbie Harry, Ted Leo y más artistas que admiraba. Pero de nuevo estaba exhausto porque, a su vez, estaba grabando su próximo disco y sentía que no le podría dedicar mucho tiempo, sintiendo que sería el mejor de su carrera.

Foto: David Pérez Marín

Ryan le acababa de ofrecer tocar en su banda y no podía decir que no. En octubre de ese año, ya fue a Austin City Limits y al David Letterman show con él, y estaba feliz por ello. Hasta había alquilado una pequeña habitación en New York para ayudarle con el disco, pese a estar a punto de enviar a masterizar el suyo (‘No Wish to Reminisce’, 2006) y a pesar de que hubiera preferido vivir en el cálido LA. Luego Ryan se casaría y pasaría de The Cardinals, quedándose Neal sin su principal fuente de ingresos. De nuevo, a empezar de cero y vuelta a LA.

En 2010, esta santa casa rutera lo trajo de gira a Barcelona y Lleida, y me di cuenta de que este tipo no hacía ascos a ningún escenario o audiencia: tocaba con el mismo oficio, fuese en un pub de Lleida repleto de borrachos o en una sala a rebosar. Para quienes lo quisimos, Neal no solo era melancólico, era muy vital, espiritual y emocional. Amaba la música, sus raíces españolas y también la fotografía, los viajes, el surf y sus amigos.

Últimamente, en Razzmatazz y Bikini lo noté más estresado y sin tiempo para vivir: tocaba en Barcelona y no podía ni pasar una noche aquí, porque se iban directos en bus a Francia de madrugada… o tomaba un vuelo justo después de tocar en Azkena 2018 para marcharse a grabar con Chris al día siguiente en Los Angeles. La cara sucia y pesada del rock.

Ahora, pienso en la de encuentros que se nos quedaron pendientes por nuestros compromisos, la de momentos perdidos por culpa de las preocupaciones y del día a día de los que somos obreros de la música. Su ausencia me ha hecho reflexionar sobre aquellos artistas en mayúsculas que figuran como secundarios, los que no buscan el éxito fácil, sino que forjan a fuego lento sus carreras con fe en su talento. Los que tienen que trabajar con mil bandas para poderse financiar sus propios álbumes. Los que se sienten incómodos en una industria obsesionada con los likes, las cifras de ventas o de asistencia a conciertos. Los que no colaboran, sino que mejoran exponencialmente los discos y los directos de otros, haciéndose imprescindibles en sus bandas. Músicos que, sea por humildad, por no estar en el lugar o el momento adecuado o por no ser unos quejicas no cesan jamás de tocar. Bueno, y por el sagrado amor a su oficio: el rock’n’roll. El espiritu de Neal siempre estará por encima de todos los sinsabores de una industria musical cada vez más tarada. Solo pido que sirva de ejemplo para que respetemos y mimemos más a toda esa legión de rockeros-obreros.

Cuando Neal escribió en mi artículo de homenaje a Elliott Smith (ambos vivieron un tiempo en el mismo barrio de LA) me dijo que su suicidio ‘se veía venir’. Curioso, porque del suyo no parecimos darnos cuenta nadie, y esa culpa por no haber podido convencerlo para seguir vivo siempre será una jodida espina en mi vida.

Acabo de leer muchos de los mails que nos mandamos y en uno encuentro una foto que tomó en New York y que me mandó, con este lema: ‘Become your dream’. Pero en otro también encuentro esta letra de una canción suya con la que nos despedíamos en otro correo, casi premonitoria: «Today I’m gonna bleed, right through my clothes and onto the street/ Today I’m gonna bleed for every lost minute and every lost dream». Buen viaje a ese lugar donde sé que algún día volveremos a vernos, querido.

Texto: Alicia Rodríguez

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